Iba a hablarles hoy de España, pero empecemos por su parte más importante: Murcia. El jueves por la noche acometí un acto heroico para los ... que anochecemos a las nueve de la madrugada cada noche y fui al cine a la sesión golfa a ver 'As bestas'. Empezaba a las 22.35 y salimos de ahí a la una, así que imaginen el suplicio. No me voy a adentrar en cómo los que trasnochan son bárbaros incivilizados y solo los que madrugamos mantenemos el orden moral, social y constitucional en pie, porque como es una verdad tan inmutable no merece la pena empezar la batalla contra los nocturnos sabiendo de antemano que van a perder.

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Pero volviendo al cine, la chica que vendía palomitas hizo la pregunta clave: «¿Dulceh o saladah?». Y como si estuviéramos las dos en los confines de Kuala Lumpur a cientos de miles de kilómetros de casa y no en un sitio cualquiera de la capital de España, surgió inmediatamente una conexión solo comparable a la mirada de un recién enamorado, de un bebé cuando vislumbra a su madre acercarse o de Pedro Sánchez cuando se mira al espejo. «Por casualidad, ¿no serás murciana?». Y entonces me confirmó que era de Molina, que estaba estudiando aquí, que lo del cine era para pagarse el piso porque esto es carísimo, pero qué divertido Madrid y qué bien se vive en Murcia. En fin, una interconexión planetaria preciosa, que dirían las ministras socialistas.

Con las palomitas ya compradas y todo preparado para el combate, entré en la sala y empezó 'As bestas', que por si no recuerdan es la película ganadora de los Goya de este año, protagonizada por Luis Zahera, que aunque aún no lo sepan ustedes es su actor favorito desde hoy y hasta el resto de sus días. No les voy a destripar nada más que lo que verían en un tráiler, sobre todo porque si aún no la han visto les recomiendo encarecidamente que lo hagan tan pronto como llegue a una plataforma. Sin entrar en detalle: los protagonistas son unos aldeanos gallegos y una pareja de franceses.

El primer minuto de la película el protagonista habla en un gallego profundo, tanto que mi acompañante, que es de Vigo y fue presentadora de la televisión pública de ahí y por tanto está acostumbrada hasta al acento más cerrado, se enteraba de la conversación leyendo los subtítulos como hacíamos los demás. En ese casi portugués incomprensible el aldeano explicaba las diferencias entre Francia y España: «¿Sabes cuándo fue la última vez que los franceses utilizaron la guillotina? En 1977, mucho después de que nosotros acabáramos con el garrote vil».

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Ahora que lo escribo es un poco tétrica la escena para contarles el sentimiento que me evocó, pero después de la escena lacrimógena de lah palomitah dulceh creo que se encuentran en el punto emocional idóneo para seguir el éxtasis patriótico. Les decía que esa utilización de la primera persona del plural hablando del garrote vil, escuchada a un gallego parlante de una aldea recóndita de Lugo, emitida en un cine de Madrid y escuchada por una murciana me pareció un simbolismo precioso de lo que es España. Personas absolutamente diferentes que no comparten nada más que ser herederas de la mayor gesta civilizatoria que haya vivido la humanidad, hijos del Imperio en el que no se ponía el sol, súbditos de la monarquía más moderna y transversal del planeta, compatriotas de Blas de Lezo, del Emperador Trajano, de Daoiz y Velarde y hasta de Julio Iglesias.

Gente que vive en lo alto de una montaña rodeada de vacas, en el trópico con 25ºC todo el año, en un rascacielos de una de las ciudades más importantes del mundo, en primera línea de playa o en una meseta asfixiante sin nada en el horizonte. Ciudadanos cuyo plato típico es el tomate y otros que sobreviven a base de cochinillo. Huertanos, ganaderos, altos empresarios, amas de casa, presidentes de cosas poco importantes y hasta gente normal.

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Todos unidos bajo el paraguas de un 'nosotros' en el que escuchar a un señor completamente distinto a usted o a mí hablar del garrote vil parece algo tan extraño y a la vez familiar como llegar, por fin, a casa por Navidad. Qué grande es España.

Mereció la pena trasnochar por ese momento tan patrióticamente absurdo y feliz. Buenos días y feliz semana. Que viva todo.

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