Es un proceso cíclico, los brujos aparecen de vez en cuando para enredar y dar satisfacción a ese porcentaje de espíritus a los que la vida se les queda estrecha y necesitan lo fantástico reverberando en sus egos. En los años sesenta triunfó un libro ... con el mismo título de este artículo escrito por Louis Pauwels y Jacques Bergier, que puso en marcha tres décadas de libros y programas de televisión esotéricos sobre extraterrestres, astrología o alquimia con autores como Von Däniken o nuestro Fernández del Oso. Todavía queda como secuela de aquella ola el inefable Iker Jiménez y sus ambiguos programas entre la seriedad grotesca y la broma inverosímil, complementando el adoctrinamiento controlado por radicales políticos o religiosos. Un goteo irracional que cumple su misión perturbadora.
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Pues sí, en estos últimos años vuelven los brujos en forma de hordas de buscadores de adrenalina sintética en la cartesiana duda. ¿Habrá algo más subversivo que la duda? Descartes tuvo que huir de Francia para evitar a quienes veían en su ruptura cognitiva el riesgo del hundimiento de las certezas oficiales. Vuelven los brujos cuando advierten que no hay disparate que su clientela potencial rechace; que, al contrario, si se aumenta la apuesta, los adictos gozan más y más reclaman. Claro que no advierten que los sacan de unas certezas para situarlos en otras. Es verdad que, en el tránsito, está el placer de situarse en un plano que incrementa su autoestima. Es el plano de saber lo que nadie sabe; de estar en el secreto de las cosas; de contar con el tercer ojo. Ahí es donde han echado sus redes los vendedores de crecepelos; los portadores de túnicas estampadas de estrellas y los que expiden botellas con líquidos de color sospechoso con etiquetas que ponen 'Tenías razón', 'Todos te engañan', o más peligroso aún, '¡Vota lo que yo te diga!'.
Todo esto podría ser pintoresco si estuviéramos ante grupos reducidos de incrédulos ignorantes buscando una justificación a por qué dejaron de estudiar. Pero no, el peligro ahora es mayor, porque los gestores de carreras políticas, necesitados de una base electoral nueva, rebuscando en los basureros mentales, han encontrado a la verdad debilitada gracias a la labor de zapa de la posmodernidad académica que, sin proponérselo, les han dado las claves intelectuales para actuar. Si es grande el daño que los políticos cínicos pueden hacer con esta poderosa arma de la anti-verdad, qué decir de la responsable de Educación recién aterrizada en nuestra Región, que realmente cree en los más delirantes bulos. Un tipo de político que corrompe los delicados equilibrios que conforman las mentes de nuestros jóvenes, además de exhibir un zafio humor con su papel de responsable política actuando como si fuera un capitán Schettino, aquel legendario cobarde que dejó a sus pasajeros bajo el agua, y nos manda a todos a vacunarnos 'para ver qué pasa'.
Unas formas confusas de hacer política que van más allá de las clásicas críticas a los sofistas griegos, que pensaban que las discrepancias entre ciudadanos sobre una misma cuestión tenían origen en el carácter polifacético de las cosas y no en la mala fe. Pero, ahora, se ha dado un paso más allá del espejo que separa realidad e imagen, entrando definitivamente en el universo oscuro de la mentira premeditada proclamada con rostro de cemento, ante una audiencia atónita, que ve la mentira en las comisuras de sus mascarillas. Una actitud decidida que será difícil de extirpar dado el éxito que ha tenido, no solo atrayendo votantes habituales, sino llevando oblicuamente la democracia a donde nunca estuvo, reduciendo así las bolsas de abstención. Una conquista que no puede ser vista como un avance, pues cuando acaben las verdades alternativas, estos electores perezosos volverán a su siesta política.
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Finalmente, el descorazonamiento llega al fondo del pozo, cuando vemos obscenas exhibiciones de desprecio por la ciencia o grupos de científicos, como Médicos por la Verdad, proclamar con jerga sofisticada el engaño cósmico al que supuestamente estamos expuestos con la naturaleza de la pandemia. Colapso moral que se completa cuando escuchamos a responsables de instituciones académicas respaldar con jerga cheli –castiza y marginal– teorías lunáticas, como que el coronavirus está creado premeditadamente por un famoso informático y un desconocido financiero para asegurarse el control político y económico mundial mediante la implantación de un dispositivo electrónico bajo la piel en el momento de la vacunación. «I've got you under my skin...», componía Cole Porter y le cantaba Virginia Bruce a un James Stewart recién afeitado que, si fuera uno de nosotros, se preguntaría amargado: ¿qué hemos hecho mal para que todavía resuene fuerte este estribillo en nuestro tiempo? La respuesta está en el retorno de los brujos.
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