Putin, el ultraderechista
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Con la invasión de Ucrania, el mundo asiste, por primera vez en el siglo XXI, a una confrontación bélica entre el modelo nacionalpopulista y el modelo democráticoMAPAS SIN MUNDO ·
Con la invasión de Ucrania, el mundo asiste, por primera vez en el siglo XXI, a una confrontación bélica entre el modelo nacionalpopulista y el modelo democráticoPutin es un dictador de ultraderecha. Poco más habría que añadir. Aunque parece que las circunstancias lo requieren. Toni Cantó –una de las personas más ... devaluadas de la política española– afirmaba el pasado domingo que se manifestaba «contra el comunismo». Tal afirmación ya no tiene siquiera la capacidad de enervar –tan solo provoca consternación–. Los más cafeteros saltan nada más unir el término 'ultraderecha' con el de Putin, advirtiendo que algunos vemos ultraderechistas por todas partes. Sinceramente, si fuera una dictadura comunista no tendría problema para calificarla como tal, de la misma manera que nunca he dudado en calificar a China y Cuba como dictaduras. No tengo ningún complejo intelectual. Digo lo que pienso, como me da la gana y sin esperar prebendas de nadie. Y, aclarado esto, repito: Putin es un dictador de ultraderecha. La dificultad de algunos para reconocerlo solo se puede deber a una simple cuestión ideológica –cosa nada descartable en muchos casos–, o a la 'suspensión histórica' de la que ha sido objeto Rusia, y que ha terminado por convertirla en un anacronismo. Desarrollando brevemente esta segunda explicación, hay que afirmar que, para una parte importante del imaginario colectivo del planeta, Rusia seguirá siendo para siempre la Unión Soviética. El poder simbólico tan potente de la polarización que vivió el planeta durante la Guerra Fría ha ocasionado que, en cualesquiera de sus formulaciones posteriores, Rusia permanezca como un espectro del comunismo. Y, en el caso de Putin, este anacronismo espectral que filtra la imagen de Rusia se ve reforzado por el hecho de que su geopolítica pretende calcar a la de la Unión Soviética. Pero –y he aquí el matiz no menor– la reconstrucción, por parte de Putin, del cordón de seguridad que pretende servir de contrapeso a la OTAN no la está realizando desde el comunismo, sino desde un ultranacionalismo conservador.
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Tras las multitudinarias manifestaciones de 2011 y 2012 en Moscú y otras grandes ciudades rusas, Putin decidió revisar el sistema que había construido desde el año 2000 e implementar una «nueva moralidad política» que custodiara los valores morales y tradicionales rusos. En esta transición desde un sistema democrático a un sistema moral, la Iglesia ortodoxa se perfiló como la institución encargada de aglutinar todos aquellos valores que definen la identidad rusa. De hecho, durante la campaña electoral de las elecciones de 2012, el patriarca Cirilo I utilizó el púlpito para promover el voto de los feligreses hacia Putin –hecho este que condujo a las Pussy Riot a ejecutar su célebre 'Punk Prayer' en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú–. Desde entonces y hasta el momento presente, el proyecto de moralización nacional de Putin ha conocido diferentes hitos, entre los que se encuentra la guerra abierta contra el feminismo, una furibunda LGTBIfobia y la despenalización de la violencia de género. En el discurso que acompañó la invasión de Ucrania, Putin enfatizó, además, que esta acción venía obligada por la necesidad de defender los «valores tradicionales rusos». Conviene recordar, en este punto, que, tras la muerte de Lenin, la Unión Soviética construyó un sistema cultural que pretendía depurar la poderosa influencia de la cultura y de la tradición rusas. Es decir, mientras que el comunismo favoreció el olvido de los valores tradicionales rusos, el ultranacionalismo conservador de Putin los potencia. La Unión Soviética y la Rusia de Putin coinciden en su estrategia geopolítica, pero se encuentran en las antípodas en todo lo demás.
Baste añadir –para todos los Toni Cantó que transitan por la vida– que los aliados de Putin en el tablero internacional no son precisamente representantes del Ejército Rojo: Bolsonaro, Marine Le Pen, Salvini, Alternativa para Alemania, Trump, Hazte Oír... Lo mejor de lo mejor de la ultraderecha y el neofascismo mundial. De hecho, y como apuntaba acertadamente hace unos días el escritor Javier Cercas, con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el mundo asiste, por primera vez en el siglo XXI, a una confrontación bélica entre el modelo nacionalpopulista y el modelo democrático. Ni más ni menos. La reconfiguración del orden geopolítico de la Guerra Fría se está llevando a cabo en sincronía con el resurgimiento, en Europa, del populismo de extrema derecha. Y eso nos aboca a un panorama completamente desconocido, abismal. La división en dos bloques nítidos –occidente y oriente, capitalismo y comunismo– ya no sirve. Ahora todas las naciones juegan al neocapitalismo, y las ideologías ya no tienen la capacidad de compartimentar y servir de fundamento para coaliciones. La caída de Rusia del lado de China supone que un totalitarismo de ultraderecha con nostalgia del orden territorial de la Unión Soviética se alíe con un régimen comunista fundamentado en el ultracapitalismo. De locos. La ultraderecha europea no tardará en abandonar su posicionamiento políticamente correcto con respecto a Putin para mostrar su verdadero rostro. No en vano, el pasado el miércoles no se pudo hacer una declaración institucional en el Parlamento de Aragón contra la invasión rusa de Ucrania porque Vox se negó. La cabra tira al monte. Y es que, en rigor, todas las políticas que Putin ha activado en Rusia durante la última década son las mismas que la ultraderecha querría para España. Localicemos bien el problema porque, de lo contrario, no seremos capaces de solucionarlo nunca.
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