Esta semana se ha acabado la pandemia. En realidad desde que la mascarilla no es necesaria en interiores y no piden PCR para viajar ya ... casi daba igual, pero este martes el BOE dijo que ya estaba. En los primeros días de marzo de 2020 recuerdo cómo los medios de comunicación repetían una y otra vez que estaban deseando llegar al momento en el que se anunciara que por fin no había ningún muerto por covid, la gran celebración de la conclusión de la pesadilla y la escalonada vuelta a la realidad. Como todo en la vida, ha muerto de la manera más digna: olvidada. Se ha decretado su fin de 'iure' cuando de facto hace meses que ya nadie pensaba en ello.
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Hace unos días contaba una anécdota de junio de aquel año y explicaba que después de volver de vacaciones en Roma tuve que hacer 10 días de confinamiento. Sorpresa general, recuerdo trágico y sensación de locura. ¿Es posible que hayamos borrado de nuestra memoria los totalitarismos a los que nos sometimos en pos de una seguridad que la gestión madrileña nos demostró que no era tal? Es probable que sí, pero ahí están. Y como epitafio de la pandemia que nos cambió la vida, aquí va la retahíla de absurdeces a las que nos sometimos.
Primero. Fernando Simón. Un ser humano cuya primera actuación estelar fue «en España habrá uno o dos casos como mucho» acabó convertido en héroe nacional por fallar más que una escopeta de feria en sus predicciones y esencialmente recomendarle al Gobierno un confinamiento individual de cada español en 10 metros cuadrados sin mayor contacto con la civilización. Les juro que hay un tipo de Zamora que se tatuó su cara en la pierna. El fenómeno fan más efímero y absurdo del planeta, pero también la cara más conocida del país durante demasiado tiempo. ¿Dónde estará ahora y por qué no fue cesado el día 3? Misterios del destino.
Segundo. Los paseos selectivos. Después de meses encerrados en nuestro domicilio al borde de divorciarnos no ya de nuestras parejas, sino de nuestras familias en general, al comité de expertos inexistente se le ocurrió que padres e hijos de familias numerosas no podían pasear juntos. Ni aunque residieran en la misma casa, claro. Un máximo de cuatro, como mucho una hora y siempre a un kilómetro a la redonda del domicilio. Usted no lo sabe, pero es que el virus si cruzaba más allá de los mil metros se convertía en letal. O igual era una arbitrariedad, pero pensemos que alguna buena razón habría.
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Tercero. Las mascarillas obligatorias itinerantes. Al principio nuestro héroe nacional Simón decía que eran absurdas «a menos que alguien nos escupa a la cara», después eran esenciales, a continuación el entonces ministro astronauta haciendo programas para niños explicando cómo usarla y luego poniendo y quitando de exteriores e interiores. Al final la misma mascarilla usada 20 veces con el filtro destruido, y por tanto mucho más proclive a contagiar que un efectivo escupitajo, acabó siendo el símbolo de la solidaridad de los miles de españoles obligados al bozal. Por cierto, para no variar, España fue de los últimos países en retirarla. Tanto es así que en farmacias y hospitales la hemos quitado hace 96 horas. Surrealista.
Cuarto. Madrileñofobia. No se había odiado tanto a Madrid como durante la pandemia. Hubo dos políticos madrileños que marcaron el paso de España: Almeida en la capital como el líder de la oposición de facto en la primera ola y Ayuso como símbolo de resistencia de la libertad frente al autoritarismo. El Zendal es una de las mejores ideas de gestión de los últimos 30 años, y aun así la izquierda rabiosa critica al PP por crear en tiempo récord un hospital 'ad hoc' para descongestionar los hospitales ordinarios, esos en los que la gente seguía teniendo que tratarse el cáncer, operarse, hacer diálisis o recibir diagnósticos comunes que se retrasaban hasta el infinito por culpa de la saturación de camas. Desde entonces, como dirían los 'indepes', Madrid 'ens roba' a todos por hacerlo mejor. Pues vale.
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Quinto y último. El más importante: Pedro Sánchez. Récord europeo de muertos, cerrando Madrid, boicoteando a las comunidades del PP, formando un comité de expertos inexistente, cerrando España al turismo, crispando y odiando. La peor rémora.
El BOE ha dictaminado que la pandemia ha concluido. En 14 días, el 'sanchismo' también. No hay mal que por bien no venga.
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