Invocando a los grandes pensadores del siglo XX, decía Alfredo di Stefano que lo peor de perder no es la derrota en sí, sino la ... cara que se te queda. Ser expresivo facialmente es una faena en general, pero si eres Pedro Sánchez se convierte en una condena particular que igual te lleva a perder estrepitosamente unas elecciones que ya de por sí estaban perdidas, para qué negarlo.
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En el equipo de Feijóo hay personas extraordinarias llevando su campaña y gran parte del resultado que veremos en siete días es atribuible a ellos, pero el bando socialista ha pujado fuerte y con grandes sumas de dinero por una derrota deshonrosa. Y en gran medida, por vivir en una concepción de la realidad que si hubieran hecho caso a Pablo Emilio Escobar Gaviria se habrían ahorrado: la primera norma de la delincuencia profesional es no consumir la mercancía con la que se trafica. En términos políticos, el PSOE llegó tarde a ello.
Antes de que lleguen hordas de activistas a poner el grito en el cielo como si estuviera llamando drogadictos a los socialistas, aclárele usted, querido lector, que estamos utilizando una metáfora sobre la retórica de la izquierda. Hace meses en Moncloa decidieron que la estrategia más efectiva para desmontar a Feijóo era llamarle incompetente, incapaz, inculto y, de facto, paleto de pueblo recién venido de la aldea a la capital para enfrentarse al todopoderoso internacional y megaguapo de Pedro Sánchez. Quizá en el Falcon los espejos son como los de Blancanieves y a la pregunta de ¿quién es el varón con poder inquebrantable más bello del Reino?, estos respondan que Pedro, pero es que las Españas votan por algo un poco más complejo llamado, yo qué sé, España.
El Partido Socialista entendió que sufrió una derrota electoral sin paliativos porque los ciudadanos no sabemos votar (y los murcianos ya ni le cuento), pero sobre todo porque habíamos olvidado las cualidades de ese ser de luz que cada mañana ilumina nuestros destinos desde Moncloa. ¿Cómo iba a preferir alguien a un señor de Orense cuando puede elegir al mejor amigo de Ursula von der Leyen, sea quien sea esa señora para un electricista de Cuenca? Que aprenda España de lo que respetan a Pedro los que no sufren a Pedro, hombre ya.
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Quizás es usted muy joven para acordarse, pero hace tres semanas el líder de nuestro mundo no libre comenzó una 'tournée' mediática pidiendo seis debates electorales cara a cara porque él, un Kennedy renacido en versión castiza, iba a darle una paliza a Feijóo. Porque Pedro es muy bueno, decían los socialistas, pero sobre todo porque ese gallego recién aterrizado iba a hacer el ridículo. Días de ministros trufando el relato en todos los medios, largos editoriales de los adláteres mediáticos repitiendo el mantra, media España de izquierdas esperando el convite como si fuera Muhammad Alí y la otra muerta de miedo porque el campeón mundial de boxeo iba a apalizar a nuestro chaval del pueblo.
Pero el problema de consumir tu propia mercancía es que olvidas la realidad y ésta es tan traicionera que tiende a manifestarse: y entonces el Dios griego resulta ser un narcisista incapaz de controlar el más mínimo impulso negativo y con una solvencia cuestionada y cuestionable mientras que el señor de Orense, que hablaba con la tranquilidad y la paz retórica y mental del que sabe que tiene razón, le dio una paliza verbal de tal calibre que el socialismo de ésta no se despierta en los próximos cuatro años por lo menos.
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Pedro Sánchez nunca fue Goliat, pero es que Feijóo no era David hasta que el PSOE le convirtió en él. Ganar un debate es algo normal que de hecho siempre le ocurre a alguien cada vez que hay una contienda, pero el absoluto vuelco que ha provocado el cara a cara en la campaña no es mérito de lo bien que lo hizo Feijóo, que también, sino de la pésima gestión de expectativas de un sanchismo para el que todo lo que no fuera arrasar iba a ser una humillación. Y no solo no ganó, sino que, además, perdió.
Esta campaña electoral ya está sentenciada por culpa de la mala estrategia y planificación de un PSOE que hubo días que parecía que tenía opciones. Entre todos las mataron y Pedro Sánchez, políticamente, se murió. Quedan siete días.
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