Sánchez elige el asiento 11A
Nos queda un Gobierno sorprendente, que respira sin saber si vive
Solo ha ocurrido ocho veces en la historia y no tenemos explicación para ninguna: un avión con más de cien pasajeros se cae y entre ... los muertos aparece un único superviviente. Desafíos a la lógica y la estadística como estos hacen que uno se debata entre pensar si se trata de una heroica victoria de la vida o más bien de un bostezo de la muerte, de un descuido, un accidente dentro de otro accidente.
No me abandona el asombro ante lo sucedido el jueves en la ciudad india de Ahmedabad, donde los servicios de emergencias encontraron a un hombre saliendo por su propio pie de la bola de fuego en que se convirtió su avión tras chocar contra un edificio. Una cámara registró en vídeo el momento en que Vishwash, ocupante del asiento 11A, abandonaba los restos y caminaba en busca de ayuda sin saber que ninguna otra de las 241 personas a bordo había corrido la misma suerte. Poco después, Vishwash se mostraba tan sorprendido como el resto. También él se había dado por muerto –contó ante los medios– antes de abrir los ojos.
Solo unas horas después, con la imagen de la caída del avión todavía repitiéndose en los informativos, vimos cómo el Gobierno de España vivía lo más parecido que hay en el ámbito de la política a una catástrofe aérea: el estallido de un presunto caso de corrupción con ramificaciones directas en el Ejecutivo y el partido que lo ostenta. A Pedro Sánchez le explotaron los motores y, rápidamente, con dos bolas de fuego en las alas, optó, de entre todas las opciones disponibles, por la más extraña: pedir a los ocupantes que bajaran las cortinillas y le dejaran seguir pilotando. El suyo es hoy un Gobierno sorprendente, acomodado en el asiento 11A, un Ejecutivo que respira sin saber si vive.
Lo que sabemos es que las conversaciones recogidas en el informe de la UCO, donde Cerdán, Ábalos y Koldo se distribuyen supuestas mordidas como quien reparte un Bizum tras la cena, dejan una imagen de la que el presidente difícilmente puede desembarazarse: la que le retrata apoyado en esas tres mismas personas en su recorrido por España para recuperar el mando del PSOE tras dimitir como secretario general en 2016, así como tras su llegada a La Moncloa. Demasiadas horas juntos como para que vislumbremos más de tres opciones, ninguna muy edificante: la primera es que el presidente sepa mirar a otro lado como nadie; la segunda, que sea incapaz de detectar el olor a podrido a dos palmos de distancia, una característica poco aconsejable en su cargo; y la tercera, la peor de todas, es que tenga más cosas en común de lo que sabemos con el desagradable equipo del que se rodeó. La sensación hoy es que para el pasajero milagro salir con vida puede ser solo el principio del problema.
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