Se acerca la convocatoria electoral de mayo y, a tenor de los modos y los discursos que acaparan el debate público –aunque quizás hablar de ' ... debate público' es demasiado generoso–, nos enfrentamos a una campaña electoral marcada por los mensajes populistas. Resulta sumamente sorprendente la capacidad de influencia que la ultraderecha tiene para escorar el marco de discusión hacia sus intereses y, de este modo, distorsionar la confrontación de programas electorales. La lógica invitaría a pensar que los grandes partidos clásicos –PSOE y PP– deberían imponer su sentido de Estado y su tradición de gobierno para llevar el debate político al espectro de temas que más interesan a los ciudadanos. En un contexto local y global como el que vivimos, con decenas de temas urgentes que deben ser abordados con seriedad y detalle, no nos podemos permitir que la agenda política venga marcada por Vox. El pasado domingo, el candidato por la formación de ultraderecha al Ayuntamiento de Murcia, Luis Gestoso, se refirió a esta circunstancia en su intervención durante el mitin en la plaza de toros de la capital, y lamentablemente tenía razón. Es Vox quien está señalando el camino a seguir a PSOE y PP en lo que –para desgracia del conjunto de la sociedad– constituye un triunfo de los postulados populistas.
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De repente, el debate político en los contextos municipal y autonómico se ha centrado en los supuestos problemas de seguridad que padecemos. Es cierto que el mensaje de 'ley y orden' no es una novedad en el discurso de la ultraderecha y que, desde su irrupción en el tablero político, ha supuesto el eje vertebrador de su programa de regeneración moral. Pero lo que, desde siempre, fue un discurso circunscrito al perímetro de la paranoia ultra se ha terminado por convertir en el anzuelo que han mordido las grandes formaciones. Tanto PSOE como PP se han puesto a hablar de la seguridad en nuestras calles, como si, en verdad, este fuera uno de los problemas apremiantes que tiene nuestra sociedad. Y no lo es. Más allá de un repunte coyuntural de los delitos en determinados barrios y pedanías, ni el municipio ni la Región de Murcia tienen un problema de seguridad. Por más que se intente comprender cómo partidos de gobierno han caído en la trampa tendida por Vox, resulta difícil de comprender; máxime cuando es de todos sabido que uno de los mantras que se hallan en la génesis de cualquier discurso totalitario es el del miedo al otro –el inmigrante, el delincuente, en suma, el diferente–. Las palabras de José Ángel Antelo el pasado domingo evidencian, de forma meridiana, este extremo: «Vamos a recuperar cada barrio, cada calle, y esta región va a ser una zona libre de delincuentes y de inmigración ilegal».
Es difícil que, en tan pocas palabras, se pueda lanzar un mensaje tan estremecedor y con tanta carga de profundidad de odio. Analicemos con cierto detenimiento los términos y el tenor con el que han sido empleados por el candidato a la Comunidad Autónoma por Vox. En primer lugar, el uso de un verbo como «recuperar» viene a dibujar un panorama en el que nuestros barrios y calles están ocupados e invadidos por entidades extrañas e ilegítimas. En ese tendido plagado de banderas españoles, es fácil traducir la semántica contenida aquí: «Nos han quitado las barrios y las calles a los españoles». Y, de seguido, Antelo refuerza esta idea de la ocupación, por parte de los «otros», del espacio urbano mediante la expresión «zona libre». Para Antelo y el populismo ultraderechista, los patriotas han sido despojados del control y del dominio sobre la ciudad. Como si del territorio ucraniano invadido por Rusia se tratara –mala analogía esta, habida cuenta de la filia que Vox siente por Putin–, los pobres españoles salimos cada mañana a la calle pisando los escombros generados por la contienda, y resguardándonos en las trincheras que salpican nuestros barrios. Los más osados llevan una pistola en su bolsillo para protegerse de la violencia de los invasores. Pero no hay por qué preocuparse: Abascal y su escuadrón de patriotas han hecho un repaso exhaustivo de toda la filmografía de Charles Bronson, Chuck Norris o Steven Seagal, y ya saben cómo expulsar a los invasores. Si Chuck Norris salvó él solito a los Estados Unidos de la invasión soviética, Antelo, Gestoso y demás recorrerán las calles de nuestras ciudades y las liberarán de «delincuentes y de inmigración ilegal».
He aquí el segundo bloque semántico a analizar: delincuentes e inmigrantes ilegales. ¿Quiénes son para Vox los «delincuentes»? ¿Entran en esta clasificación los que hurtan, atracan o cometen cualquier otro delito tipificado en el Código Penal o, peligrosamente, la delincuencia es un término demasiado laxo y lábil como para caracterizar a través de él a todos aquellos que no se ajustan al ideario de la ultraderecha? A tenor del histórico de discursos encadenados por Vox a lo largo de los últimos años, delincuente es un equivalente de antipatriota. Y, desde esta óptica del antipatriotismo, el 60% de la población española es puesta bajo sospecha. Pero lo más sorprendente de todo esto es que, ante este discurso delirante, totalitario y supremacista, PSOE y PP, en lugar de actuar como diques de contención, le dan pábulo y comienzan a hablar de la necesidad de policías en nuestras calles y de quién va a crear más puestos.
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Sin ser conscientes de ello –porque hay que concederles el beneficio de la inconsciencia– están contribuyendo directamente a hacer creer al ciudadano que lo que necesita esta sociedad es un régimen policial. Sustituir lo político por lo policial –ese es el gran objetivo de Vox, y ese es el territorio en el que los grandes partidos están dirimiendo ahora mismo su legitimidad para gobernar nuestros municipios y la comunidad autónoma–. Sinceramente, no doy crédito. Y ya no solo porque nos estemos desviando hacia problemas inexistentes, sino porque, de regalo, estamos creando uno que puede ser de una enorme magnitud: el crecimiento de la psicosis y del miedo, la propagación de la desconfianza entre los individuos y, como colofón, el incremento del odio como vector encargado de regir las relaciones sociales.
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