¿Qué define más una fiesta: el baile o la resaca? ¿Quién es más importante: el que impulsa la celebración o el que recoge los ... vasos? Hay preguntas que me hago para matar el tiempo, y en los últimos días todas giran en torno a las muestras desmedidas de euforia, esa emoción que, cuando entra en ti, puede llevarte a hacer cosas muy diferentes de las que crees estar haciendo.
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Así, puedes pretender decir «mi corazón está con vosotros» y acabar haciéndote daño por morderte el labio muy fuerte mientras estiras el brazo al modo alemán de 1944, a pocos días, además, de que se conmemoren los 80 años de la liberación de Auschwitz.
En Francia, hay quien vive tomando el pulso a la euforia global con extrema atención. Sus ingresos dependen de ello. El Comité Champán, la mayor organización comercial de la bebida, ha advertido de que sus ventas y exportaciones llevan dos años consecutivos en retroceso. Y los productores creen saber por qué: no hay mucho por lo que brindar. Lo intentó explicar el copresidente de la organización, Maxime Toubart: «No es momento para celebraciones, con la inflación, los conflictos en todo el mundo y la incertidumbre económica».
Con el aterrizaje de Donald Trump en el sillón presidencial de Estados Unidos, no parece que tengamos que correr para recuperar esas copas que acumulan polvo. Solo se ha escuchado el tintineo del choque del cristal en los salones de los representantes políticos que aplaudían preventivamente al nuevo presidente de EE UU por si al final pasaba lo que ha pasado.
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En el resto del mundo, lo único que se extiende es una preocupación difícil de cuantificar, porque se sustenta en decisiones impredecibles. Lo que Trump ha dejado claro en sus primeros días en el cargo es que esto afectará a todos. Su retirada de la Organización Mundial de la Salud y del Acuerdo de París o la suspensión de cualquier aportación a la ayuda al desarrollo suponen el desentendimiento total del rumbo del planeta por parte del país que más influencia tiene en él, de modo que toca viajar en un autobús cuyo conductor ha pasado de vigilar la carretera a mirarse el ombligo.
Sobre Gaza le hemos escuchado decir que es un enclave «estupendo» junto al mar. Un sitio donde hacer «cosas hermosas». Para la tarea ha decidido retomar el envío de bombas a Israel y ha propuesto deportar a un millón y medio de personas a Egipto y Jordania. Para hacer cosas hermosas, la demolición previa la tiene garantizada.
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Cuando dentro de unos años pare la música y Trump deje de agitar los brazos en los escenarios, ocurrirá lo que pasa siempre en las grandes fiestas: que nos dolerá la cabeza y tendremos que ponernos a limpiar el desastre entre todos.
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