En verano, interrumpida la cotidianidad, se ofrece una oportunidad de mirar el pasado reciente, y recapitular. Echando un vistazo a lo que suelo escribir aquí, ... veo quizá demasiada indignación. Reacciones frente a la actualidad jurídica, fundamentalmente legislativa, a veces también judicial. ¿Quejas? Quizá solo lamentos, para lo que voy a conseguir... Pero lo importante de firmar como 'profesor' y no solo como 'yo' es intentar aportar, de forma simplificada –y siempre bajo mi personal criterio– reflexiones jurídicas que alguien alejado del Derecho podría tener más difícil de conocer. Ya querría yo escribir celebraciones y loas sinceras, pero hay lo que hay, y no suele ser bueno.
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Quizá uno de los síntomas de la vejez es el desencanto del presente, y el escepticismo hacia el futuro. No siempre es así: tengo amigos que nacieron ya con cincuenta años –que mantendrán, aunque lleguen a vivir el doble–, y siempre han sido más optimistas que yo. Pero, cuando empiezas a pensar que puede ser que muchas leyes anticuadas, necesitadas de actualización, es mejor no tocarlas, por lo que pueda pasar, ya es difícil mantener una esperanza enardecida.
Si solo fuera el Legislador, la política como clase culpable, sería más sencillo tener fe en una ciudadanía renovadora. Pero, al final, más o menos tenemos lo que merecemos. Y si los políticos actúan como lo hacen, es porque calculan que así se les votará más. Es en el mercado de nuestro voto en el que trabajan, para el que se promocionan, y en vistas al cual actúan. Si eso nos ofertan, unos y otros, es porque eso compramos. Así que somos responsables todos, en lo que nos toca, que para esto tenemos democracia.
En fin, como sociedad tampoco me parece que vivamos un momento grandioso. No por lo que se piense o se defienda, porque haya una u otra moral, sino porque, advierto, y es de lo que más me preocupa –y de lo que más me entristece– una expansión de la intolerancia, encerrada en el propio discurso como única verdad aceptable, que yo no había llegado a vivir.
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Pero yo venía hoy a ser optimista. A céntrame en lo positivo. Y puedo hacerlo. Porque sí que hay una nueva esperanza, muchas en realidad, y nuevas cada vez: por mucho que nos falle la sociedad, siempre nos quedarán los individuos. Y, como profesor de Derecho, además de muchas leyes, tengo la oportunidad también de conocer a muchas personas. Durante bastante tiempo, además, pues en muchos casos tengo la suerte de dar hasta cuatro años a las mismas personas, desde primer hasta el último curso del grado.
La última actividad de este curso, la última de la Universidad de hecho –lo comentó el rector en el acto, no había pensado yo hasta ese momento en el simbolismo que así tomaba– fue una graduación. Un acto sin consecuencias académicas reales que, sin embargo, fue un gran final. No soy yo muy de símbolos y, en un silogismo jurídico cabal, todo aquello que no tiene consecuencias, no es nada en realidad. Sin embargo, miraba a esa promoción –los conocía a todos y cada uno, y hasta los que me faltaban allí–, y me sentía orgulloso. Esperanzado. Optimista, de verdad.
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Soy consciente de la fuerza del tópico de nuestra juventud maltrecha, según el cual cada vez es menos esforzada, cultivada y moral. Pero no es eso lo que yo veo. Quizá es que mi generación fuera ya de las decrépitas, pero en las actuales promociones –y ya he vivido varias– no encuentro una diferencia fundamental con aquellas con las que yo estudié. Hay diferencias, desde luego, y sería absurdo hablar de una 'promoción' cuando lo que hay son muchos individuos distintos. Pero, entre estos individuos, hay personas brillantes, especiales, trabajadoras, creativas. Hay también ganas de vivir, y cada vez existe una menor planificación vital inalterable, que no demuestra un menor compromiso de esta generación, sino la comprensión de un futuro quizá más amplio que ningún otro anterior. Puede que lleguen sabiendo menos de algunas cosas, pero no hay menos ganas de aprender, y toman con fuerza lo que les das. Además, aunque a veces cueste reconocerlo, conocer las leyes de la termodinámica no es hoy menos cultura que saber quién fue Platón.
Los he visto aprender, pensar y crecer. Me hacen sentirme orgulloso de haber sido su profesor, de haber sido parte de esa Universidad. Quizá de haberles podido ofrecer algo que ahora sea parte de ellos. Puede que acaben haciéndolo mejor que nosotros, siendo mejores. Yo quiero creer que sí.
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