Año nuevo y, de nuevo, el severo y riguroso control de nuestros políticos se hace patente. No en vano, es esa responsabilidad ciudadana, de informarse ... y valorar los actos de los que nos representan, el mejor sustrato de un Estado no solo eficaz, sino dotado de una democracia real. En esta ocasión, el examinando ha sido el ministro de Consumo, Alberto Garzón.

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Más allá de bulos hipotéticos o reales, en una entrevista publicada se recogió la literalidad de la siguiente declaración, siguiendo a laudes a la ganadería extensiva de Asturias, parte de Castilla y León, Andalucía y Extremadura: «Lo que no es en absoluto sostenible son las llamadas macrogranjas... Encuentran un territorio español demográficamente depauperado e implantan 4.000, 5.000 o 10.000 cabezas de ganado. Contaminan los suelos, contaminan las aguas y, después, exportan carne de baja calidad de estos animales maltratados» (traduciendo yo del inglés con expresiones que, quizá, no utilizaría el ministro, en español). No hay bulo en el entrecomillado, salvo que el ministro afirmara que el periodista miente. Si, como afirma, solo ocurre que en la entrevista se entrecomillan únicamente parte de unas declaraciones más amplias, entonces será que es una entrevista normal, como todas las del mundo, que nunca son el monólogo corrido del entrevistado. Como un ministro debería saber.

A partir de aquí, el circo. Primero el Gobierno dice que Garzón opina como humano, y no como ministro; lo que el humano ministro desmintió (probablemente, 'The Guardian' entreviste menos al Garzón humano que al Garzón ministro). Casado sale luego defendiendo la ganadería intensiva que Garzón atacó, desde una granja extensiva, acariciando un tierno becerro en un verde prado. Teodoro acompaña, enseñándonos no ya que nuestra carne es de calidad, sino la de mejor calidad del mundo. Todo ello bajo el estandarte de 'Ganadería o comunismo', que me suena más a la 'Patria o muerte' de Fidel que a una frase de Kennedy. No en vano, el cubano tuvo también su etapa de ganadero en jefe (y de genetista, explicando las ventajas obvias de las vacas 'rojas', con «gene rojo», en un discurso de 30 de enero de 1969 que, como no me cabe, les recomiendo que busquen). Hasta en Murcia tuvimos nuestro papel en esta historia, y no menor: López Miras, envió «un mensaje de tranquilidad» al comisario europeo de Medio Ambiente. Menos mal porque, desde la publicación de la entrevista, Europa estaba muy nerviosa. Al borde del colapso, probablemente. Cerrando el círculo, el Gobierno que empezó repudiando a Garzón como si fuera un pobre mentecato que nos toca aguantar por culpa de la cuota de Podemos, ha acabado mostrándose «sustancialmente» de acuerdo con sus declaraciones, cuando ha visto que la defensa de la ganadería extensiva parece que no está funcionando mal entre su electorado potencial en Castilla y León.

Todo lo anterior, en suma, me parece más bien nada. No es que sea un bulo, y decir en una entrevista en el extranjero que España exporta carne de pobre calidad es, ciertamente, representativo de la pobre calidad del ministro entrevistado (del que, parece, tampoco nadie espera mucho más). Pero, más allá de eso, ni se trata de un proyecto de ley de prohibición de granjas intensivas; ni del reclutamiento forzoso de cerdos comunistas; ni siquiera de la imposible discusión de la superioridad organoléptica del cerdo ibérico libre en la dehesa frente al cerdo blanco hacinado de macro granja. Nada. O apenas nada, tal vez.

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Mientras tanto, el 1 de enero de este año ha entrado en vigor la reforma más importante de los últimos años de una de las principales leyes, que afecta en lo cotidiano a todos ciudadanos: la ley de consumo (con un nombre tan largo que me ocuparía el resto del artículo). Una reforma con cambios tan relevantes como aumentar el plazo general de garantía desde dos años hasta tres (esa que pueden exigir a quien les vendiera –que no les engañen enviándoles al fabricante–). Una ley muy torpe en su redacción que, sin embargo, amplía la protección de los consumidores. Una ley, mejorable en varios aspectos, que volvió a ser indebidamente aprobada por vía de urgencia. Una ley, en fin, que va a afectar al día a día de millones de españoles y de miles de empresas. Y, sobre esto, que es puro consumo, apenas nadie se ha enterado de demasiado ni se ha involucrado mucho a Garzón. Mucho menos se ha discutido al respecto. Ni siquiera yo, que he acabado escribiendo del ganado político intensivo. Empezamos bien el año.

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