Elemento tan sencillo y común como la silla ha cobrado en los últimos tiempos inusitado interés. Por variadas razones. En este contexto cabría destacar las manifestaciones del responsable nacional de los médicos, en las que mostraba su escepticismo –es de suponer que como metáfora– acerca ... de su escasa utilidad en la práctica actual de la medicina. La eclosión de la electrónica, al menos respecto a la atención de los enfermos encamados en los hospitales, quizás le ha hecho suponer que se camina hacia su desaparición. Sin embargo, no cabe sino ensalzar su función en la práctica de la medicina. Al respecto cabe reivindicar en su honor una propuesta que quizás parezca una inocentada fuera de tiempo y lugar. En todo caso, la formulo con intención amable, en aras de favorecer el modo de comunicarse con los enfermos, algo un tanto descuidado en ocasiones. La idea es desde luego bastante insólita. Y es que –salvo por la sombrilla–, la visita matinal de los médicos a los enfermos ingresados en los hospitales, entrando y saliendo de las habitaciones, puede ser el remedo de una comitiva accediendo a la playa. Lo digo porque probablemente irán cargados con una silleta plegable. Visto así, dispondríamos de un elemento para poder estar frente al enfermo a su mismo nivel, cogerle la mano y, sobre todo, mirarle directamente a los ojos. Sería una forma de ayudar a lo que tantos reclaman: una vuelta a la esencia de la práctica clínica, sentándose tranquilamente a conversar con el paciente. Aunque el método en sí resulte un tanto llamativo, devolvería la relación con el enfermo a sus esencias humanistas.
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Esa cualidad a la que tanto se apela, más allá de la necesaria pericia técnica que se da por descontada. Es algo que caracterizaba a Gregorio Marañón, egregia figura del médico absoluto, total, por sus vastos saberes y, sobre todo, próximo a sus enfermos. A él se le atribuye una de esas anécdotas –cuyo origen se pierde acerca de quién fue el primero que la formuló–, referida a la silla. En cierta ocasión, al interrogarle por su parecer acerca de cual había sido a su juicio el avance más significativo de la medicina, contestó con rotundidad que la silla. Enfatizaba de ese modo su perenne apuesta para que la relación interpersonal primase por encima de cualquier otra consideración. Es a lo que debe aspirar el médico para ejercer su labor.
Buscando las raíces etimológicas, 'asistencia clínica' deriva de estar al lado ('ad sistere') de la cama ('clinos'). Esta puesta en escena va languideciendo. 'Es el progreso, amigos' –nos dice la maraña de expertos en estas cosas–. Sin embargo, sería necio abominar de sus indudables ventajas. A nadie se le oculta que la informática facilita sobremanera muchas funciones, dada la complejidad burocrática a la que estamos abocados. Aunque la deriva que está tomando va en detrimento de la charla, aunque sea intrascendente e informal. La conversación distendida siempre es de agradecer, en un ambiente que, para quien lo conoce por necesidad, impone respeto. No es ajeno el hecho de que, además de para relatar los síntomas, sirve de ayuda para conocer las circunstancias de la persona. De esta manera se puede conseguir abordar juntos los problemas surgidos con la enfermedad, así como ciertos detalles personales, sociales o laborales que lo condicionan. Incluso deseos y esperanzas. Unos asuntos en los que –a poco que se ahonde– surge la confidencialidad.
Pero aún hay más en esta reivindicación de abogar por la silla. Porque no solo la informática es responsable del distanciamiento interpersonal. A las trabas contribuye también, al menos en parte, el peculiar diseño arquitectónico de los centros sanitarios. En nuestros hospitales, las habitaciones son estrechas, con dos camas, mesitas de noche, sillones y artilugios para los cuidados. Con estas angosturas, difícilmente cabe otra silla desocupada al alcance del médico, en la que poder sentarse frente al enfermo. Otra opción sería hacerlo en la propia cama, lo que no es prudente, por tratarse de un reducto privativo del enfermo, que no sería aconsejable invadir.
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Me imagino, pues, a los médicos cargados con la silla, de habitación en habitación. Sin andarse con remilgos y melindres por el qué dirán y dejar los prejuicios a la puerta para moverse sin rodeos, ni tapujos. Con tan liviana carga a cuestas, en no pocos casos mitigaremos esos otros elementos que son inseparables del hecho de enfermar: el miedo, la angustia y la ansiedad derivados, en tantas ocasiones, de la falta de comunicación. La franqueza conduce, si no a la amistad, sí a la confianza mutua. Cualquiera que sea la forma de obtenerla, se tendrá por bien empleada.
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