El pasado año fue el más caluroso en la historia en este planeta donde nos ocupamos de pequeños problemas y descuidamos los grandes. También fue ... el primero en superar en más de 1,5 grados la temperatura de la era preindustrial, según el balance del Servicio de Cambio Climático de Copernicus, que tiene registros desde 1850 y conocimiento suficiente como para ir bastante más allá y apuntar que es probable que la Tierra no haya estado tan caliente como ahora en, al menos, los últimos 100.000 años. La conclusión la comparte el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), uno de los organismos más prestigiosos de cuantos se encargan de observar la olla a la espera de que hierva.
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De antes de 1850, cuando no contábamos con registros meteorológicos fiables a los que agarrarnos ni había nacido aún la persona que una mañana tendría la idea de escribir por primera vez la palabra 'ecoansiedad', nos llegan las evidencias por métodos menos exactos pero mucho más bonitos: los anillos de los árboles, el crecimiento de los esqueletos de los corales, los depósitos de sedimentos de los lagos o las burbujas de aire en los registros de hielo de la Antártida. La poesía del desastre.
Luego está nuestro caprichoso e imperfecto registro personal. «Recuerdo perfectamente cuando era adolescente e iba caminando al instituto en invierno, el agua de la fuente se congelaba. Ahora nada», me contaba el otro día un yeclano, al que podría traicionarle la cabeza, mucho menos fiable para inventariar hitos climáticos que las burbujas antárticas, pero que cuenta con una relación con el frío y su ausencia, como cualquiera en el Altiplano, que merece una escucha.
Pasé tres años abrigándome en aquella tierra, un tiempo en el que también vi esas capas de hielo en las fuentes y los charcos. En los sedimentos de los lagos de mi memoria he tenido que ir haciendo hueco a otras imágenes: las de las trombas alocadas de estos años, las de las lluvias torrenciales, los coches rambla abajo, chocando unos con otros para formar pirámides metálicas, los incendios que duran semanas, los árboles secándose en los montes. Nada que no vinieran advirtiendo los científicos desde hace décadas, aunque eso no haga menos aterradores los registros.
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Paso a paso, seguimos avanzando por ese sendero suicida, y es verdad que al final te acostumbras a que todos los años sean los más cálidos de la historia, pero nunca del todo al frío extraño que deja corroborar el drama cada enero mientras nada cambia.
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