En el año 37 de nuestra era, Jacobo, hijo del Trueno y Santiago después para los cristianos, desembarca en el puerto de Santa Lucía en ... la Cartago Nova romana, procedente de Joppe, hoy Jaffa, acompañado de su discípulo Basileo, luego San Basilio y primer obispo de la diócesis, con el encargo de los apóstoles de evangelizar Hispania. En el atrio de la parroquia que lleva su nombre en el barrio de pescadores de Cartagena una lápida recuerda que justo en este lugar empezó la difusión de la luz del evangelio. El señor Santiago partió hacia la Bética, la Tarraconensis y otras regiones hispánicas, lleno de fe y portando el mensaje evangélico de su maestro, pero tropezó con un pueblo individualista, pegado a sus viejas creencias, a sus dioses, a sus inveteradas costumbres. Ya en Cesaraugusta, hoy Zaragoza, desesperado por la cerrazón de los hispanos que nada entendían, ni querían entender, de las enseñanzas de Cristo, comunicó a sus acompañantes su decisión de abandonar la sagrada misión. Y fue entonces cuando la Virgen María, que en Éfeso descansaba de tanto padecimiento, vino a aparecérsele en carne mortal, para darle ánimos, pedirle que no se rindiera y asegurarle que mientras sobre ese Pilar, en el que estaba, Ella se mantuviera, Hispania sería, por los siglos de los siglos, proclive a su amado Hijo.

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Convulsionado el Partido Popular, abierto en canal, a punto de irse a pique por culpa de tanto error, encuentran, de nuevo, a un gallego que puede salvarlos del naufragio. Mandan a la pasalera del navío, desde donde se desfila hasta la mar y se es pasto de los tiburones, a nuestro paisano Teodoro y conceden al depuesto capitán Casado 'el Flojo' una amnistía hasta el congreso. Ningún tripulante de la nave osa oponerse a la rebelión, nadie discute la aclamación del nuevo capitán y solo alguno de los que tardaron en manifestar su apoyo a la rebelión y a la entronización no saben ahora cómo mostrar su inquebrantable adhesión.

Nuñez Feijoó ha venido a Murcia a respirar el aroma del incienso y a dar algún aviso a los navegantes. Los turiferarios de nuestro lorquino presidente nos han querido hacer ver que el que sea Murcia la segunda región que el gallego visita es señal inequívoca del mucho aprecio que el nuevo mandamás tiene a nuestro don López y la confirmación de su continuación en el 'mandarinazgo'. Tengo mis dudas.

En el Teatro Circo se organiza una quedada multitudinaria. Como telonero abre la sesión nuestro presidente que, aterrorizado, por si los vientos políticos no le fueran favorables, comienza sin que se le mueva un pelo de su frondosa cabellera: «El apóstol Santiago llegó a España por el barrio de Santa Lucía y a partir de hoy podremos decir que en la Región de Murcia se inició el camino que llevó a Alberto Nuñez Feijoó a La Moncloa». ¡Ole! y Ole! Muy bien dicho y si luego te quitan siempre quedará lo hablado. Pero no parece adecuada la cita: el fracaso del apóstol fue sonado y solo la presencia en carne mortal de la Virgen salvó la misión. Lo de llevar a Feijoó a La Moncloa se me antoja tan prosaico y terrenal que no creo que Santa María la Madre, Patrona de Orense, patria de don Alberto, quiera venir en su ayuda. Mal que les pese, solo las huestes de Santiago Abascal serán, hoy por hoy, el único refuerzo para poder desalojar a don Sánchez el Largo de la Moncloa.

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Lleno a rebosar el Circo de actuales mandamases 'peperos' que no paran de aplaudir y vitorear. Fuera hace mucho frío, el gas está cada día más caro, y ellos saben que no están preparados para disfrutar, lejos de la política, de los momios que ahora tienen. Otros que ocupan visibles asientos son las viejas glorias; los defenestrados por don Teo y don López que quieren dejarse ver, ansían volver y guardan afiladas las navajas por si, devueltos a sus poltronas, recibieran el mandato de cortar, políticamente, algún cuello. ¡Qué paisaje, qué paisanaje! En lugar preferente, la alcaldesa de Archena, ufana porque el aclamado Alberto ni una sola vez en su intervención se refiere a don López como futuro presidente de la Región. Doña Patricia calentando, don López rezando, los defenestrados esperando, y nosotros, pobres mortales, penando por tanta necedad, tanta incapacidad, y tanto gobierno de arribistas poco o nada preparados.

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