Primer fin de semana de septiembre y, para muchos, después de la excepción estival, el mundo vuelve a girar. Días parecidos, en semanas similares. La ... verdad es que no es mi caso. Por suerte, no me ocurre a mí eso demasiado. Al contrario, casi tengo un punto de emoción cada vez que van a empezar las clases, lleno el nuevo curso de posibilidades por realizar. Es, sin embargo, cuando llego a estas columnas, cuando me da sensación de estar viviendo todo de nuevo otra vez.
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Pienso que podría escribir de si sí es solo sí cuando es sí, pero ya hablé de ello en otra ocasión. Dije que la ley parecía técnicamente mala, que iba a empeorar la calidad jurídica, aportando inseguridad sin ni siquiera ser estrictamente 'más dura' –si es lo que pretendían–; y que, de fondo, cambiaba más de apariencia que de sustancia, donde probablemente no haya una diferencia real (el consentimiento es lo que es).
Surge la posibilidad de hablar de la desocupación, o de los peligros de que cada uno se tome la justicia por su propia mano, tenga o no razón. Pero ya hablé tanto de las realidades cuantitativas (pese a que no suela ser noticia que hoy a la mayoría de los que me leen no estén sufriendo una ocupación), como del riesgo de que, prescindiendo del Derecho, el más fuerte imponga su criterio. Porque hoy podemos estar de acuerdo y mañana, cuando estemos nosotros bajo su palo, ya no.
También dediqué una columna entera a hablar de la renovación del Consejo General del Poder Judicial, de cómo la falta de un acuerdo es siempre responsabilidad de ambas partes (por más que el publicista del Gobierno será mucho mejor que el de la oposición –hasta más suicida en su comunicación que en su organización–). Sería repetirme si volviera a lamentarme de que ya ni disimulen en un reparto absolutamente politizado, frente al que sería hasta mejor elegir por pura insaculación.
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De los indultos hablé hace no mucho, subrayando que esa sí que era una norma predemocrática, prefranquista incluso, propia de emperadores y reyes y que, sin embargo, habían usado y abusado con gusto de ella todos los gobiernos. Se ha indultado a torturadores, agresores, terroristas y políticos, además de a secesionistas. Y ahora, de nuevo, se va abriendo camino el uso del privilegio del Príncipe para que el Gobierno libere de pagar a condenados por ser afiliados de buena posición en el partido.
Pienso que puedo tratar el tema del aborto. En lo nefasta que fue técnicamente la reforma de hace siete años del PP, no solo por hacer que decidieran los padres de menores que pueden decidir sobre casi cualquier otra cosa –hasta dejarse morir en determinados casos–; sino también porque la norma que colocaron era oscura, ininteligible y hasta contradictoria. Pero es que hasta he repetido, en varias ocasiones, la miserable vergüenza, rayana en la prevaricación, del doloso retraso de más de doce años del Constitucional en resolver el recurso contra la ley de plazos.
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Sobre este tema podría parecer más nuevo que el Ministerio de Igualdad haya tramitado la reforma de la ley del aborto como urgente, cuestión técnica y reglada, porque, en palabras de la ministra, las circunstancias imprevisibles que motivan la urgencia es que «hay muchas mujeres que no pueden abortar». Cáspita, que el impedimento que quiere remover es de 2015 y han venido a darse cuenta este verano. Avisen antes a la ministra de estas cosas, que luego hay que correr.
Pero no es tan nuevo en realidad: qué voy a decir de esto que no se haya dicho sobre el uso del real decreto ley como forma ordinaria de legislar. Y no solo yo, sino hasta el Constitucional (ese mismo que, timorato, ha declarado varias veces inconstitucional la actividad legislativa del Gobierno, pero sin imponer consecuencias jurídicas, no vayan a parecer sentencias de verdad).
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Es verdad que muchos temas tienen largo recorrido, y que otros son recurrentes por su naturaleza e importancia. Pero, más que eso, la impresión que tengo es la de estar bailando al son de una actualidad pendular. O quizá en una espiral decadente, en la que cada ciclo es parecido al anterior por más extremo, más descarado, peor. Las consignas políticas dirigen una legislación cada vez menos técnica, con unas leyes cada vez peores. Y lo que más me asusta es que, desde que llevo yo sabiendo algo de leyes, y ya han pasado varios gobiernos, solo tengo la impresión de que esto no hace más que empeorar. Así que, una sonrisa para empezar septiembre.
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