La influencia de Nicolás Maquiavelo en la historia del pensamiento político constituye uno de esos hitos que forja un adjetivo en la cultura popular. Todos entendemos qué significa algo platónico, quijotesco o cartesiano. De igual manera, decimos que alguien es maquiavélico en tanto que sin escrúpulos emplea todo a su alcance para hacerse con el poder.
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Partiendo de la condición humana, Maquiavelo arrebató la Política del mundo de las ideas y de la Ética y la rebajó al terreno de lo real y de lo práctico, olvidando aspiraciones divinas. Así, nacía la 'Realpolitik' que, tres siglos más tarde, acuñaría Von Bismark. Maquiavelo, con su afamada obra 'El Príncipe' (más referenciada que leída), atesoraba la imagen de político astuto a caballo entre el pragmatismo y la psicopatía de quien usa a todos como piezas en un tablero de ajedrez para alzarse con el poder.
Como la psicología de las masas no funciona por razones sino por simples asociaciones, como analizaba Gustave Le Bon en 1895, la imagen popularizada del pensador florentino como un Frank Underwood del siglo XXI que justifica cualquier medio para alcanzar su fin no es ni razonable ni justa. Maquiavelo, a lo largo de su carrera diplomática, tuvo que sufrir los desmanes de adineradas familias y diversas formas de gobierno que pugnaban entre sí. Cuando los Médici alcanzaron el gobierno de Florencia, lo apresaron, torturaron y exiliaron. Lo que le impelió a escribir 'El Príncipe' no fue enseñar cómo actuar sin escrúpulos a los poderosos. Poco podían aprender más. En realidad, su experiencia le mostró la necesidad de un Estado permanente y sólido por encima de pugnas y caprichos de familias y tiranos. Maquiavelo fue el primero en usar la palabra Estado en su sentido moderno que hoy entendemos. Partiendo de una concepción humana perversa y egoísta, reclamaba un Estado fuerte que garantizase un orden social y que fuera salvaguarda de los derechos de los ciudadanos frente a las tiranías. En ese sentido, defendía que el fin justificaba los medios, pero el Estado justo era ese fin y no el poder por el poder. Sutil y crucial diferencia.
Tras la crisis de 2008, el malestar social se tradujo en un mayor pluralismo político abriendo el arco parlamentario español. No obstante, lejos de apuntalar la necesidad de estadistas, fue consolidándose una hornada de políticos tacticistas, cortoplacistas y mediocráticos de eslogan precoz que han ido confinando la Política al marketing y las instituciones a meros peones sobre el tablero de sus ambiciones personales. Y Pedro Sánchez con sus inconsistencias, verdades absolutas de media hora y mentiras de coche de segunda mano, se obstina en ser el máximo exponente de esta hornada. La rapidez con la que pierde y vuelve a conciliar el sueño; con la que exhibe y vuelve a esconder los símbolos nacionales en el desván de su vergüenza; con la que denunciaba la corrupción de los demás y con la que calla respecto de los EREs; con la que muta de Doctor Presi a Míster Candidato; con la que propone el enSANCHamiento del diálogo frente al trágala independentista al Estado, relator mediante; con la que criticaba el plasma y ahora evita periodistas fuera de campaña; con toda esa rapidez y su pertinaz inconsistencia es el perfecto heredero de la ancestral picaresca española transformada en su versión de política digital.
Pero se equivocan quienes catalogan su estrategia como maquiavélica. Ojalá lo fuera porque implicaría que, al menos, el fin de todo esto sería reforzar el Estado, garante de nuestros derechos como ciudadanos frente a poderosos y tiranos. En cambio, para Sánchez, el Estado no deja de ser otro medio para su propio fin, situándose a sí mismo por encima de todo y de todos, besamanos y protocolos reales incluidos. Siguiendo el subruralismo de la película de José Luis Cuerda 'Amanece que no es poco', el cacique Sánchez convoca consultas y rogativas a propios para refrendar sus lentejas porque se sabe que, así como todos, incluido el Estado, son contingentes, solo él es necesario. Y como tal, es merecedor de que permee en la cultura popular un nuevo término más adecuado que refleje las ganas de sí mismo a costa de todo. Ha muerto lo Maquiavélico, larga vida a lo Sancheztravélico.
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