Ya llevamos leyéndonos un tiempo usted y yo y sabe de qué pie cojeo, así que seguramente le sorprenda leer este artículo tanto como a ... mí escribirlo. A pesar de ello, al contrario que en el programa de Risto Mejide, aquí todo es verdad.

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Con matices, me cae bien Irene Montero. Y creo que sus ideas van a condenar a miles de niños españoles a una situación dramática, y que su actitud fue de todo menos piadosa con aquellos que sufrieron lo que hoy padece ella. Ya ni siquiera hablo de su ideología criminal ni de su calidad humana, que desconozco si es siquiera medianamente buena. Pero, aun así, tiene un mérito imposible de obviar.

Llegó a ministra rodeada de acusaciones de nepotismo porque Pablo Iglesias era su novio. Es un hecho poco opinable que así era, pero no veo por qué ser pareja sentimental de alguien es un agravante mayor que ser su amigo. ¿O acaso cuando nombraron a Errejón portavoz de Podemos en el Congreso alguien dudó de que su amistad con Iglesias había sido determinante para ello? Simplemente no importó, al igual que no debería hacerlo con Montero.

Aborrezco enormemente su gestión al frente de un ministerio que ni siquiera debería existir, pero al menos ha sido capaz de llevar a cabo una transformación social y cultural en España que probablemente sin ella habría sido imposible. Fíjense que ni siquiera estoy diciendo que ese cambio de paradigma, concretamente con el tratamiento de la transexualidad, sea especialmente positivo para la sociedad, pero al menos ha sido capaz de ejecutar las ideas por las que los electores de Podemos confiaron en ella. Porque, si hacemos una comparación con su competidora más directa, ¿qué ha hecho Yolanda Díaz en estos años de ministra más allá de una reforma laboral que apoya la CEOE? ¿De verdad el electorado comunista ha quedado para actuar a placer de la patronal? A ver si la izquierda cuqui en realidad resulta que lo único que tiene de izquierda es el pie con el que pisa la moqueta al bajar del coche oficial.

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Irene Montero ha cometido un error imperdonable con la reforma de la ley del 'sí es sí', mismo error imperdonable que todos los diputados nacionales que lo apoyaron, algunos de partidos que se denominan (denominaban, mejor dicho) a sí mismos decentes y centrados. ¿Tendría que haber dimitido la ministra en el momento en que la ley mostró sus terribles consecuencias? Sin lugar a dudas. ¿Se le está vetando hoy por ello? En absoluto.

El problema de Yolanda Díaz con Irene Montero no son todos sus fallos como gestora, que es opinable si han sido muchos, pocos, suficientes o demasiados. Desde luego, con un solo violador fuera de prisión ya habría sido insostenible. Pero a la nueva líder de Sumar eso le da exactamente igual. No soporta a Montero porque en ella ve todo lo que representa Iglesias, que fue su creador, y por tanto le odia con el fervor con el que solo detesta aquel que sabe que le debe la vida a alguien pero su ego le impide asumirlo con deportividad.

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Yolanda Díaz es el mayor bluf de la historia de la democracia y el 28 de mayo los españoles lo dejaron claro, aunque no tanto como lo harán el 23 de julio. Y en esa estrategia electoral las grandes mentes pensantes de la izquierda patria no están planteando unas listas para 'sumar' talento, lo están haciendo para vengar las manías personales de una líder con un grado de narcisismo solo comparable al de Su Sanchidad. Esto no va de ideas ni de gobernantes bien o mal valoradas, va de un proyecto de país que empieza y acaba en que nadie le haga sombra a Yolanda.

Irene Montero ha sido un horror como ministra por muchos motivos, pero ninguno de ellos es justificación para que su familia política, que apoya inexcusablemente su gestión pero detesta a su persona, la humille de la forma en la que lo está haciendo. Con este gesto vengativo a un nivel de quinceañera hormonada, La Fashionaria, que diría Federico Jiménez Losantos, demuestra que en realidad la izquierda cuqui es la izquierda matona de siempre, solo que hablando bajito y escribiendo con boli rosa.

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Vamos, que me han obligado a defender a Montero con la movida y eso es imperdonable. Aun así, lo digo con convicción: Irene, sé fuerte.

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