Cada era necesita a su héroe. Los aqueos, enfrentados a la afrenta de los troyanos, tuvieron a Aquiles. Los españoles de los tercios tuvieron su ... Gran Capitán. Hasta la Inglaterra georgiana encontró heroico a Wellington, el defensor. Ahora, la España democrática ha encontrado en Fernando, presidente de la Región, el héroe que ha llevado a los campos de Europa la batalla contra la amnistía, Sánchez, Puigdemont y contra todas las sombras que, desde el Mordor socialnacionalista, amenazan la nación.

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No es, ciertamente, la proposición de la ley de amnistía una cuestión inane. A mí, no me cabe duda de que es otro clavo más –ni el primero ni el último– en el féretro que, entre todos, estamos construyendo para nuestro proyecto de Estado de derecho. Los que hoy aplauden que Junts y Esquerra se amnistíen a sí mismos hubieran debido aceptar de igual grado que ayer el PP se amnistiara a sí mismo de todo 'Gürtel'. O que mañana, cualquier otro político se perdone a sí mismo, privilegiado ante la ley frente al resto de ciudadanos, por el mero hecho de ser necesario para alcanzar y mantener el poder.

No creo que nadie dude, honestamente, de que, para el presidente del Gobierno, no se trata de nada más que una necesidad coyuntural de siete votos. Para sus subalternos, ya sean admiradores, miembros del partido o magistrados del Tribunal Constitucional, es una mera cuestión de obediencia, reverencia o conveniencia. Todo junto, quizá. Sin embargo, lo que no me parece que haya sido nunca es sorpresivo, por mucho que Sánchez parezca haber cambiado otra vez de opinión. Desde la noche electoral todos podíamos imaginarnos lo que seguía sin demasiado esfuerzo. Esforzándonos un poco, no costaba demasiado verlo tampoco antes de la votación. Ya fuera amnistía, indultos, trenes, ingentes fajos de billetes, o todo a la vez, era lo único que podía pasar, para bien o para mal.

Ahora, López Miras, ha ido al Comité Europeo de las Regiones, órgano consultivo de la Unión, que no decide nada en realidad, a enmendar la Directiva contra la corrupción para que, indirectamente, se prohíba la amnistía española que ató la investidura y sostiene al Gobierno. Cuesta reprochar a nadie que defienda sus ideas y que luche contra lo que considera injusto. Sin embargo, hay algunos reparos en la cruzada de nuestro héroe. Para empezar, que perdió como se sabía que iba a perder. Y, perder en estas lides implica que las gane el contrario. O, lo que es lo mismo, regaló una victoria al PSOE y los nacionalistas que, en el mismo Comité, defendían rechazar tal enmienda bajo la legalidad sin mácula del perdón español. Para terminar, no podemos pretender que Europa nos solucione la papeleta, como si, incapaces de tomar nuestras propias decisiones, necesitáramos un tutor externo que nos hiciera entrar en razón.

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La amnistía es un roto en nuestro Estado de derecho, pero nadie de fuera puede venir a arreglarlo. Sobre todo, porque no es el roto de un tirano que lo haya impuesto con la fuerza de un golpe de Estado. Es el roto del presidente democráticamente elegido, de plena y perfecta conformidad con el sistema que hemos creado, mantenido y engordado durante décadas. Igual que se le dice, con razón, a los independentistas que no pueden inventarse una mágica 'normativa internacional' que ampare sus desvelos, tampoco podemos inventarla aquí nosotros. Sólo en nuestro sistema y desde nuestro sistema se podrá encontrar una solución. Y sólo si alguien asumiera que el problema es el sistema, y no que no sean él y los suyos los que, en este momento, no estén manejándolo desde el sillón.

Podrán ustedes quejarse, manifestarse o indignarse en general. Acaso contra la amnistía por lo que supone, o puede que contra Sánchez por quien es. Pero, en una democracia como la nuestra, los políticos no son el problema, sino el síntoma. Es el sistema el que falla, empezando por los ciudadanos que lo conforman. Entre todos, cada uno con las justificaciones de su propia convicción, hemos quitado o consentido que se quiten ladrillo tras ladrillo del frágil dique que nos protege frente a los abusos del poder. Incluso los que ahora estén contentos, o consigan contentarse, que no alberguen dudas: más temprano que tarde, el trono que están construyendo, del Poder para el Poder y por el Poder, liberado de procedimientos cautelosos, informes objetivos o jueces de carrera, será ocupado por otros. Cuando lo hagan, usarán las mismas formas carentes de límites, pero en otra dirección. Que no digan entonces que no lo vieron venir.

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