«En este mundo global, nadie está seguro si todos no estamos seguros». Aunque es una reflexión del director general de la Organización Mundial de ... la Salud, todos la compartiríamos. En el siglo XXI, la capacidad de movilidad factible y rápida de las personas a cualquier parte del planeta es un hecho. Y lo es también que las fronteras son invisibles y que los propios seres humanos somos portadores y podemos contagiar y expandir una infección en progresión geométrica, tal como ha sido la forma de propagación del virus SARS-CoV-2. Esta sindemia, que seguimos sufriendo a nivel global, está teniendo nefastas consecuencias sociales, económicas, culturales y políticas, sin precedentes. Pero no es solo que no existan fronteras o que el virus no entienda de etnias ni de clases sociales, es que este virus se transmite fácilmente a nivel local entre los amigos, en el trabajo y en la familia. Y que más del 50% de los ingresados, sin diferencia etaria, tienen complicaciones y secuelas a corto y a largo plazo.

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Ante estas evidencias, debemos protegernos (y vacunarnos) para preservarnos a nosotros mismos. Pero también debemos hacerlo para escudar a los demás. La conciencia de proteger a todos los individuos está muy arraigada en algunas sociedades, en las que se enseña desde la infancia, pero, lamentablemente, no lo está en la nuestra. Por ello, los contagios están aumentado de forma alarmante. Es cierto que, quizá, también los mensajes preventivos deberían ser más contundentes. Hay que decir alto y claro que esta sindemia no se ha acabado, y que no podemos permitirnos nuevas olas de ingresados y fallecidos: deberíamos seguir siendo muy cautelosos en todos los espacios de exterior y de interior y evitar arracimarse; no solo los jóvenes, también las personas mayores, de todas las edades.

Pero si algo hemos aprendido de esta situación excepcional es que la ciencia está ligada a la salud y al bienestar de las personas. La ciencia, y solo la ciencia, nos va a permitir superar esta crisis sanitaria. Con criterios científicos y trabajo de muchos investigadores, la mayor parte trabajando como una red global, se han constatado las formas de transmisión, las causas y también las consecuencias del contagio. De hecho, aunque todavía no conocemos todos los efectos de la infección a largo plazo, las secuelas están ahí y debería difundirse esta información con el fin de concienciar de que la mejor opción, y el mejor escenario, es seguir a rajatabla las normas de prevención para no contagiarse y no contagiar.

Se ha constatado que la ciencia es necesaria para la vida y que debería ser más respetada

Igualmente ha sido la ciencia, y no la especulación, la que ha conseguido mejorar los tratamientos sintomáticos de los pacientes y crear vacunas de probada eficacia que, de forma gratuita, han podido ser distribuidas entre toda la población como prestación de la seguridad social, como derecho a la salud. Han sido los científicos, de ambos sexos, quienes han analizado y concluido que la mayor parte de las personas infectadas o vacunadas tienen como mínimo unos 12 meses de protección contra el virus. No obstante, sabido que la tasa de anticuerpos producidos varía de una persona a otra, existe la posibilidad de reinfectarse, pero cuando así sea, el cuadro clínico será más leve y menos peligroso. De igual modo, se demostró la inmunidad híbrida, es decir, una respuesta inmunológica elevada después de una única dosis en personas que previamente habían pasado la enfermedad. Pero, además, se ha verificado que la inmunidad se incrementa después de la vacuna, independientemente de que antes se haya pasado o no la infección; y un estudio francés ha concluido recientemente que desde 8 a 12 semanas después de la segunda dosis de la vacuna existe neutralización de las tres variables del virus: alfa, beta y delta. Es decir, a no ser que el virus mute tanto que sea capaz de escapar a la inmunización, todas las vacunas protegen, incluso cuando se administran de manera combinada (ha sido probado y publicado por científicos españoles liderados por el murciano Dr. Cristóbal Belda).

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Queda mucho por saber, queda mucho por estudiar. Hay que bregar científicamente de forma colaborativa, a nivel global, con el fin de estar preparados para la o las siguientes pandemias que lleguen, pues seguro que vendrán. No sirve sentarse a esperar, hay que preverlas y afanarse para disponer de conocimientos científicos más elaborados y rigurosos con el fin de que las respuestas ulteriores sean tan rápidas que permitan ahorrar sufrimiento humano.

Esta sindemia ha constatado que la ciencia es necesaria para la vida y que debería ser más respetada por la ciudadanía y más potenciada económicamente por los gobiernos.

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