Se acaban las fiestas y volvemos a la faena, que contando con el día de hoy quedan siete domingos para las elecciones. Sabe usted que ... en política el tiempo se mide en legislaturas, así que la vida transcurre de cuatro años en cuatro años. Con los sucesivos adelantos electorales, desde el año 2014 hemos tenido al menos un proceso electoral cada año; es decir, llevamos nueve de elecciones ininterrumpidas.

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En 2014 europeas; en 2015 nacionales; en 2016, nacionales de nuevo; en 2017 catalanas, en 2018 andaluzas, en 2019 generales, municipales y autonómicas; en 2020 gallegas y vascas; en 2021 madrileñas; en 2022 castellanoleonesas y andaluzas; y en 2023 otra vez nacionales, municipales y autonómicas. El año que viene volverá a haber europeas, gallegas y vascas, así que pleno a la década de políticos molestando ininterrumpidamente por doquier.

Siempre hablamos de las implicaciones políticas y de cómo nos afecta como ciudadanos lo que ocurre con los cambios de Gobierno. Hablamos de ello porque en realidad es lo único importante, claro. El resto son cuestiones que nos interesan solo a los frikis de la materia y a los que directa o indirectamente viven de este mundo, ya sea ejerciéndolo o comentándolo. Pero en contra de todo pronóstico, los políticos son personas y la política es su trabajo y modo de vida.

No caigamos en populismos: es necesario que estén remuneradas, y bien además, aquellas personas cuya función es idear y redactar las leyes que vamos a tener que cumplir. Porque más allá del debate espurio y del zasca, la obligación esencial del político es esa: legislar y gobernar. Políticos que en muchos casos sufren el síndrome del pago del justo por el pecador, que se dejan la piel por su territorio, que con o sin acierto lo hacen lo mejor posible y que además viven por el servicio público de verdad. Las manzanas podridas no son la representación real del sector en su conjunto.

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Estos políticos, como les decía, son personas que tienen trabajos, en este caso con un «contrato laboral» que dura cuatro años y que finaliza el 28 de mayo para aquellos destinados a ayuntamientos y comunidades autónomas. Hay miles de ellos, por tanto, cuya vida va a cambiar irremediablemente dentro de un mes, en algunos casos por decisión de usted, que no les va a votar y por tanto no queda otra opción, y en otras por su partido, que les va a impedir continuar en las listas electorales.

Estos días, mientras nosotros estamos a preocuparnos por guardar el traje de huertano y contar semanas hasta verano, algunos de ellos se despiden de la etapa más importante de sus vidas y otros llegan a ella. Hay ciudadanos absolutamente desconocidos que dentro de un mes van a tener su primer cargo público, que puede ser la antesala de su llegada a La Moncloa. Hay candidatos que no se lo esperan y van a ser alcaldes o presidentes casi de rebote, y hay otros que aguardan pacientemente en su despacho a una victoria que en el último momento no va a ser tal. Hay diputados hormiguita, de los que nadie conoce pero trabajan a destajo en enmiendas y dictámenes esenciales, que por lo frívolo de este mundo probablemente se queden en el paro. Hay otros que gracias a saber utilizar Instagram van a subir cinco puestos en la lista, pese a hablar español con dificultad y aportar a la sociedad lo mismo que el limón oxidado que tiene usted en la nevera.

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Hay personas a las que descubriremos en mayo, pero sobre todo hay otras a las que olvidaremos inmediatamente: a los que dejará de sonarles el teléfono, a los que ya no recibirán invitaciones para eventos, a los que los periodistas dejarán de llamar y los empresarios no querrán recibir. A todos ellos, que durante años creyeron que eran importantes por sí mismos y no por su puesto, les esperan unas semanas tan desconcertantes como dolorosas. Ellos, que ya probaron el sabor de la victoria, van a entrar en el anonimato por la puerta de atrás.

Y es que, como les decía, aunque a veces parezca imposible, los políticos también son personas. Estos días muchos vivirán los momentos más emocionantes de sus vidas, pero otros sufrirán los peores. A ellos, que probablemente ni siquiera lo merezcan, ojalá recuerden que el mundo real fuera de una sede y un escaño es incluso más apasionante que dentro. Aunque lo tengan que descubrir por la fuerza, no saben qué bien se vive la vida desde fuera. Que les sea leve la derrota.

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