Hubo un tiempo, aunque no lo crean, en el que la reducción de las penas y la resocialización de los delincuentes eran cosas de progresistas. ... Entonces, eran los 'fachas' los que querían que se pudrieran en prisión. Hubo un tiempo en el que no hacía falta la venganza para proteger o dignificar a las víctimas. O, quizá, nunca existieron esos tiempos y es solo el recuerdo endulzado de la pérdida de lo que nunca existió.
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Desde antiguo ha sido natural convertir a los delincuentes en el enemigo, en un sentido bélico, deshumanizador. Por eso siempre ha sido tan fácil olvidarnos para ellos de los principios fundamentales de dignidad y humanidad que cimientan nuestra sociedad. Esos enemigos, en otros momentos, y para otros, fueron los terroristas; o los 'menas'. Ahora son los violadores. Todos infrahumanos, sin perdón.
Partamos del obvio rechazo absoluto a cualquier agresión o abuso sexual. Y no solo en un nivel intelectual, sino también en el sentimiento de rabia, de repugnancia, hasta de odio. Pero, además, somos capaces de pensar. Y van a acabar saliendo a la calle. Todos ellos. Bueno, si los matamos no. Lo que, aunque mucho más terrible, acaso puede ser más coherente con el espíritu puramente retributivo que las proclamas de buenismo y protección de las víctimas a través del mero aumento de las condenas; como si eso hubiera podido evitar el delito en el pasado, o convertir al violador tras la cárcel en un ciudadano ejemplar.
Hasta nos ensañamos con los menores de edad: si un menor de 14 años, por ejemplo, tocara sexualmente las nalgas a alguien sin su consentimiento, le supondría entre uno y cinco años de internamiento. No se trata de minimizar la agresión en absoluto, sino de pensar un instante en si ese menor, después de años compartiendo reclusión con otros compañeros de delitos, va a salir de ahí mucho mejor. Descartando que se le ejecute, como sociedad, viviremos con los resultados de nuestra elección.
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Estas cuestiones deberían ser de las que habláramos y no de las chapuzas de la ley. Porque, como lo biológico es dejarnos llevar por la venganza y la violencia, sería bueno pararse a hablar de la utilidad de lo que hacemos. Para qué nos sirve la venganza. Cuál es su coste. Cuál es el modelo de dignidad y cuáles son los mínimos en las garantías y derechos que fijamos para todos los seres humanos, aunque sean los peores seres humanos posibles. Derechos esenciales como la retroactividad favorable de las disposiciones sancionadoras, que ahora parece más un obstáculo machista que un logro conseguido después de milenios de atrocidades, solo compartido por un puñado de sociedades en el mundo.
No voy a tratar ahora de los defectos de la norma, a estas alturas ya está todo dicho. Pero es que el nivel es el que es. Entiendo que el portavoz del Partido Socialista no tenga que ser jurista (tampoco es que sea nada más que político profesional), pero que dijera que, si salían los violadores a la calle por esta ley, se haría otra para que volvieran a entrar, ya es negligente. Que algún jurista debería tener a mano para preguntarle las cuestiones más obvias. Los exabruptos de la ministra de Igualdad y su corte –y cohorte– contra los jueces fachas, que prevarican porque odian al Gobierno, a las mujeres, a la igualdad, y a todo lo bueno que brilla en este mundo, serían graciosos si no fueran tan graves, tan cobardes, tan conscientemente falsos. Pero que nada les estropee la historia de la «derecha judicial», porque así no tiene pérdida: si les dan la razón es justicia, y si no, los jueces son vampiros.
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Por fortuna, el coordinador general del principal partido de la oposición, siempre tan mesurada y constructiva, advirtió del efecto llamada entre los violadores por culpa de la nueva ley. Barcos, aviones y trenes llenos de violadores del mundo viniendo hacia España, por culpa del Gobierno. Cientos de violadores en las calles, corriendo tras los ciudadanos según los van soltando. Un inminente apocalipsis de violencia sexual, desatado por la ministra de Igualdad.
Como hoy ya solo se puede estar a favor o en contra de las cosas, todos han reducido todo el debate a si se está a favor o en contra de los violadores (por facha o por inútil). No importa la política criminal. No hay política criminal. Hay bandos, ataques, venganza y odio. Y en ese mundo cada vez más primario, cada vez hay menos cabida para el pragmatismo, menos espacio para la esperanza y ningún lugar para la razón.
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