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Cuando hablamos del cambio climático dirigimos nuestra primera mirada hacia los gobiernos que tienen la responsabilidad de implementar políticas que posibiliten, si no revertir esta ... deriva medioambiental, sí al menos evitar un mayor deterioro del que estamos soportando, y cuyas últimas consecuencias podrían dar lugar a un colapso económico, social o sanitario con efectos intangibles sobre la salud (pensemos sólo el número de afectados por enfermedades respiratorias por contaminación del aire) y, en general, sobre la calidad de vida de los ciudadanos, por no mencionar otras consecuencias difíciles de digerir si no estamos preparados para entonces.
Y no lo estamos porque nunca hay una anticipación a lo constatado a pesar de saberse, sin duda, lo que va a pasar en el futuro inmediato, porque desde hace muchos años, no solo los científicos nos lo evidencian, sino también los múltiples avisos empíricos que se vienen produciendo en cualquier parte del mundo.
Destruimos a sabiendas para reparar, y no preservamos o prevenimos, generando un gasto (hay quien lo llama inversión) de los presupuestos públicos o privados que son desviados para deshacer lo que a veces ya no tiene vuelta atrás, detrayéndolos de otras partidas como las que podrían destinarse a ciencia, sanidad y enseñanza, o las que podrían emplearse para otros avances socioeconómicos.
Muchas son las medidas que se toman a nivel internacional en el marco de esos grandes congresos, foros o convenciones, donde se reúnen la mayoría de los países a nivel mundial, o los países y empresas más influyentes para negociar una serie de medidas, entre otras las emisiones de CO2 a la atmósfera de cada país y el modelo de desarrollo, aunque la mayoría de los acuerdos adoptados queden en una mera ilusión óptica.
Es incuestionable de quién es la responsabilidad última para frenar o revertir esta gravísima situación que vivimos. Pero eso no puede servir a la ciudadanía para autojustificarse en un grave error de planteamiento, creyéndose mera espectadora a merced de las decisiones políticas y económicas.
Tenemos la obligación ética, moral e incluso legal de la preservación y defensa de nuestro planeta, donde lamentablemente la estupidez humana sería capaz de llevarlo a su destrucción por valores tan nobles como la ambición, el egoísmo o el poder del tipo que sea.
Aunque es un tópico decirlo, lo cierto es que los pequeños gestos (imaginemos millones de personas diariamente llevándolos a cabo) contribuirían a reducir de modo muy sustancial los efectos que producimos sobre el medio ambiente. Cuestiones que solo requieren un esfuerzo para interiorizar los cambios de hábitos y que estarían asociados a la racionalización del consumo del agua en los hogares; o el uso de la luz y el gas; o la utilización de energías limpias para el autoconsumo, o contribuyendo a la descarbonización también, en la medida de lo posible con el uso de coches menos contaminantes, la utilización de transportes públicos y por el municipio, contemplar la bicicleta o patinete. Reciclar de forma separada los residuos y eliminación progresiva del plástico en nuestras compras, entre otros usos.
Ya, a otro nivel, estarían las acciones encaminadas a la repoblación de zonas forestales claramente determinadas, como también la formación propia para una aplicación práctica cotidianamente, sin descartar nuestra participación para concienciar y transmitir conocimientos dirigidos a colectivos ciudadanos.
Aunque no debamos descartar nuestra participación en la limpieza de basura en bosques, mares y ríos, es necesario señalar que, aunque este tipo de actuaciones paliativas, lamentablemente necesarias, organizadas por las administraciones o por entidades privadas, son satisfactorias, en modo alguno pueden presentarse como un éxito. Deben mostrarse con preocupación, dado que a mayor número de kilos o toneladas extraídas, mayor ahondamiento en el fracaso social, y de la ciudadanía en particular.
El ciudadano tiene que hacerse visible expresando su compromiso de forma activa de cara a las instituciones y a la propia sociedad. Ha de colaborar en las campañas de denuncia por las redes o en las manifestaciones presenciales, o de otros modos colectiva o individualmente. De nada sirve estar de acuerdo que debemos revertir la situación que vivimos si nuestros pensamientos (y sentimientos) no los ponemos en valor.
¡Cuándo nos haremos conscientes de la capacidad que tenemos, organizada e individualmente, ambas complementadas, de hacer una sociedad mejor!
Ahora es la oportunidad, si no se nos hará tarde, de evidenciarlo en nuestro hogar, el planeta Tierra.
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