Una ola de impotencia e indignación se acumulaba a lo largo de este verano al contemplar los devastadores incendios de bosques a lo largo de toda la geografía. Esta pérdida irreparable a corto plazo de ingentes masas de arbolado precisa años de inacabable travesía para ... restaurar sus perfiles actuales. Su repercusión sobre múltiples aspectos es palmaria. A la desaparición de elementos esenciales de la biodiversidad –animales y plantas– se suma la falta de arbolado decisivo en su función de atraer la lluvia, en tiempos asimismo aciagos por la sequía. Queda como resultado, en semejante escenario de devastación postapocalíptica, una panorámica de troncos amputados, retorcidos como fantasmas jalonando una grisura visual y anímica desasosegante. De igual suerte privados de su función primordial para generar oxígeno y eliminar anhídrido carbónico. Este compendio de consecuencias nefastas, perniciosas, es extensible a aspectos de la salud humana. En estos lugares amenos el alma se sosiega. Contemplar la visión de paisajes sublimes con masas forestales de verdor frondoso, desde las alturas de sierras y montañas, suscita emociones gratificantes al espíritu, al arrullo del viento que acaricia las copas de los árboles, con el aroma salvífico de las resinas y plantas silvestres. Unas derivas en el ámbito material, al respirar aire puro en estos entornos, de consecuencias saludables.

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Esta circunstancia fue aprovechada durante las últimas dos centurias para establecer las conocidas curas climáticas, respirando aire seco y frío en los sanatorios de montaña dedicados al tratamiento de enfermos con tuberculosis. Enfermedad prevalente, paradigma de la época citada, con edificios situados en enclaves montañosos aislados, rodeados de exuberante vegetación, como el de Sierra Espuña en nuestra Comunidad. En la actualidad, gracias a los avances de la medicina, mudas reliquias, testimonios de un tiempo pasado, al haberse convertido la tuberculosis en infección curable, gracias a la eficacia de la combinación de varios antibióticos, activos para erradicar el bacilo y sus otrora temidas secuelas.

Esta respuesta a una enfermedad causante de una elevada mortalidad durante siglos, en especial en jóvenes, es uno de los grandes avances de la medicina de nuestro tiempo. Sobre el influjo en la sociedad en ese periodo histórico quedan monumentos intemporales en obras maestras de la literatura. En una entidad, la tisis, que marcó la mentalidad colectiva, con una repercusión comunitaria similar a la que en la actualidad tiene el cáncer, como refleja Susan Sontag en 'La enfermedad y sus metáforas'. Se trata de narraciones con escasas variaciones en cuanto al escenario de los sanatorios alpinos, describiendo el ambiente enclaustrado, compartido por un grupo de enfermos marcados por la afectación de sus pulmones. Este espacio cerrado sirve de pretexto para reflexiones intelectuales acerca de las convulsiones de los tiempos aciagos en los que se desenvuelven los relatos. Con un puesto señero para la monumental 'La montaña mágica' de Thomas Mann. En ese marco de convalecencia brotan sensaciones desacostumbradas, presididas por la omnipresente presencia de la muerte. Una consecuencia tenida allí como rutinaria, pero, sin embargo, estremecedora dada la juventud de la mayoría de los que fallecen. En ambiente tan cerrado a injerencias externas, la minuciosa y obsesiva observación de cuanto acontece alrededor de la fisiología de sus pulmones infectados se convierte, de modo obsesivo, en principio y fin de su existencia. Marcando una distancia insalvable con los habitantes del valle, los sanos. Es un texto de lectura compleja, difícil, farragosa, en particular las disquisiciones de dos personajes. Settembrini, un ilustrado, convencido de regenerar la humanidad por medio de las buenas obras, y su antagonista, Naphta, un jesuita que rebate con ardor y profunda altura intelectual sus ideas y, señala, realista, las inquietudes sociales, políticas y religiosas en la búsqueda del hombre nuevo, en consonancia con la filosofía imperante en la época. Es un formidable retrato de la turbulenta sociedad europea de principios del siglo XX, agitada por estallidos sociales y conflictos políticos que convergieron en la Primera Guerra Mundial.

Ahora es una infección rebajada a la consideración de común, sin el aura de sofisticación intelectual de antaño

En similar contexto se desarrollan los relatos autobiográficos de Thomas Bernhard, en su juventud infectado con el bacilo tuberculoso, sometido a diversas intervenciones descritas con un realismo sobrecogedor. Detalla sus experiencias con su particular estilo amargo, desencantado, implacable, en los relatos 'El aliento' y 'El frío'. Puro Bernhard. O como narra con singular originalidad Camilo José Cela a partir de su experiencia las vivencias de un grupo de tuberculosos en 'Pabellón de reposo'. En la actualidad, infección rebajada a la consideración de común, sin el aura de sofisticación intelectual de antaño. Como utopía de similar jaez cabría erradicar el desastre sobre los bosques amenazados por la fuerza siniestra de los incendios. Un anhelo confortable para las agonías del espíritu actual, ofuscado por el inestable talante emocional de nuestra sociedad.

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