Leer. No os imagináis el placer que vais a sentir. Lo digo con convicción, porque tengo hijos, y la lectura –para ellos– se ha convertido en un combate.

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La lectura es un placer inmenso que va a desarrollar vuestra imaginación, que os va a permitir ... abriros a mundos radicalmente nuevos en los que no habríais entrado si no fuera por las palabras, que os va a permitir entender quiénes sois, que va a poner palabras a aquello que sentís y que ni siquiera sabéis sobre vosotros.

Que una persona, totalmente desconocida, a la cual nunca habéis visto y a la que probablemente nunca veáis, os susurre al oído, en el silencio de la lectura, cosas que nunca habríais comprendido sobre vosotros si no las hubierais leído.

Aprendemos más sobre el ansia de aventura leyendo 'Robinson Crusoe' que yéndonos de viaje. Aprendemos más sobre el deseo y los celos leyendo 'La Prisionera' que por la experiencia propia.

Y cuando tengáis celos, porque queráis a alguien que no os quiere, basta leer a Proust para entender ese sentimiento, para ponerle palabras. Esas palabras os van a calmar, porque os harán comprender que formáis parte de una comunidad que siente las mismas cosas, que no estáis solos. Esa es la singularidad de la lectura: es una actividad solitaria que os abre al resto del mundo. Estamos solos, pero nunca estamos tan cerca de los demás como cuando leemos un libro.

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Leed. Apartaos de las pantallas. Salid de las pantallas. Las pantallas os devoran, la lectura os alimenta. Esa es la diferencia. Las pantallas os vacían, los libros os llenan. Esa es la diferencia.

Es un combate, está claro. Las pantallas saben daros, como a las ratas, pequeños estímulos nerviosos que os obligan a seguir pegados a ellas. Pero, por desgracia, eso no os permitirá desarrollar vuestra libertad.

Los libros son un arma de libertad, y las pantallas pueden convertirse, muchas veces, en instrumentos de sometimiento.

Pueden influir en vuestro consumo, en vuestro comportamiento, en vuestras prácticas, en vuestra opinión, en vuestros gestos para orientar vuestros pensamientos.

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Los libros os dan libertad. Las palabras os dan libertad. Porque cada uno de vosotros es único, y los libros os permitirán descubrir hasta qué punto.

Normalmente, en estos artículos, soy yo el que habla en primera persona. El que expresa, con palabras, sus ideas y opiniones, sus anhelos, su rabia e indignación.

No ser un colaborador fijo, de cita semanal con los lectores, me obliga a elegir bien los asuntos y temas.

Somos muchos los que queremos escribir, los que disfrutamos de este púlpito que representa el periódico y, por ello, espaciamos los artículos con un tiempo prudencial, inconcreto, indeterminado, que cada uno se fija a sí mismo. Como una regla no escrita. Como quien respeta el turno de una cola invisible.

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Hoy me tocaba, más o menos, compartir las palabras con ustedes.

Pero hoy es distinto. Lo hago como un mero transmisor, un escribiente, un copista, un amanuense. Porque las palabras entrecomilladas que conforman este artículo no son mías. Podrían serlo, ansiaría que así fuera, de hecho. Y las suscribo, desde la primera hasta la última.

Pero que las dijera yo no tendría ningún valor. No sería relevante, ni podría ser, en modo alguno, un acto subversivo, capaz de remover, de movilizar.

Sería, como mucho, un artículo más, al que el día de mañana, otro articulista, el siguiente de la cola, habría puesto fecha de caducidad.

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Son palabras de Bruno Le Marie, ministro de Finanzas del Gobierno de Francia. Ya saben, ese país que lideró una revolución, liberando a los pueblos de la opresión, negando el autoritarismo, poniendo al individuo en el centro de la sociedad.

Lo que este osado ministro plantea es otra revolución. Esta vez, sin guillotinas ni mosquetones, sin pistolas ni cañones. Armados, nada más, y nada menos, que con libros. Como en el óleo de Eugène Delacroix, La Libertad guiando al pueblo, asumo mi condición de soldado, y al trabajador, al burgués, al estudiante, a los niños, al moribundo, al héroe caído, al guardia suizo, al coracero... que en aquel cuadro, seguían a Marianne, me sumo, como un simple escribiente, renunciando a mis palabras por un fin mucho más noble.

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