En la conjunción interplanetaria de despecho del último mes, entre el nanosegundo en el metaverso de Tamara Falcó, la canción de Shakira y la vida ... tuitera de Macarena Olona, de vez en cuando brota un rayo de esperanza en la humanidad.

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Después de la ruptura de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, muchos medios de comunicación se hicieron eco de un cuento breve que escribió el premio Nobel hace un par de años, cuya condición ha recuperado después de un lustro de ser más el padrastro que el artista. Un texto breve, con nombres en clave descifrable por un niño de tres años un poco despistado, cuya historia podríamos resumir en que después de años de satisfacciones inmediatas con Isabel, de repente se dio cuenta de que lo que él quería era envejecer junto a su exmujer, esa madre de sus hijos a la que abandonó por salir en esa prensa del corazón española que ahora tanto detesta.

La vida personal de los famosos y los anónimos es irrelevante para todo aquel que no sea ellos mismos, pero lo que subyace debajo no: en el amor, como en la vida y la política, la seguridad acaba cotizando siempre por encima de la emoción.

Los últimos diez años de gobiernos e instituciones públicas han sido algo así como una alegoría del despecho de Shakira, o incluso de la vida de Vargas Llosa. Hastiados por lo que entonces creíamos que era la falta de compromiso de Rajoy en la lucha contra el nacionalismo, miles de españoles abandonaron al PP para probar con emociones nuevas modernas, vestidas de color naranja; o emociones profundas tradicionales, de verde con bandera. Y a los españoles, igual que a Mario e igual que a Piqué, durante un tiempo les compensó este nuevo amor: joven, fresco, ilusionante. Después de muchos años viendo la trastienda desordenada del partido al que habían votado siempre, de repente aparecieron dos escaparates que subían 'likes' en Instagram y transformaban la caspa o bien en modernidad cosmopolita o bien en caspa muy y mucho española, que por cierto a mí me encanta. Lo que ocurre en la vida, que es aquello que engloba al amor y a la política, es que cuando decides comprar un libro descubres que además de la portada y la sinopsis hay toda una retahíla de páginas que te tiene que enganchar de principio a fin, que debe estar bien escrita, con un hilo argumental claro, una tipografía adecuada y una edición a la altura de lo que uno espera. Y a pesar de lo bonito y emocionante que sea la idea de alguien, de la España que prometen unos o de la vida que podrías tener con otros; la realidad acaba teniendo que ser vivida.

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Y con la misma violencia con la que la artista colombiana le ha dedicado a su ex la que probablemente sea la mayor canción de desamor escrita después de 'Rata de dos patas' (dejen todo lo que están haciendo y vayan a YouTube a descubrir semejante maravilla), o con la que Isabel Preysler justificaba su ruptura amorosa acahacándola a los celos de él por la fama de ella; miles de españoles en las próximas elecciones descubrirán que la emoción política nueva por la que dejaron todo atrás tiene prácticamente todos los problemas del partido al que dejaron de votar pero sin ninguna de sus ventajas. Y seguramente acaben odiando a aquella formación a la que se encomendaron por haberles traicionado, y probablemente no haya nadie que desee la desaparición de un partido tanto como aquellos que alguna vez le votaron. Es lo mismo, como decíamos, que no se puede odiar tanto a alguien como se detesta al que se ha amado.

Y mientras el despecho del mundo del corazón entretiene a las Españas, en esta gran y única nación nos jugamos el futuro con el mismo dilema con el que Vargas Llosa escribió el cuento aquel: ¿merece la pena apostar por lo efímero, que aunque te emocione más puede acabar implicando no tener nada; o ir a lo seguro, que es más monótono pero con mejor resultado?

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La cuadratura del círculo político y romántico no existe, pero a veces hay decisiones que cambian vidas o países. Nunca le perdonaré a Shakira haber sentido simpatía por Piqué. Decidan ustedes qué político atribuyen a cada quién.

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