Bruno Latour, en su filosofía de la ciencia, establece que la realidad permanece impasible ante las diferentes teorías científicas, sin tomar partido por ninguna de ellas, sin sentenciar cuál de ellas es mejor o verdadera. Y señala el historiador de la ciencia francés que esa ... actitud neutral de la realidad se parece a lo que denomina síndrome de la reina Isabel de Inglaterra, Isabel II, que acaba de morir. Esta, ante la victoria de los laboristas o los conservadores lee –leía– con la misma convicción el discurso escrito por un partido o por otro, según quien hubiese ganado las elecciones, y sin añadir nada.

Publicidad

Dejemos a un lado a Latour y su modo de significar que teorías diferentes pueden describir acertadamente la realidad, según el contexto social, político o según el paradigma del momento (consúltese Kant). Lo que me interesa de esta metáfora sobre la reina Isabel es que me viene a mano para reflexionar sobre el futuro de las monarquías, o mejor, sobre el no futuro de las cabezas coronadas, ahora que ha muerto, quizás, la monarca más longeva de la historia.

He meditado otras veces sobre este asunto. Mi convicción es la siguiente: una monarquía solo tiene sentido, solo puede funcionar, si es una monarquía absoluta, tipo viejo régimen, es decir, una dictadura cruel que hace lo que le viene en gana. Pero, claro, pocos aceptarían hoy una monarquía así, o eso creo, no estoy tan seguro. La alternativa a eso es una monarquía parlamentaria, existente en Inglaterra y en el Reino Unido desde hace siglos.

No tengo espacio para decir todo lo que quisiera, pero resumo. Si bien nos damos cuenta de que lo que hace la reina de Inglaterra cuando lee con convicción el discurso escrito por el partido ganador en las elecciones es un papel de actriz, y en el fondo ese es su papel, hacer una representación. Todavía, en el Reino Unido, al menos se mantiene un fuerte boato, una gran ritualidad institucional que mantiene un cierto aire aurático antiguo, misterioso, reverencial. Pero en España, por ejemplo, o en otras monarquías europeas, ni siquiera eso, sobre todo con la llegada de 'plebeyas' al reinado, que quieren ser normales y quieren tener opinión, cuando un rey no debe tenerla.

Publicidad

Incluso la reina Isabel, todavía muy marcada por la solemnidad antigua, se vio obligada a bajar a la calle cuando la muerte de su odiada Diana, y a Carlos III lo hemos visto estos días salir igualmente a las calles a dar la mano y hasta besar a la gente, siempre aconsejados por la marcha estadística de sus popularidades, que no es un voto en las urnas, pero sí un voto simbólico.

Difícil de entender una monarquía así, parecida en esto a la fama o al descrédito de un futbolista goleador o a un cantante famoso. Difícil de mantener, aunque muchos gobiernos o poderosos hagan el paripé, hasta que la fuerza de la historia lo haga imposible. Como diría don Florentino Pérez: «Tranquilos», el futuro será republicano.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad