Siempre me ha parecido curioso el injusto trato que ha sufrido la memoria. Como característica humana, resulta de las más útiles en casi todos los ... ámbitos y, sin embargo, siempre ha sido de las más devaluadas. Cuando hay niños con peor rendimiento escolar del que sus padres querrían no es infrecuente escuchar «es que mi hijo no tiene buena memoria», como una excusa casi dignificante. En cambio, pocas veces oirán lo de «es que mi hija lo que pasa es que es un poco tonta, no le da». Inteligentes somos, y nos creemos, todos. La memoria, es cosa de los que no son tan listos.
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La memorización vacía es algo inútil en sí mismo. Pero, de ordinario, memoria e inteligencia suelen ser buenas compañeras, apoyándose y potenciándose en un pensamiento conjunto que no es ni recordar ni ingeniar, sino pensar de forma crítica y racional. Pensamiento completo que puede aplicarse a todo, desde a hacer la lista de la compra hasta informarse de la actualidad o estudiar.
De un tiempo a esta parte, acaso siguiendo &ndasho provocando&ndash la estela de la memoria infamada, se intenta elevar a meta el desterrar el papel de la memoria del ámbito educativo, como se viene ahora diciendo &ndashya se verá en qué queda exactamente&ndash de la nueva selectividad. Si se consigue, me temo, se privará a los estudiantes de una herramienta ahora tanto o más valiosa de lo que siempre ha sido.
Derecho, como carrera, carga con la mala fama de ser una carrera memorística. Quizá lo arrastre por la desdicha de tantos opositores que, desde otras formaciones, tienen que engullir los temas acaso más horribles del Derecho Administrativo, sin explicación ni aplicación. Sin embargo, aunque desde luego haya que estudiar, es imposible memorizar todas las leyes. Lo fundamental es, a través del estudio y la comprensión, llegar a un estado de conocimiento muy cercano a la 'intuición'. Como el Derecho, el buen Derecho, es sistemático y coherente, cuando algo está mal, cuando algo falta, lo notas. Como cuando un músico percibe una nota disonante, aunque no haya memorizado la partitura que nunca había escuchado. De hecho, en mi experiencia, quien estudia Derecho solo memorizando, puede tener buenos resultados en primero, ajustados resultados en segundo, y serle difícil superar los últimos años, sobre todo en las asignaturas que presuponen el conocimiento y comprensión de lo ya aprobado.
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Con todo, soy consciente de que el titular de esta columna podía ser engañoso. Alguno habrá empezado a leer pensando que iba a habla de la Ley de Memoria Democrática que, aprobada por el Congreso, acaba de ser remitida al Senado. Pues, vamos a ello también, aunque 'memoria' tenga un sentido totalmente distinto aquí (y se llevan, en agosto, dos mini opiniones por el precio de una).
No creo que esta ley incorpore grandes cambios ni vaya a generar grandes efectos. Vivimos, al fin y al cabo, en una época de leyes efectistas, panfletarias, promulgadas buscando, sobre todo, generar un estado de opinión. Sin embargo, entre los artículos no siempre plenamente inteligibles de la ley, sí me parecen más preocupantes aquellos que proscriben la disensión, aunque sea del que está equivocado. Solo en la discusión podemos aspirar a alcanzar acuerdos. Solo en el contraste podemos intentar descubrir la verdad.
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La verdad no es algo que pueda ser regulado o definido por la ley. La verdad no es democrática. La verdad, a veces, ni siquiera existe. Que la mitad más uno de nuestros diputados llegara a votar que Franco fue un demócrata, no lo haría real. La realidad es compleja y, en muchas ocasiones, hasta contradictoria. Justifique o no el resto de sus acciones, hasta Franco haría cosas buenas. Hasta Hitler, y es uno de los pocos consensos casi universales de 'maldad'. Negar una parte de la realidad, aunque podamos considerarla secundaria, es un ataque a la verdad. Prohibir las otras versiones, en vez de discutirlas y vencerlas, es también minimizar la memoria. Porque ningún pasado se impuso solo por la gracia de las 'fuerzas del mal'. Elevar la democracia a un altar virginal y puro es algo tan meramente simbólico, que la deja vacía, y a sus defensores indefensos.
Muchos ciudadanos han apoyado dictaduras. Entender por qué lo hicieron, situarnos nosotros mismos en esa línea de pensamiento, es lo único que puede hacer que cuando vuelvan esos cantos de sirena, y siempre volverán, podamos verlos como lo que son y defender nuestra democracia sucia, fallida y decepcionante. Mejor que cualquier otra alternativa, y definitivamente real.
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