No hay un mundo peor que el de la política. Es sucio, rastrero, cínico, egoísta e impredecible. Y por todo eso es una droga para ... los que directa o indirectamente nos dedicamos a ello.
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Hay una distinción esencial en el ejercicio del poder que verdaderamente lo marca todo. Por un lado está el poder ejercido por la 'potestas', es decir, el valor que tiene el cargo que uno ostenta. El Papa de Roma, el presidente del Gobierno o el alcalde de Murcia son personas que siempre encontrarán a alguien dispuesto a hacerles la pelota, permítame la simplificación. Y lo hacen porque el cargo que ostentan es merecedor de reconocimiento público, con independencia de quién sea en cada momento el ser humano que ocupe el puesto.
En paralelo a ello existe la 'auctoritas', que es el fenómeno contrario. La 'auctoritas' es el poder que ejerce un individuo concreto por sí mismo y su autoridad moral personal. Volviendo al ejemplo anterior, cuando el teléfono móvil de Pedro Sánchez no deja de sonar, ¿ocurre así porque es el presidente del Gobierno de España o porque es una persona muy interesante de cuya compañía disfrutar? ¿Quién recibe las llamadas, el presidente o un señor de Madrid que responde al nombre de Pedro Sánchez?
Hay un ejemplo muy bueno y muy frívolo que define la 'auctoritas' a la perfección, y son los grupos de amigos en el colegio. Siempre hay un líder innato, que no se ha decidido por votación democrática ni por un sistema racional: simplemente hay alguien que es el más popular de la cuadrilla y alrededor del cual pivota la acción del grupo. Esa persona tiene 'auctoritas' por sí misma, pero no 'potestas' porque no ocupa un rol formal más relevante que el de cualquier otro miembro del equipo.
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En la política, que es el mundo de lo que usted y yo conocemos por 'peloteo', pero probablemente responda en un mejor uso del español al término 'adulación', el agasajo es una constante casi constitutiva del sector. Y su principal problema radica cuando determinados representantes públicos olvidan que ese liderazgo que les permite situarse en una posición social privilegiada no se produce por su autoridad moral personal, sino por el rol circunstancial que ocupan en un cargo que merece agasajo como tal. Pongamos un ejemplo de un partido minoritario por herir el mínimo nivel de sensibilidades: cuando los afiliados de Ciudadanos le hacían la pelota a Inés Arrimadas, ¿se la hacían porque es su presidenta o porque la admiraban a ella? Es probable que fuera por los dos motivos y ella dispusiera de 'auctoritas' por su victoria en Cataluña y de 'potestas' por su rol orgánico. Pero, ¿qué pasa con su secretaria general a la que nadie conocía hasta que la nombró? ¿A ella la pelotean por su simpatía y entrega o por su cargo?
Incluso en los casos en los que pueda parecer más palmaria la 'auctoritas', la política pivota siempre alrededor de la 'potestas'. Y precisamente por ello este mundo es más cruel que ninguno: personas que hasta ayer ocupaban un rol predominante por ser diputados, presidenciables, alcaldables o lo que usted decida, al día siguiente pierden el escaño y de repente su vida se encuentra de manera irremediable en el ostracismo. Tan rápido como entraron en un mundo que no les había pertenecido hasta ostentar el cargo, desaparecen de él tan pronto como lo pierden.
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¿De verdad alguien que hasta ayer era objeto de admiración profunda hoy deja de serlo porque ya no tiene título oficial? En el término medio se encuentra la verdad: ni sus chistes eran tan graciosos antes ni su ropa huele tan mal hoy.
Ahora, que es un momento de cambio para todos y de aparición y desaparición de personajes, es buena hora para recordar que más allá del cargo hay personas extraordinarias que se dedican a la política con una vocación de servicio público envidiable (las más) que merecen siempre el respeto, la admiración y si quiere el peloteo de los que le rodean con independencia de la importancia de su puesto público. Los otros, los malos, los envidiosos, los que medran y destruyen, merecen repudio aun en la presidencia de la cúspide mundial.
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Si entendemos esto, la política, que es bellísima y esencial, mejorará. Y si no, pues como hasta ahora, que al menos los domingos da para escribir una columna y pasar el rato. Feliz verano.
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