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¿Qué nos está pasando a la especie humana? ¿Será cierto que tenemos la capacidad de autodestruirnos y que somos capaces de utilizarla? ¿Por qué enfrentar a personas contra personas por el color de su piel o por su origen cultural? ¿Por qué nos centramos ... en nuestros intereses particulares, olvidándonos de los colectivos? Hay datos, noticias e informes de tendencia que nos conducen a estas reflexiones y nos hacen pensar que algo no funciona de forma adecuada en nuestra sociedad. Tal vez será nuestro sistema educativo, el desconocimiento de nuestra historia, la creciente desinformación en tiempo de las redes sociales, la generalización de bulos y noticias falsas que se convierten en miedos predicados, la tendencia a la simplificación, los déficits de formación política de la ciudadanía, la tendencia a buscar en el otro el origen de mi falta...
Por dar algunos datos que nos inquietan y nos deben conducir primero a la reflexión y después a la acción, nuestros jóvenes parecen estar perdiendo la confianza en los valores de nuestro sistema democrático. De acuerdo con el Barómetro de una Sociedad Abierta, realizado a nivel mundial en septiembre de 2023 por Open Society, un 35% de los jóvenes entre los 18 y los 36 años optaría antes que por un sistema democrático por un régimen autoritario, sin división de poderes ni parlamento, olvidando las ideas de Montesquieu basadas en la necesaria división de los poderes del Estado en el ejecutivo, el legislativo y el judicial; defendiendo el concepto de soberanía nacional y el valor del mandato representativo frente al mandato imperativo, a la vez que la necesidad de que nuestros gobernantes tomen conciencia de que representan al conjunto de la ciudadanía, no solo a sus votantes.
Los valores democráticos pueden estar en riesgo, se extienden las dinámicas individualistas que se centran en el yo, olvidando el nosotros; el miedo al otro diferente crece en nuestra sociedad, alimentando actitudes racistas, xenófobas, y discursos de odio que nos separan y nos confrontan a seres humanos contra seres humanos, buscando culpables en las diferencias del otro, llevando a un líder político en nuestra Región a afirmar impunemente y sin rubor alguno que las ONG, es decir, el tercer sector de acción social, «se han convertido en los barcos negreros del siglo XXI», acusándolas de colaborar con las mafias de tráfico de personas; cuestionando el trabajo de años por la convivencia, la inclusión social, la lucha contra la pobreza o la acogida humanitaria de los seres humanos que llegan a nuestras costas, cumpliendo con la legislación internacional, europea y nacional.
Esas mismas ONG que colaboran con los cuerpos de seguridad del Estado y con las administraciones públicas para hacer posible el desarrollo en los países de origen y la articulación de vías seguras de llegada a Europa que impidan el trabajo de las mafias que explotan en origen, en tránsito y en acogida. Políticos que desde la más absoluta irresponsabilidad y desde el populismo más ramplón y sin datos, vinculan inmigración con delincuencia, con violencia hacia las mujeres y con inseguridad ciudadana.
Estamos presenciando como la incertidumbre, el paro, la pérdida de identidad, el déficit de espacios de relación, el individualismo, la desafección política y comunitaria están alejando a las nuevas generaciones del ideal democrático, de la participación social y política, convirtiéndose, en ocasiones, en forofos seguidores de 'influencers' que optan a presentarse a procesos electorales en democracia para después actuar contra los valores de la misma democracia, impulsando su descrédito. Tenemos en España el ejemplo de Alvise, un personaje que obtiene 800 mil votos en las elecciones europeas, muchos de ellos entre población joven, sin programa y sin propuestas sobre un modelo social, educativo, sanitario, fiscal, cultural o económico. Seguimos viendo como cada vez más adolescentes admiten estar dispuestos a renunciar a su libertad si eso les garantizase el progreso económico individual, perdiendo la visión de comunidad y olvidando que no puede haber libertad sin igualdad y justicia, que no hay un yo sin un nosotros.
Tal vez por ello el populismo crece a nivel mundial, en Europa y en España, con mensajes cada vez más superficiales, simples y falsos que están calando en la sociedad para desactivarla políticamente, reduciendo la capacidad de elaborar análisis profundos de la situación socioeconómica, del pensamiento crítico y de la cultura política de la participación.
Pero qué es el populismo, qué entendemos por este concepto que atribuimos a determinados partidos políticos y a representantes políticos. Si nos vamos a la definición que nos propone Cas Mudde, politólogo neerlandés, autor de varios estudios sobre el crecimiento de la extrema derecha y el populismo en Europa, «populismo sería una ideología delgada que considera a la sociedad dividida en dos polos antagónicos y homogéneos, el pueblo frente a las élites corruptas, considerando que la política debe ser la expresión de la voluntad del pueblo», confrontando al pueblo con la política y la clase política, dividiendo y estableciendo fronteras entre nosotros y ellos, entre buenos y malos.
El populismo se ha convertido en un ser invisible que se expande como un virus, no solo en Europa, sino en todo el mundo, prueba de ello son Trump en Estados Unidos, Meloni en Italia, Orban en Hungría, Milei en Argentina, Nicolás Maduro en Venezuela, Bolsonaro en Brasil o algunos líderes políticos en España. Un populismo que solo se atajará con formación, diálogo, búsqueda de consensos, reflexión, toma de conciencia del origen de los retos globales y sus consecuencias, con mirada global y comunitaria, frente al individualismo, uniendo en lugar de enfrentando, sumando en lugar de restando, poniendo el nosotros por encima del yo.
Como decía Emily Bronte, «el tirano oprime a sus esclavos y ellos nunca se revuelven contra él, lo que hacen es machacar a los que tienen debajo».
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