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Lo explica muy bien la Wikipedia: «El denominado síndrome de la rana hervida es una analogía que se usa para describir el fenómeno ocurrido cuando, ante un problema que es progresivamente tan lento que sus daños puedan percibirse como a largo plazo o no percibirse, la falta de conciencia genera que no haya reacciones o que estas sean tan tardías como para evitar o revertir los daños que ya están hechos. La premisa es que si una rana se pone repentinamente en agua hirviendo saltará, pero si la rana se pone en agua tibia que luego se lleva a ebullición lentamente no percibirá el peligro y se cocerá hasta la muerte. La historia se usa a menudo como una metáfora de la incapacidad o falta de voluntad de las personas para reaccionar o ser conscientes de las amenazas siniestras que surgen gradualmente en lugar de hacerlo de repente».

Mientras oímos hablar de las virtudes comunicativas del Gobierno y de sus infalibles asesores, mientras se especula con su capacidad para marcar la agenda, mantener la iniciativa, imponer «marcos» y generar relatos, mientras se empieza a reconocer como una insana rutina la impasibilidad con la que el presidente hace lo contrario de lo que se comprometió a hacer y su socio vuelve a cabalgar contradicciones porque lo que le importa es precisamente la cabalgada a lomos del poder, resulta que la clave interpretativa está en la vieja fábula de la rana que no se entera de que va a terminar cocida.

Tomemos, por ejemplo, el caso de Bildu. «Con Bildu -y con ERC-, el PSOE no tiene nada que negociar», sentenció en su día Pedro Sánchez. Llegó la moción de censura, pero la explicación socialista insistió en que el apoyo de Bildu era simplemente un voto por defecto frente al PP y sin contrapartida. Llegaron las elecciones municipales y autonómicas y en la Comunidad Foral de Navarra, los socialistas sumaban si Bildu se abstenía. Lo mismo. La versión oficial fue que no se había negociado nada con Bildu frente a la evidencia de que la continuidad del Gobierno navarro dependía de los que no condenan el terrorismo ni alcanzan «el suelo ético» que se les ha exigido en el propio Parlamento vasco. El agua se estaba poniendo calentita. Y en esto llegó la investidura de Pedro Sánchez y la portavoz de Bildu expuso sin restricción alguna ese discurso que tanto atrae a Pablo Iglesias que, en esencia, significa arremeter contra la Constitución como continuidad del franquismo que la izquierda abertzale y su portavoz -de soltera Maite Soroa- utilizan para legitimar el terrorismo de ETA.

El silencio de Sánchez ante aquellas embestidas fue una histórica contribución pasiva a normalizar el discurso más tóxico que martillea sobre la democracia española. El agua subía de temperatura. Y de ahí a pactar el Presupuesto con Bildu en la comunidad foral. En este caso no se podía negar el pacto, pero con la precisión por parte socialista de que se trata «solo de números», como si los números no fueran importantes. Mientras tanto, las ranas del caldero empiezan a sospechar que algo no va bien. A las que más les gusta el calor tranquilizan a las demás: con el agua un poco más caliente estaremos mejor, dicen, y aseguran que no llegará a hervir.

En la cocina de Moncloa hay otro caldero grande que pone 'Cataluña' y el fuego ya está encendido. La 'desjudicialización', la mesa bilateral, la negociación carcelaria de la investidura con Junqueras y ahora la reforma del Código Penal para dejar sin efecto las condenas por sedición impuestas por el Tribunal Supremo -y quién sabe si la propia huella del delito de sedición por el que fueron condenados los responsables del 'procés'- van marcando el aumento de la temperatura. Tal vez ese aumento es demasiado rápido y toma a los ciudadanos por gentes distraídas, aunque siempre haya quien finja rigor profesoral para propagar la risible coartada gubernamental de que hay que alinear nuestros tipos penales de sedición y rebelión con el derecho comparado europeo. No sé si las ranas son animales especialmente inteligentes, pero no es prudente tomarlas por rematadamente tontas, aunque estén destinadas a terminar cocidas.

Desde el Gobierno, con Cataluña no se habla de Constitución, sino de «seguridad jurídica» -un concepto especialmente inexacto tratándose de esa comunidad- o de «legislación democrática» -¿la de Portugal por ejemplo?-. Se banaliza el delito encubriendo la banalización con excusas falsas que atribuyen a Europa unos pronunciamientos sobre los delitos y las condenas del proceso independentista que Europa nunca ha cuestionado. Se prepara el terreno para una aventura plebiscitaria de resultado más que incierto alegando que la democracia está por encima de la ley. Pero todo pasa, poquito a poquito, por que la rana en la olla no se dé cuenta de que va a hervir.

De lo que muchos socialistas no parecen darse cuenta es de que la rana también son ellos y de que esta forma de gobernar solo se explica bien porque Sánchez cree que ha descubierto la fórmula para permanecer 'in eternum' en el poder o bien porque se ha planteado su propia trayectoria política como una peripecia estrictamente personal, una empresa personalista que el PSOE financia con su capital político y sus restos de credibilidad. Entre Pedralbes y Pamplona es difícil creer que el socialismo no sea consciente de las pesadas hipotecas que va acumulando para su futuro, tal vez porque ha sido demasiado fácil convencerle de que en estos tiempos líquidos con lo que primero acaba la liquidez es con el valor de la verdad, la coherencia, el compromiso, y la rendición de cuentas.

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