El que tengamos un presidente del Gobierno que se pone unos pantalones de pitillo para ir al monte incendiado me ha sumido en graves cavilaciones. Claramente es un señor, Sánchez, que nombra a un número incierto de asesores, algunos miles de ellos ocupados de su ... imagen, solo por el gusto de cortarles luego la cabeza a todos. Los tiene ahí para que le propongan las ideas vestimentarias más locas y echarles luego la culpa del cambio climático, y de sus pantalones.
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No se veía nada tan desolador en indumentaria política desde que Jordi Pujol se fue a visitar a alguien importante a una estación de esquí catalana con varios metros de nieve en pleno invierno, colgando sus piernecillas de un teleférico mientras calzaba unos castellanos gastados y con asomo de agujeros (unos castellanos, el padre de la patria catalana) que daba tanto frío mirarlos que los dedos de los pies se nos amputaban solos. No se sabía si Pujol estaba visitando o huyendo. Luego supimos que huyendo, porque para llevar presuntamente dinero a Andorra a través de las estaciones de esquí uno va, como es comprensible, con lo primero que pilla, y deprisa. Un presidente en pitillos que visita en lugar de un incendio no es un presidente que visita, sino uno que huye del país real con el primer trapo que ha encontrado en un contenedor.
Cómo va a tener cuadros relevantes con los más someros conocimientos el actual Gobierno si allí no hay nadie que haya reparado aún en que los trajes azul eléctrico de solapas de un dedo de Sánchez con camisas de cuello de tirilla no es que ya no estén de moda, sino que nunca lo estuvieron fuera de algunos cómicos de televisión, quienes aparecían hace unos diez años con la americana corta hasta el ombligo y pegada con saliva al cuerpo. Sánchez va de cómico de televisión fuera de época y la impresión anacrónica es como tratar de reírse ahora de los diálogos de Monchito. A los pitillos mejor no entrar, solo quedan propios llenos de imperdibles, pintados con lejía y en algún borroka con una jeringuilla colgando del brazo. En USA a Sánchez le dijeron que se parecía a Superman y, aunque desde entonces va de eso, se ha quedado en los pitis para echarse al monte y salir volando y no ha tenido el cuajo de directamente pedirle a Zapatero las horribles mallas con las que dio la vuelta al mundo haciendo 'footing' junto a aquel imbécil del primer ministro británico Cámeron.
Decía el sastre de sir Winston Churchill que nunca había conocido un cuerpo menos proporcionado y vistoso para sus obras, pero que las hacía parecer mucho mejores que todo lo que salió de sus manos. Del presidente del Gobierno español puede decirse lo contrario. Todo lo que toca lo hace parecer barato, tirando a chino. Un político no sobrevive nunca a ciertos gustos en el vestir y pueden llevar a la desgracia a sus naciones. Aznar empezó a cavar su fin al salir en Marina D'Or con bañador pirata fosforescente y, a pesar de la reciente crisis de Gobierno, no creo en absoluto que Sánchez sobreviva a sus pitillos impropios de un caballero, ni a su tendencia hacia los trajes lamidos al cuerpo.
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Pregúntense por qué, por ejemplo, a Ronald Reagan daba gusto verlo.
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