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La justicia social se vincula con la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y los derechos humanos. Busca que el Estado pueda crear las condiciones necesarias para la realización personal y colectiva, garantizando el acceso de todos a unos servicios públicos de calidad.
Queremos ... invitar a nuestros lectores a adentrarnos en un juego de ficción. Imaginemos que han pasado cinco años y en nuestro país hemos acabado con la justicia social, como se propone desde algunas posiciones sociopolíticas. Desde esta mirada imaginaria, vamos a visualizar cómo serían las vidas de algunas personas.
María y José tienen carreras universitarias, estudiaron gracias a las becas de educación. Ahora, tienen buenos trabajos y consideran que ganan suficiente. Han vivido en un país con un cierto grado de justicia social, por lo que no se han preparado para lo que venía. Tienen dos hijas. Cuando llegó el momento de que la primera de ellas estudiara, pudieron enviarla fuera. Pero las universidades ya no eran mayoritariamente públicas por lo que el gasto que tuvieron que asumir les consumió los ahorros y los endeudó. La segunda de sus hijas no pudo hacer una carrera. La relación entre nivel de estudios y nivel de vida es directamente proporcional, hasta un 65% de personas sin formación están en pobreza. Al cabo de un tiempo, la hija mayor acabó viviendo mucho mejor que la menor. La desigualdad crecía en ese mundo imaginario y se extendió a la familia..
Patricia se jubiló un par de años antes de que la justicia social fuera abolida. Había pasado casi toda su vida cuidando, primero, a su padre con párkinson, luego a su esposa con cáncer. Como los cuidados no se consideran (ni en este mundo distópico, ni en el real) un trabajo y no cotizan, al jubilarse, le quedó una pensión no contributiva que completaba con otra de viudedad que no le da para lujos, pero sí para vivir dignamente. Pero las pensiones desaparecieron con la justicia social. Patricia ha tenido que ponerse a trabajar a sus 72 años. Tiene las articulaciones destrozadas por la artrosis y el sueldo de camarera de pisos no le llega.
Santiago acabó de pagar su vivienda. Cuando la pandemia terminó, Santiago pensó que había llegado el momento de emprender un negocio que le rondaba la cabeza desde hacía tiempo. Con su casa como aval, consiguió un préstamo bancario que le fue suficiente. Al comienzo, las cosas le fueron bastante bien, pero la justicia social es pieza clave de un sistema que, sin ella, se derrumbaría. En la Región de Murcia, la pobreza actual es del 30,5%. Sin transferencias del Estado, no habría prestaciones por desempleo o pensiones y la pobreza ascendería al 50%. Y es lo que pasó después de acabar con la justicia social. Con una pobreza creciente, el negocio de Santiago cayó en picado y cerró. Después, el banco ejecutó la hipoteca y lo desahució. Desde entonces, vive en la calle en una ciudad que no cuenta con un solo recurso, no ya para detener desahucios o asegurar el derecho a la vivienda, sino para atender mínimamente las necesidades de las personas sin hogar.
Isabel, nuestra vecina, es una profesional liberal de éxito. Cuando quedó embarazada de su primera hija, tuvo claro que sus prioridades eran su carrera profesional y la maternidad. La escasa baja maternal que quiso tomarse corrió por su cuenta. Por entonces, el padre de su hija todavía vivía con ella y asumió parte de los gastos. Pero su pareja decidió marcharse sin explicaciones. Isabel es desde entonces madre soltera. No hay ningún tipo de ayudas para su situación. Ella no veía ningún problema en eso porque, en sus palabras, «cada cual debe ocuparse de lo suyo». A su hija, a los pocos años, le encontraron una enfermedad muy complicada que requiere ingresos hospitalarios, medicación cara y cirugía. Isabel es una profesional de éxito, pero su éxito no está siendo suficiente para pagar la factura médica de la enfermedad de su hija. En el hospital, privado como todos desde que acabó la justicia social, le han dado un ultimátum: o paga las facturas que debe o no la atenderán.
La última historia de este ejercicio de ficción sociopolítica vuelve a María y José. José ha enviudado y se apoderó de él una pena de la que solo encontraba consuelo con la visita de sus hijas. Este consuelo lo ha ido perdiendo. La primera en marcharse fue la mayor de sus hijas, ni la carrera ni el máster que tenía le sirvieron para encontrar un trabajo estable. Sin justicia social, las situaciones socioeconómicas y democráticas se degradan. Tener estudios superiores ya no es garantía de nada y la desigualdad inicial entre las dos hermanas se convirtió en igualdad en precariedad y miseria. Hace ahora ya más de dos años, la hija mayor se marchó a Suecia, allí, más mal que bien, consigue salir adelante. Hace poco, fue la pequeña la que decidió emigrar. Su idea era marcharse a París, pero la ola antijusticia social se extiende por buena parte de Europa y en Francia las cosas no andaban mejor, por lo que decidió cruzar el Canal de la Mancha hacia el Reino Unido. Viajaba en una embarcación precaria con unas veinte personas más. Todas se ahogaron después de un golpe de mar.
Todas estas historias son inventadas, lo que no es ficticio es el riesgo que corre el actual estado de derecho en el que la justicia social sigue siendo un pilar fundamental de nuestra democracia y de nuestra convivencia. Entre las labores de las entidades del tercer sector de acción social está defender los derechos que hemos ido conquistando en las últimas décadas. No debemos consentir que el mundo distópico sin justicia social dibujado en este artículo se convierta en realidad.
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