Aviso a liberales sin clase
Desde que la izquierda comenzó a abandonar la lucha de clases por las identitarias, el sistema de representación se ha venido degradando con una celeridad enorme
Yo creo que el viejo marxismo tiene vigencia. Esto no lo digo para epatar a cuantos amigos me consideran liberal. Quizás me engaño a mí ... mismo, cosa, por otra parte, muy habitual, incluso universal. Los psicoanalistas viven de esto. Pero creo que no me engaño demasiado si me considero a mí mismo un liberal progresista. Esto no me impide, sino todo lo contrario, me impulsa a afirmar que el marxismo aportó dos categorías de enorme valor para la democracia liberal, cuya pérdida está teniendo efectos letales en nuestro sistema. Me refiero a las categorías de 'clase' y 'mercancía'. Me interesa la primera aquí.
Desde que la izquierda comenzó a abandonar la lucha de clases en favor de luchas identitarias, el sistema de representación se ha venido degradando con una celeridad enorme. La derecha moderada no ha sabido conectar ni ocupar este desfase representativo. El concepto de 'clase' les venía demasiado prestado y, en su discurso, poco creíble. Aquí la extrema derecha les ha adelantado por la ídem, entrando al juego identitario.
Es un suicidio colectivo eso de la batalla cultural, en la que, sin duda, el primer damnificado será, es, el liberalismo, el sentido liberal de la democracia. La batalla cultural encubre una batalla de la identidad, es decir, un camino sin salida, una basura dialéctica que se le da muy bien a los voceros, los mamandurrios y los mamporreros de todos los bandos. Las condiciones de posibilidad de una batalla cultural son de tal calibre antiliberal, que asumirla como terreno de juego implica ya la pérdida por adelantado de dicha batalla. El liberal ya ha perdido al entrar en la batalla. Jamás la ganará porque es una batalla dispuesta contra el liberalismo. Así, pues, yo acuso un poquito, sólo por grandilocuencia, pero aun así, yo acuso de antidemócrata impensado a cuantos consideran que debe darse la batalla cultural. Si es un verdadero demócrata, saldrá escaldado: y entonces le diremos algunos: pa qué te metes, si no sabes torear, pues que has confundido ser demócrata con ser acróbata de circo mediático.
Considero que hay que dar la batalla marxista: la de la lucha de clases. Y aquí me freno. No la lucha de clases en el sentido tradicional revolucionario, pero sí en el sentido de recuperar una perspectiva de lo político atenta a las discriminaciones materiales, que son las que tienen mayores consecuencias para la vida real.
Soy un firme creyente en la igualdad entre las personas. Así, cuando las mujeres salen a las calles a reclamar lo que es suyo, pienso que todos debemos apoyarlas. Sin embargo, creo que la Sra. Botín tiene más en común con Carlos Torres Vila (presidente del BBVA), que con su asistenta. Desde luego que una foto de Ana Botín junto a su asistenta, en una maratón solidaria por la igualdad, con sus dorsales, sería un verdadero icono, un verdadero emblema epocal, que a día de hoy, me temo, se tragaría sin percibir el hedor de la hipocresía del evento.
La situación para la democracia está, creo, peor de lo que parece. El crecimiento de la ultraderecha me preocupa hondamente, pues está destinada a ganar la batalla cultural. Su discurso encaja muy bien con todos aquellos que se han quedado sin representación, porque no tienen más identidad que llegar a final de mes y sacar adelante a sus hijos. Estamos alimentando una olla a presión.
Hoy se habla mucho de visibilizar todo aquello que ha venido siendo silenciado. Pues bien, yo hoy aquí invoco como liberal y denuncio que la clase trabajadora es la gran silenciada de nuestras democracias. Un partido liberal moderado debiera darle visibilidad. Otra cosa es que los consejeros y gobernantes de ese partido liberal moderado prefieran irse por las ramas identitarias y dar la batalla cultural que están abocados a perder sólo por darla. El PSOE ya la ha perdido, aunque gobierne. Ahora le toca al PP perderla, aunque llegue a gobernar de nuevo alguna vez. Qué ganas de equivocarme tengo.
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