Lo que más echa de menos Suni Williams de su vida anterior es salir a pasear a sus perros y que el día la reciba ... unas veces con viento; otras, con lluvia; y algunas, con un calor sofocante.
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Es la muestra de que puedes echar de menos casi cualquier situación, incluso si antes la considerabas un fastidio, bajo una condición: que te la hayan arrebatado.
La afirmación de esta mujer se entiende mejor cuando te enteras de que lleva desde el pasado mes de junio con el termómetro clavado en 24 grados y sometida a una humedad constante de cerca del 40%: la temperatura de los sistemas de climatización de la Estación Espacial Internacional, donde acumula más de nueve meses encerrada. «Tengo muchas ganas de sentir todo ese clima», ha dicho, y yo he dejado mágicamente de quejarme de esta tercera semana de lluvia consecutiva en Murcia.
Todo lo que hace y dice Suni Williams me parece sumamente interesante desde que el pasado mes de junio se supo que ella y su compañero Butch Wilmore, con el que partió en una misión que debía durar ocho días, tendrían que pasar un tiempo indeterminado en el espacio, no inferior a medio año, a la espera de que alguien ideara un plan para traerlos a casa tras la detección de una avería en su nave.
La aventura debería acabar hoy, 286 días después, aunque ya se sabe que un regreso no supera la categoría de previsión hasta que ocurre, y que el tiempo es una unidad de medida tozudamente relativa, tanto que algunos ya no sabemos por dónde clavarle el diente. Te tomas un café y han pasado 15 años del gol de Iniesta, o del lanzamiento de Instagram, o de las filtraciones de Wikileaks. Lo más cerca que recuerdas haber estado de comprender cómo funciona el tiempo fue el otro día, cuando te dijeron que hacía cinco años de la pandemia y te preguntaste cómo era posible, si podías sentir todavía el dolor de los elásticos detrás de las orejas. Es de suponer que el presente es algún tipo de pliegue, o «una bengala que nos quedamos mirando por mucho tiempo», como escribe el costarricense Jorge Arturo Mora.
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Imagino que no debe ser fácil gestionar el avance de los relojes cuando te quitan las referencias o te ponen delante una tan poderosa que anula todas las demás. Es posible que Williams y Wilmore ya no recuerden cuánta vida cabe en nueve meses, pero mucha y poca. Eso lo definió mejor que nadie una amiga el otro día, cuando le preguntamos cómo habían sido sus primeros 12 meses como madre y nos retrató a todos en ocho palabras: «Los días muy lentos, el año muy rápido».
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