La vida moderna es muy difícil. Cada día es más complicado esto de parecer culto. En tres años hemos desarrollado un fondo de armario argumental ... que bien merece un reconocimiento público de amplia magnitud. Hagamos un repaso sucinto de todo lo que sabemos: licenciatura en pandemiología, máster en volcanes que erupcionan en islas, posgrado en indultos a independentistas, doctorado en sacar violadores de prisión por mala fe del Gobierno, especialización en mociones de censura, desaparición de líderes y partidos y guerras del este de Europa; curso en diputados socialistas que gastan dinero público en prostitutas y cocaína. Al menos éste último era la segunda parte de otro que hicimos hace años sobre utilizar el dinero de los parados en dinamizar la economía alegal.

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Es una locura la cantidad de conocimiento tan dispar que hay que manejar para formar parte de la batalla dialéctica diaria con el compañero de oficina, pero esto es la ley de la selva del tertuliano: reciclarse o morir. Cuando aún estábamos en el proceso de digerir a Tamames, llega Ana Obregón y de repente lo cambia todo: abandonen la aritmética parlamentaria que ahora toca hablar de 'bebés comprados'.

Porque, aunque aún estemos en el curso intensivo de maternidad subrogada, ya tendrán una opinión acerca de lo que ha hecho nuestra famosa más veterana, ¿no? Se lo resumo por si llegan tarde a clase: hay dos opciones. Una es que usted crea que pedirle a una mujer que geste a un hijo ajeno es explotación heteropatriarcal o un abuso de poder, a pesar de que lo haga de manera voluntaria y en muchas ocasiones altruista. Otra de ellas es que entienda que las señoras son libres de decidir qué quieren hacer con su cuerpo, incluido tener un bebé de otra persona.

Hay muchos matices que a lo largo de las semanas de especialización empezarán a escuchar: cierto sector de la derecha argumentará que la creación antinatural es inmoral, lo que por supuesto incluye también la fecundación 'in vitro'. Otros en la izquierda dirán que lo que estamos promocionando es que exista una granja de mujeres pobres a la que pueden acudir los ricos y los varones homosexuales para poder comprar niños a costa de su dignidad. En medio tendrán que aprender la cantidad de países que ya lo regulan, por ejemplo nuestro vecino Portugal o el Reino Unido, además de dilucidar si la explotación es lo que ocurre en Ucrania con niños nacidos por gestación subrogada a los que no se puede inscribir en España o si en realidad lo normal es lo que pasa en Estados Unidos, donde no hay ningún problema prácticamente nunca desde hace tantos años que parecería relevante comprobar el porqué.

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Y todo esto, queridos amigos, sin entrar a debatir siquiera sobre qué nos parece que en realidad, tal y como apuntan la prensa rosa, la niña de Ana Obregón es la hija póstuma de su hijo fallecido hace tres años. A mí ya me ha explotado la cabeza con este giro, así que no soy capaz ni de ahondar en qué me parece esto.

No sé si es por el cansancio de la precampaña electoral, quizás es porque vamos a un ritmo de dos días históricos al mes o porque ya hace un calor infernal y aún no hemos sacado el traje de huertano del armario. Pero ha llegado un punto en la vida en el que quizás haya que aprender algo esencial que a veces se nos olvida: no es necesario tener una opinión sobre absolutamente todo y menos aún es obligatorio pronunciarse sobre cada acontecimiento planetario que emerge en redes sociales o en cualquiera de estas páginas que están leyendo. Una tesis un tanto hipócrita por parte de alguien que cada domingo les habla de un tema distinto como si supiera de lo que escribe, pero usted haga lo que yo le digo y no lo que yo hago, que le irá mejor.

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Refutando mi tesis a los dos segundos de exponerla, aquí va mi opinión sobre el caso Ana Obregón: que cada uno tenga la duda moral que considere, pero los derechos de esa niña se garantizan mejor si nace que si no. Obviedades, pero a veces hace falta recordarlas.

Pase unas felices fiestas y disfrute del sol por los que no podemos. A la vuelta le esperan un montón de políticos dispuestos a aburrirle. Por nadie pase.

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