Con la herida hecha, solo queda el tiempo. Para todo lo demás es ya demasiado tarde. Solo se puede dejar correr el reloj y esperar que sus agujas vayan depositando, segundo sobre segundo, una pátina que camufle el dolor aunque nunca lo borre. Hoy se ... cumple un año de la muerte de 13 personas en el incendio de las discotecas de Atalayas que dejó a sus familiares agarrados a una sombra.
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Para algunos el calendario se habrá deshojado demasiado deprisa, –«parece que fue ayer», dice una de las familiares–, para otros, los días parecen haberse detenido. Imagino que ante un hecho que quiebra el resto de tu vida, es posible, incluso, que sucedan las dos cosas a la vez: que el tiempo ya no pase, pero vuele.
Valeria Cervantes, superviviente del incendio, contaba ayer en estas páginas, en declaraciones al periodista Raúl Hernández, que aún sigue teniendo pesadillas con la Fonda Milagros, una discoteca que hace solo unos días fue demolida sin haber llegado a existir oficialmente por falta de licencia. Sabe que también ella podía haberse quedado en aquel fuego que la sorprendió a escasos metros del palco 18, donde se encontraron la mayoría de los cuerpos.
No volvió de allí Olga Lucrecia, a la que su pareja, su hija y sus amigos llamaban 'Lula'. El cariño suele acabar con los nombres compuestos, como si al restar sílabas pudiera acortarse la distancia con la persona querida. A Leidy Paola, que envió un audio a su madre para avisar de que estaba a punto de morir, todos le decían Leidy.
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En la película Saltburn, el personaje de una madre que acaba de perder a su primogénito resume en una frase el extraño dolor de nombrar su ausencia: «Nadie escoge el segundo nombre de su hijo imaginando cómo quedará tallado en una lápida». Jairo, el padre de Leidy, recuerda lo que todos sabemos, que «ningún ser humano está preparado para enterrar a una hija, y menos de una forma no natural, sino por la negligencia de otras personas».
Su indignación la comparten el resto de familiares. Mientras el proceso judicial sigue su curso, cunde la decepción por la falta de celeridad en otro ámbito: el de las explicaciones. El alcalde fue muy tajante el mismo día del incendio al asegurar que el Consistorio removería cielo y tierra para dilucidar cualquier posible responsabilidad, «de dentro o de fuera, caiga quien caiga». Pero nada se ha sabido sobre el resultado de esas indagaciones. Independientemente de lo que hicieran los empresarios, un año después sigue habiendo una pregunta que merece respuesta: quién o quiénes fallaron para que una discoteca sin licencia y con orden de cierre desde hacía dos años siguiera abriendo cada fin de semana.
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