Ramón Tamames. Don Ramón. El señor Tamames. Profesor, incluso. Qué gran mes de entretenimiento político a su lado. Cuando la cosa parecía que no podía ... ser peor, resultó ser mejor. Porque la política y la vida van un poco de esto: ansiedad anticipatoria para pasarlo tan mal esperando un resultado incierto que al final cuando todo sale simplemente regular uno se siente como si hubiera ganado la Champions.

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Nos da igual si la moción de censura fue buena o mala idea, porque nadie se acuerda de ella. Ni usted ni yo vamos a cambiar nuestro voto después del espectáculo, y probablemente nadie lo haga. Al menos, desde luego no lo hará un porcentaje de población lo suficientemente reseñable como para que hoy, que apenas han pasado cinco días desde la votación, usted esté preguntándose por qué sigo hablando de Don Ramón si esto ya es noticia de ayer y estamos a otra cosa.

'Tempus fugit', pero hay cosas que perduran para siempre. Y una de ellas es que un señor de 90 años mantuvo en vilo a un país que por edadismo le ridiculizaba y que sin embargo ha acabado postrándose a sus pies. Porque el señor Tamames es comunista y al mismo tiempo de extrema derecha, esa ideología que nada tiene que ver con las ideas y sí todo con la cercanía o, en este caso, la lejanía con el Sanchismo. El profesor es un padre de la Constitución y al mismo tiempo un político advenedizo, lleno de ego como si eso fuera una novedad o una excepción en el mundo legislativo. El candidato a presidente del Gobierno fue muchas cosas, pero por encima de todas ellas hubo una que sí marcará la diferencia en el futuro: Ramón Tamames es un señor educado.

Es sorprendente en los tiempos que corren, pero al parecer es posible discrepar sin insultar. Se puede opinar distinto a alguien y no llamarle fascista, e incluso se puede mantener un debate de fondo y cambiar de opinión sobre argumentos que parecían inamovibles simplemente porque alguien ha sido capaz de explicar un punto de vista que tenía sentido. Se puede estar radicalmente en contra de cualquier cosa sin elevar el tono de voz a tantos decibelios que no haga falta micrófono para trasladar la voz desde el Congreso de los Diputados hasta el centro de Murcia, e incluso se puede tuitear en positivo sin que nadie se sienta ofendido. Todo esto lo sé porque me lo han contado, yo aún no he tenido tiempo de ponerlo en práctica.

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El profesor Tamames dio lecciones de fondo de muchas cuestiones sobre las que se puede discrepar, pero la forma sí va a perdurar. En un entorno tan netamente hostil como el que vivimos, una figura de autoridad ha puesto un poco de cordura en el entorno y ha gritado en voz baja que quizás ya es suficiente de tanto espectáculo bochornoso en el que todos ejercemos de actores secundarios y principales de manera casi involuntaria. Porque alguien con la autoridad de don Ramón, que es anciano y por ende respetable, nos ha puesto frente al espejo de lo que vivimos cada día: una locura esquizofrénica en la que la batalla por ser el más indignado por casi cualquier cosa es lo único que nos mantiene con vida.

La serenidad de Tamames es un bien nacional a preservar, pero la veneración a los ancianos es otra casi tan importante, o quizá más, que la anterior. El estereotipo del pobre viejo que solo debe esperar a morir lleva mucho tiempo siendo mentira, pero es que ahora además hay una evidencia empírica de ello: alguien a quien en condiciones normales muchos mandarían al asilo, ha resultado ser el epicentro de la política nacional con más cabeza y coraje que muchos de los cuarentañeros que se autodenominan líderes emergentes del panorama. Tampoco es que hiciera falta mucho nivel para superar a una cantidad nada desdeñable de ellos, pero ahí ha estado Tamames para recordar que la edad es un número físico que la mente puede multiplicar o dividir a su antojo.

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El espectáculo ha terminado y aquí no ha ganado nadie, pero qué bien sienta que de repente alguien con cabeza haya dejado de gritar. No seremos nosotros, pero sí un anciano respetable. Que no necesitemos llegar a los 90 para copiarle.

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