Ni aunque unos 'datos' sean ciertos, cuestión demasiadas veces discutible, pueden equivaler a conocimiento. Para conocer algo se necesita información, pero también comprensión, contexto y, ... casi siempre, también una perspectiva crítica, experiencia y hasta una cierta intuición. Por eso, con datos en la mano, se puede llegar perfectamente a la equivocación, como también a la mentira. Ya advertía Mark Twain de que «las cifras a menudo engañan... especialmente cuando soy yo el que las arregla».

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Como parte de la publicidad política sobre el vergonzoso fracaso de la renovación del Consejo General del Poder Judicial (del que son responsables y culpables ambos partidos), se ha venido colocando el mensaje de que, en España, los jueces son fundamentalmente conservadores congénitos. Para ello se ha partido de datos insuficientes, convenientemente mezclados con premisas discutibles. Se trata, por ejemplo, de que, en la última promoción de jueces, el 61% nunca haya trabajado antes de aprobar la oposición, en conjunción con que la edad media de aprobado sea de 28 años.

Parece innegable que el sostenimiento económico de un opositor puede ser imposible para algunas familias. Sin embargo, inferir de ahí que el 64% de los jueces son todos hijos de familias 'pudientes', ignora injustamente no solo la abrumadora capacidad de sacrificio de familias más humildes, sino que hay muchas economías intermedias que, con esfuerzo, pueden asumirlo también. Asimismo, se asume sin justificación que las familias más humildes son necesariamente progresistas; o que las que están en mejor situación económica son por fuerza conservadoras. Ya lo desmentía Monedero en Madrid, después de las últimas elecciones, cuando se preguntaba «qué haces con los gilipollas que ganan 900 pavos y te dicen 'voy a votar a Ayuso'?».

Otras voces han presentado otros datos, de la misma última promoción de jueces, como que menos de la mitad de los aprobados tiene padres con estudios superiores (asumiendo que la gente con dinero tiene un mayor acceso al estudio universitario –o, en su defecto, la compra de títulos–); o que solo un 7% de los aprobados tienen familiares que son jueces también. Pero, la verdad, tampoco me parecen datos que alumbren con 'la verdad'. Partiendo de la misma fuente de esos datos, podría decirse que casi un 30% de los jueces vienen de una 'estirpe' jurídica (familiares en el ámbito de lo jurídico), y sería una conclusión igualmente cierta en lo formal, aunque intentara transmitir lo contrario.

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Parece incuestionable que algunos logros solo pueden alcanzarse con un gran esfuerzo que siempre da más resultados cuando se tiene ayuda y apoyo, material y emocional. Tanto como que el apoyo económico, que no es el único sostén pero sí es uno importante, es mucho más fácil para quienes tienen una situación económica más desahogada. Pero ya queda fuera de cualquier dato el inferir de ahí una conclusión como la politización hereditaria de los jueces, que habría de infectar de conservadurismo el CGPJ si estos votaran sus miembros. Pensar que para evitarlo es mejor que sean los partidos políticos los que se repartan los puestos del Consejo, buscando cada uno los perfiles ideológicos más afines al propio, parece también una hipótesis incontrastada. Por no hablar de que, más allá de la ficción del voto al concreto político en cada circunscripción, la selección de los políticos que llega a las listas electorales en cada partido no parece el contrapunto de humildad, trabajo, y mérito verdadero.

Por mi experiencia vital, he podido conocer bastantes jueces. No por ello pienso que el mejor sistema de selección de vocales del Consejo sea elección intrajudicial (como ya escribí en otra ocasión, preferiría el sorteo). Tampoco me hace creer que las oposiciones sea un sistema óptimo de selección del mejor entre mejores (aunque no me sea fácil imaginar un sistema claramente mejor). Pero sí me hace pensar, en lo limitado de mi experiencia, que se trata de gente que, partiendo de una vocación genuina, ha sido constante y se ha esforzado, demostrando un conocimiento cabal en un proceso selectivo muy duro. Desde ese punto de partida, aunque he tenido suerte en quien conozco, hay de todo entre los jueces. Pero como en cualquier otro lugar.

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Lo peor de las cifras no es que sean insuficientes, ni equívocas, sino que precisamente por serlo permiten construir las suficientes conclusiones para que cada uno escoja la que más se acerque a su interés, o a su conclusión preconcebida. Ni siquiera podremos decir que nos engañan, si nos esforzamos en escuchar lo único que aceptamos como verdad.

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