Los Reyes Magos, otra cara de una historia
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Aquel relato aporta sencillas y universales lecciones sobre la fraternidad, las persecuciones y exilios, junto a la redención espiritualDIGO VIVIR ·
Aquel relato aporta sencillas y universales lecciones sobre la fraternidad, las persecuciones y exilios, junto a la redención espiritualNos han contado el relato muchas veces. Incluso lo vivimos en la infancia con ilusión, como una historia exótica, lejana y emotiva, ligada a la ... obtención de regalos por parte de padres y abuelos y a una premisa moral bastante laxa que nunca se cumplía totalmente: haberse portado bien durante el año. Se despertaba en la mente una mezcolanza de palabras: pesebre, Dios, ángeles, niño, Navidad, Pascuas, villancicos, Reyes Magos, camellos, pajes y palmeras, junto con imágenes de fuertes con indios y vaqueros, bicicletas Orbea y Juegos Reunidos Geyper de mesa. Seguimos contando este relato a hijos y nietos con amor y nostalgia, aunque en este último caso entorpecido por la intrusión de un ridículo barbudo que quiere relegar este imaginario navideño a los rincones del olvido.
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Sin embargo, esta hermosa fábula nacida en las brumas del tiempo posee otra lectura en la que se ha insistido menos y que ha sido desfigurada con el propósito de otorgarle una intencionalidad de la que, posiblemente, en un principio carecía. El relato comienza en la lejana Belén de Judá hace más de dos mil años. Reinaba Herodes, quien, aterrado por los rumores de que iba a nacer un supuesto rey de los judíos que lo derrocaría, manda matar a los niños del reino menores de dos años. Una familia compuesta por el carpintero José y su esposa María, encinta y a punto de parir, deciden huir de esta matanza, abandonando su hogar para emigrar hacia cualquier sitio, con el terror ciego de quienes temen que los heraldos del crimen lleguen a la casa para matar al niño a punto de nacer. Era invierno, hacía frío, quizá estaba lloviendo. Hubo noches en que brillaban las estrellas con esplendor y lejanía, ajenas al dolor de esta familia, y otras en que las tinieblas de la noche eran tan densas que pudieran cortarse con un cuchillo.
El prudente José llama angustiado a las puertas del camino, a los mesones y albergues para trajinantes y arrieros. En ninguno les dan posada. Eran refugiados, gente sospechosa, indigentes. Al fin, se cobijan en un aprisco, donde María da a luz, entre paja y estiércol, rodeada de pacíficos animales: una mula, un buey, alguna oveja..., quizá más misericordes que las personas, con el cuidado solícito de su esposo y algún condumio recibido de los pastores de aquel ganado, que practicaron con ellos la antigua hermandad de algunos desposeídos: compartir con los caminantes lo poco que tienen.
En estas circunstancias, unos astrónomos llegados de Oriente, que seguían la estela de un cometa, con el cálculo de que les conduciría a un hecho insólito, tropiezan con el aprisco y contemplan las penurias de aquella familia, por lo que les regalan generosos dones para seguir el viaje. Una nueva intuición empuja a José a huir a Egipto, otro país, otra lengua, más tribulaciones, un exilio más lejano. Allí permanecen hasta que muere el tirano Herodes y la familia puede regresar a Israel, pero no a Judea sino a Nazaret de Galilea.
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Esta familia de refugiados y sus avatares, destinados en principio al anonimato, a la indiferencia del olvido, como tantos millones de trágicas peripecias protagonizadas por perseguidos, pobres y excluidos por la maldad de los poderosos, corrieron la suerte de formar parte de un relato repetido por la tradición y libros como el 'Nuevo Testamento', que le otorgó un cariz religioso, convirtiéndola en el origen de una nueva creencia. Pero me temo que el paso del tiempo ha ido edulcorando su peripecia trágica de fugitivos, de perseguidos por los poderes políticos judío y romano, a quienes solo socorren otros desheredados como ellos.
Aquel relato, al que intenta desbancar una mitología nórdica de nieves y renos, presidida por un ser desconocido, cuya venida abre la puerta a un feroz consumismo carente de sentido ético o moral, aporta sencillas y universales lecciones sobre la fraternidad, las persecuciones y exilios, junto a la redención espiritual y, quiérese, una simbología de esperanza para los pobres, los enfermos, los caídos en desgracia y los necesitados de toda ayuda.
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Pocas veces la Historia o la leyenda han relatado el acontecer de personajes de tan humilde procedencia. Las crónicas y tratados se reservan a monarcas, victoriosos generales y gentes de noble cuna. Por eso, esta edificante fábula de perseguidos y menesterosos, de gentes sometidas a las sevicias del poder, nos trae a la memoria las imágenes de otros rostros, de otras familias semejantes a ellos que, estos días aciagos, mientras brillan por todas partes las luces de Navidad y resuenan interminables los villancicos, se agolpan estremecidas tras las alambradas de Polonia, Libia, Turquía, Marruecos y el norte de Méjico, en la frontera con los Estados Unidos, en espera de que alguien los reciba con los brazos abiertos.
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