Quizás sea el momento menos apropiado para decir lo que voy a decir de mi ciudad. Y uno de los menos apropiados de mi región. El día siguiente de la gran fiesta del Entierro de la Sardina, suspendida por segundo año consecutivo por razones de ... todos conocidas. Eso no impide que ayer a muchos nos saliera el hachonero que llevamos dentro, tocáramos los pitos que quisiéramos tocar, y cazáramos al vuelo los balones que tiraban desde imaginarias carrozas. Esta semana ha pasado con más pena que gloria, dadas las circunstancias adversas que nos rodean.
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No es, pues, el mejor momento para intentar hablar de una ciudad y una región, que a sus oriundos nos parece la mejor del mundo. La mayoría cree vivir en el Edén cuando apenas somos una pequeña comunidad a la que, como muchas otras, le encanta mirarse el ombligo. Quienes hemos viajado lo suyo tenemos la ventaja de poder vernos en la distancia, a veces, a considerable distancia. Ante tanto orden y belleza como da naturaleza, Murcia se nos representa un espacio pequeño, muy pequeño, entrañable, claro, y más para los que hemos nacido aquí, pero ni mejor ni peor que los miles y miles de lugares del mundo mundial. Esto lo experimentamos quienes hemos podido salir, y con frecuencia. Pero a los que no lo hayan hecho, les propongo un juego: cojan el globo terráqueo, real o virtual (es decir, de internet), gírenlo y pongan el dedo en un punto al azar. A ver… me sale Hovd, en Mongolia. Miro la wikipedia y me entero de que Hovd es una bella ciudad al este del país, con poco más de 26.000 habitantes, algo así como Jumilla. Seguro que nadie en Hovd tiene remota idea de Murcia, del Entierro de la Sardina, de los Salzillos, del zarangollo ni de la madre que nos parió. Y serán felices honrando a un Buda pasado por el chamán tradicional del nomadismo mongol, al pie de un fértil valle, como tenemos nosotros, que cruza un río, como tenemos nosotros. La pregunta sería: ¿se creerán también en Hovd el ombligo del mundo? Es posible, porque en todas partes cuecen habas, aunque en Murcia nos las comemos crudas.
Este efecto de distanciación me lo enseñó mi maestro Mariano Baquero, eximio profesor ovetense afincado a la vera del Segura, que escribió, entre otros, un precioso ensayo llamado 'Perspectivismo y contraste'. Si bien él lo aplica a la literatura, enseñándonos cómo los grandes escritores usaron este efecto crítico que permite ver con mayor énfasis los defectos de la gente, a mí me ha venido muy bien en la vida corriente: para bajarme los humos de posibles éxitos, y para admitir la dureza de posibles fracasos. Y contemplar mi tierra y mis gentes con la distancia que merecen, huyendo del viva Murcia (o viva Cartagena) con el fin de poder mostrarme crítico con lo que lo merece. Siempre, a partir del cariño natural al lugar que me vio nacer. Baquero empezaba sus clases leyéndonos páginas enteras de 'Los viajes del Gulliver', para explicarnos que en los gigantes vemos agrandados sus defectos, y en los pigmeos, empequeñecidas sus virtudes.
Por eso ni me inmuto cuando el locutor de turno de emisora nacional se salta Murcia en los pronósticos del tiempo, pasando de Andalucía a Valencia sin impunidad. Ni me extraña cuando invitas a comer aquí a un forastero y te dice que no sabe por qué no pregonamos que tenemos la mejor cocina de España. NI me ha molestado experimentar largos y molestos viajes en tren desde aquí a Sevilla, por ejemplo, o a Cáceres, o a otros sitios a los que tenemos que pensarnos muy mucho ir antes de hacer la maleta. ¿Resignación? Quizás. Yo lo llamaría estoicismo murciano, que queda más bonito.
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¿Eso significa omisión del espíritu crítico? Ni mucho menos. Precisamente por practicar la distanciación, por poner perspectiva a cuanto aquí pasa, me sonrojo al enterarme de que el Mar Menor vive sus últimos años; sonrío al oír que, quienes impidieron durante años el soterramiento de la estación de Murcia, dicen ahora que si no fuera por ellos no tendríamos AVE; me canso de explicar a mis colegas de fuera que no todos nuestros representantes públicos se venden por un plato de lentejas, o dan a conocer cartas surrealistas; y me cabreo porque el club de fútbol de mi tierra nos gustaría que fuera el Bayer Munich y solo es un equipo de segunda, mejor dicho, de 2ª B. Como la región.
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