Sobre la Constitución de 1978
El pasado viernes, 6 de diciembre, celebramos el cuadragésimo primer aniversario de la actual Constitución española. Solo la Constitución de la Restauración Monárquica, de 1876, ha estado vigente durante más años, hasta que en 1931 fue sustituida por la Constitución de la II República. Con ocasión de este acontecimiento, una emisora de radio me invitó a participar en un coloquio. Me reencontré con mi buen amigo Paco Celdrán, que fue compañero de partido durante muchos años. Y también participó Adolfo Fernández, de cuya amistad me honro. Los tres somos personas mayores, y jubilados, que en su momento vivimos el nacimiento de la Constitución, y que hemos desarrollado toda nuestra actividad política en las instituciones democráticas configuradas por la Ley Fundamental.
El objeto de reunirnos en ese coloquio era muy claro: se trataba de transmitir a los más jóvenes las reflexiones sobre el texto constitucional que hemos ido sedimentando a lo largo de nuestra vida política. De este modo, la inteligente periodista que dirigía el coloquio nos iba planteando, sucesivamente, preguntas sobre diversas cuestiones relacionadas con la Constitución. Destacaré algunas de ellas:
1.- ¿Fue fácil elaborar el texto constitucional? No, no lo fue en absoluto. Cuando Franco murió el 20 de noviembre de 1975, se respiraba en España un generalizado deseo de cambio. Éramos muchos los que aspirábamos a que se implantase un régimen político de libertades, en el que no hubiera ni vencedores ni vencidos, y en el que los de derechas y los de izquierdas aprendiésemos a convivir con respeto y tolerancia mutuas.
Pero había otras personas que se resistían al cambio, que querían prolongar la vigencia de las instituciones políticas del régimen de Franco, o, cuando mucho, reformarlas. El presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, no era partidario de cambios. Y tampoco las Cortes, cuyos procuradores estaban emocionalmente vinculados al régimen.
Sin embargo, el pueblo español había cambiado. Durante los años anteriores, había mejorado el nivel de vida, y España ya no era un país cerrado a influencias exteriores. La actividad económica, la cultural, y también el turismo, nos habían puesto en contacto con las democracias occidentales. Es verdad que había miedo a que no fuésemos capaces de entendernos, y de que apareciese otra vez el enfrentamiento de las dos Españas. Pero, ante todo, había deseo de cambio, de libertad, de democracia.
Su majestad el Rey, D. Juan Carlos I, supo comprender esta aspiración del pueblo español. Destituyó a Carlos Arias y nombró a Adolfo Suárez que, desde la presidencia del Gobierno, logró sacar adelante la Ley de Reforma Política, que hizo posibles las elecciones generales del 15 de junio de 1977; las cuales, a su vez, abrieron las puertas al proceso constituyente.
2.- ¿Ha sido un éxito la Constitución de 1978? En gran parte, sí. Nos ha permitido a los españoles vivir un largo periodo de paz y de libertad, y alcanzar importantes cotas de bienestar y prosperidad. La España de 2019 es mejor que la de 1978. Hay más riqueza, más libertad, más justicia y más solidaridad. Disfrutamos de excelentes servicios públicos. Y, según las encuestas de opinión, España es uno de los países del mundo donde mejor se vive.
Pero también ha habido sombras. El texto constitucional dejó sin resolver algunos problemas, que todavía arrastramos. Me refiero a la descentralización territorial del poder político. El sistema de Adolfo Suárez de generalizar las autonomías ('café para todos'), no solucionó el problema de los separatismos vasco y catalán. Ahora estamos comprobando dramáticamente que para los separatistas la autonomía no era un fin, sino una mera etapa hacia la independencia. Fue un error incluir el término 'nacionalidades' en el artículo segundo. Y el título VIII, al permitir que la descentralización autonómica sea un proceso permanentemente inacabado, ha creado un caos competencial y de financiación, que hace cada día más difícil gobernar este país.
3.- ¿Habría que reformar la Constitución? Desde luego que sí. Empezando por el sistema electoral, para que nunca más el Gobierno de España dependa de las minorías separatistas. Y también el título VIII, y el artículo segundo, y otros aspectos de la Constitución.
Se me dirá que ahora no es el momento, que no hay mayorías parlamentarias para afrontar la reforma. No estoy de acuerdo en absoluto. Precisamente ahora es el momento de enarbolar la bandera de la reforma de la Constitución. Se trata de una necesidad jurídica, política e histórica. El pueblo español necesita un proyecto político ilusionante, para recuperar su impulso. Si el PP y el PSOE acordaran simplemente iniciar el proceso de reforma de la Constitución, los separatistas dejarían de marcar la agenda política de España, y sus delirios de ruptura de la unidad nacional quedarían relegados a la penumbra de la mezquindad, ante las esperanzas colectivas que significaría emprender esa reforma constitucional.
Me gustaría que nuestros hijos y nietos pudieran seguir disfrutando de la democracia que nos trajo la Constitución de 1978. Pero, para ello, hay que reformarla. Tenemos que exigir al PP y al PSOE que tengan el coraje de asumir este proyecto. Pablo Casado y Pedro Sánchez deberían ser conscientes de su enorme responsabilidad histórica. Eran mucho más difíciles los tiempos en 1978. La ETA asesinaba todos los días. Había una crisis económica brutal. Y, sin embargo, se tuvo la inteligencia y el valor de aprobar la Constitución. Ahora les toca a nuestros líderes demostrar que realmente lo son.
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