Desde la ventana de mi despacho se ve la exposición casi completa de ArtMadrid, una muestra anual de las mejores obras de arte contemporáneo que, ... a pesar de su importancia, no tienen el nivel suficiente como para exponer en ARCO.

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Mientras escribo estas líneas un viernes por la tarde cualquiera, con un vídeo de YouTube de fondo con la típica música con sonido ambiente que uno encuentra en un ascensor moderno, observo a los asistentes a la exposición.

Es curioso el mundo de los submundos: el de la política, el de la cultura, el de los médicos, el de los funcionarios, el de los murcianos y hasta el de las madres que comparten grupo de WhatsApp del colegio de sus hijos. Respiran el mismo aire que nosotros y sin embargo tienen vidas completamente distintas que apenas somos capaces de entender. Por ejemplo, veo ahora mismo a un grupo de personas pivotar alrededor de una chica muy joven que enseña una escultura. No tengo ni idea de si es la artista o una simple azafata que hace las veces de introductora de la mercancía. Los que asienten y preguntan pueden ser potenciales compradores, simples fanáticos del arte o quizás turistas que pasaban por el Palacio de Cibeles y han decidido entrar a ver la movida.

Supongo que en el mundo del arte, que vaya por delante que desconozco por completo, hay una serie de códigos de comportamiento o escalas de valor. ¿Los llamados 'grandes coleccionistas' lo son por el número de piezas que tienen, por su calidad o por el precio que han invertido en total? ¿Quién es la persona, personas o estamentos que convierten a un artista en reputado? ¿Por qué Picasso se considera como un mito mundial y uno de los pintores a los que observo desde mi ventana no? Muchas preguntas cuya respuesta probablemente no conozca nunca y, entre usted y yo, seguramente hasta nos dé un poco igual no saberlo.

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Pero al mismo tiempo que mi ignorancia suprema sobre el asunto solo se va a a ver saciada por un momento de curiosidad sobrevenida por haber coincidido en mi lugar de trabajo con un evento así, para todos los que están acudiendo a él seguramente su mundo gire alrededor de lo que para mí hoy es banal. Habrá personas que lleven años esperando una oportunidad semejante, compradores modestos que hayan ahorrado para adquirir algo relevante, soñadores que proyectan su futuro en el lado de la oferta o de la demanda de estas piezas imposibles. Habrá envidias entre los expositores, ese arte abstracto que a mí me parece un garabato será una obra de primer nivel llena de simbología evidente para los entendidos en la materia, el azul turquesa del cuadro será una oda a la profundidad del océano y al respeto por el medio ambiente o un grito imprescindible en favor de la salud mental. Ni idea. Habrá todo un submundo de verdades y realidades a diez metros de mi ventana que sin embargo para mí son un universo diferente.

Y al mismo tiempo que ellos para mí son marcianos, yo para ellos también lo soy. Y todas esas cosas que me quitan el sueño, por las que creo que el mundo se acaba, las que me indignan y deprimen, o incluso las que me emocionan y hacen feliz; para muchísima gente, incluso para usted que me está leyendo, significan tan poco para el mundo como esas líneas perpendiculares rojas que tengo en una escultura enfrente de mí.

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Tendemos a pensar que la falta de empatía y comprensión con nuestra vida es un problema, pero estoy convencida de que es una virtud: las cosas buenas las vivimos de manera innata y nos da igual que no sean compartidas mientras nos vengan bien a nosotros y a nuestro entorno, y las cosas malas, igual que ocurre con una exposición de arte que ha resultado ser un fracaso porque el color naranja no funcionaba bien con la luz del edificio, probablemente podamos superarlas mejor al saber que el resto del mundo ni entiende ni quiere entender que lo que para uno mismo es un drama para el resto no es ni anecdótico.

Hoy es un domingo cualquiera para recordar que mientras tengamos salud el resto da igual. Sobre todo porque, en contra de lo que usted y yo creemos, nuestros dramas no los entiende nadie.

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