En un reciente artículo proponía clarificar los conceptos de liberal, conservador y reaccionario que, al menos nominalmente, se sitúan en la derecha política. Ahora propongo echar un vistazo a conceptos casi simétricos en la orilla izquierda del torrente social y así componer el cuadro general ... en el que se desarrolla nuestro drama político. En ese artículo se definía el liberalismo como un programa que no se completaba en la derecha porque se imponían las pulsiones conservadoras y reaccionarias. Es decir, porque, en una suerte de sinécdoque política, se tomaba la parte por el todo dándole el nombre de 'liberal' al parcial liberalismo económico o libertarismo. En efecto, si el liberalismo tiene tres dimensiones: la económica, la política y la social, en la derecha es la dimensión económica la que prevalece fundamentalmente.

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Es en la orilla izquierda donde el liberalismo integral completa su programa con su dimensión social (divorcio, aborto, eutanasia, matrimonio igualitario, feminismo...). Los actores de este liberalismo se autodenominan progresistas. El progresista es, esencialmente, el liberal de izquierdas que, en esta época, comparte con el liberal de derechas su amor por la libertad política. Así, el programa liberal se cumple plenamente del siguiente curioso modo: en la derecha con la dimensión económica, en la izquierda con la dimensión social y, en ambos lados, con la dimensión política, es decir, como democracia.

El socialismo proporciona el espíritu que dota a la izquierda de sus rasgos más reconocibles; del mismo modo que el liberalismo económico impregna a toda la derecha. En efecto, no se es de izquierdas si no se proclama algún grado de igualdad económica, del mismo modo que no se es plenamente de derechas si no se postula la libertad económica. El progresismo es también marca de la izquierda, pero no basta si no va acompañado de una actitud adversa al liberalismo económico. Es decir, si no va acompañado de una vocación clara de un uso social de la riqueza; por eso, se constata que el socialismo y el progresismo conectan entre sí con naturalidad, del mismo modo que lo hacen el conservador y el liberal económico por considerar ambos que la propiedad privada es el principio de toda libertad.

Si el socialismo es, fundamentalmente, una propuesta adversaria del liberalismo económico, tanto en una versión moderada como libertaria, o extrema como anarcoliberal que postula el estado mínimo, simétricamente, el conservadurismo es adversario de las opciones progresistas, al menos en su versión radical anarcoprogresista –que propone un constructivismo extremo, que se traduce en propuestas como que no hay diferencias de sexo o en que todo está contaminado por la represión patriarcal–. Ejemplos de lo aquí planteado es el caso de la ley del 'solo sí es sí' propuesta por los liberales de izquierdas (progresistas) o en las propuestas de bajadas de impuestos de los liberales de derechas (libertarios). En efecto, los progresistas plantean una ley menos punitiva que horroriza a los conservadores y los libertarios proponen un destrozo del estado social que repugna a los socialistas.

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El revolucionario surge cuando el socialismo se percibe estéril –el marxismo es una reacción al socialismo utópico–; del mismo modo que el reaccionario surge del miedo conservador a la revolución. Son los efectos de la ira, de la impaciencia. Se trata de una caída desde la moderación, que requiere sutileza y un alto consumo de energía psíquica para el acuerdo, a las versiones extremas de la izquierda y la derecha, que son posiciones de baja energía intelectual que liberan ruido y furia. En tiempos radicales, la dimensión liberal se debilita y tanto el liberal económico como el social son arrastrados por los polos extremos de cada orilla provocando dictaduras en las que se imponen las voces estridentes, impacientes, llamando a proclamar la hartura y el enfrentamiento cainita. Estos dos polos viciados usan la violencia porque creen en la sangre como redentora. Usan el campo de concentración como preventivo y el cadalso como correctivo. Están poseídos de certezas firmes que confunden con la verdad y atacan la base de la libertad que es sutil, compleja y, por tanto, frágil. Son consecuencia de la pereza intelectual y nos amenazan en cada país occidental y en las fronteras de nuestra zona geoestratégica.

Tanto el socialismo como el conservadurismo deben resistir, impregnados de las posiciones liberales, la tentación de imitar las nuevas formas del autoritarismo de siempre. Tentación que viene envuelta en el peor populismo. Se requiere un liberalismo realmente integral en sus tres dimensiones para que sea el puente entre las dos irredentas orillas ideológicas. Desgraciadamente, nadie lo ha encarnado de forma completa hasta ahora, a pesar de algunos experimentos –ya fracasados– que optaron por posiciones liberal-conservadoras despreciando, con gran ceguera política, las posiciones social-progresistas.

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