Puede que, cuando me lean por aquí, suelan notarme entre pesimista y cabreado. A veces es cierto. En otras ocasiones, es la expresión de una ... crítica contra lo que creo que debería ser mejor. Les costará más verme triste y, sin embargo, hoy me entristece mucho lo que voy a escribir. Me es muy difícil reconocer que, cuando empecé a dar clases, hace una docena de años, era mejor profesor de lo que soy hoy. Cuando te dedicas a algo que te gusta tanto, y que te tomas tan en serio, es muy difícil aceptar que no eres capaz de hacerlo como crees que deberías. Que preparas peor a tus alumnos. Que tu mejor momento pasó.
Publicidad
Ahora sé más de Derecho de lo que sabía hace una década, grave sería que no fuera así. También tengo más experiencia dando clases, lo que me ha permitido ir afinando qué funciona y qué no, o cuándo algo funciona mejor. Tampoco dedico menos esfuerzo que antes, de hecho, me ocupa bastante más tiempo que cuando empecé. Pero hay algo que nunca he vuelto a tener, y que cada vez queda más lejano: un número de alumnos que me haga posible dar clase a cada uno de ellos, en vez de tener que dirigirme a una clase sin nombre.
Empecé teniendo unos 80 alumnos todo el año. Este año tengo 299, sin contar los de máster, y serían más aún si dos de los grupos que llevo no fueran más pequeños, de la conjunta. Llevo diez años intentando mantener aquel modelo, de 80 alumnos, para cada vez más personas. Cada vez es más difícil y, en algunos aspectos, imposible. Antes, las prácticas, que intento que sean cercanas a situaciones reales en las que podrían tener que actuar como los profesionales que serán, podía corregirlas para cada uno. Enseñarles qué hacían mal o, mucho más importante aún, enseñar, hasta a los más brillantes, cómo hacerlo mejor. De eso se trata, de acompañarles y ayudarles a alcanzar su mejor nivel posible. O de eso se trataba, porque cuando un año acabé con más de 8.000 páginas de prácticas para corregir, aunque me avergüence confesarlo, claudiqué.
Ahora, parece, las cosas pueden cambiar pronto. A peor. Los grupos, que nominalmente son de hasta 80 alumnos de primera matrícula, podrían pasar hasta 100 o más. Si a eso se le suman los alumnos que no aprobaron la matrícula y se vuelven a matricular (que también existen, y pagan su matrícula), los grupos de derecho podrían alcanzar, de ordinario, las 150 personas. Si llevo unos tres grupos al año, serían 450 alumnos, solo en el Grado. Con eso, podremos llenarnos la boca de posibilidades de innovación docente, pero juntar a los alumnos para darles a la vez la misma lección magistral es lo más antiguo del mundo. Podría innovarse, quizá, proyectando al profesor en la pantalla (y así no habría ni que ampliar las aulas). O ponerles directamente una grabación. Pero eso no es educación. Eso no es universidad.
Publicidad
Sí, me estoy quejando en primera persona, y no es algo que me guste, o que me sea fácil. Pero no me quejo solo por mí, ni siquiera principalmente por mí. No quiero trabajar menos horas, ni tampoco cobrar más. Quiero poder hacerlo mejor. Quiero poder recordar los nombres de mis alumnos, reconocerles leyendo una página de ellos y ver cómo, desde su primer escrito al décimo, han construido un yo mejor. Ni siquiera es solo por los alumnos, es por todos nosotros. Porque una buena educación es también un motor, es transformación, es esperanza. No solo por la formación humanística y científica; sino porque nada despierta tanto talento ni tanta vocación como un alumno descubriendo en sí mismo la capacidad y el empeño de poder hacer algo realmente bien.
Pero, claro, una mejor educación cuesta más dinero. Y una cosa es que algo nos importe, y otra muy distinta que nos importe de verdad. Y, como no nos importa lo suficiente, la Comunidad Autónoma nunca financiará lo suficiente a la universidad; y la universidad tendrá que recortar, empobreciendo a sus alumnos. La universidad pública será cada vez peor, y nuevas universidades privadas construirán un negocio en el que garanticen la calidad perdida, esa que hasta ahora era un servicio público que dábamos por supuesto. Los que tengan suficiente dinero, o los que se sometan a largos y costosos préstamos, tendrán una educación de calidad. Los demás tendrán un título que, al fin y al cabo, a veces parece que es lo único que le importa a todo el mundo en realidad.
Primer mes por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.