A mediados del siglo XIV, Europa se vio afligida por la llamada peste negra o peste bubónica que, llegada de Asia, llevó a la tumba a más de cien millones de europeos. Propagada a través de roedores que infectaban a las pulgas que al picar a los humanos los contagiaban hasta la muerte, solo se pudo acabar con ella acabando con estos. Siendo como es la pandemia producida por el coronavirus tremenda por su mortandad y capacidad de contagio, no lo es tanto como en su época fue la muerte negra.
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En España estamos contagiados por otro tipo de peste que, no atacando al cuerpo sino al cerebro, causa una muerte cívica que no orgánica. Salimos con esfuerzo, renuncias y mucha tolerancia de un régimen dictatorial a un régimen democrático y fuimos ejemplo y envidia de muchos países, y nos dimos una Constitución que, con más aciertos que errores, nos sirvió para vivir en paz y progreso el periodo más largo de nuestra violenta historia. Además aprendimos a respetar las ideas de los demás, a valorar el mérito, a ganar el pan con el sudor de nuestras frentes y no con las limosnas del gobierno.
Y ahora resulta que, liderados por una panda de inútiles descerebrados llenos de odio y abrazados a una obsoleta ideología, la comunista, la que más destrucción, más muertes y más pobreza ha generado allí donde se ha implantado, apoyados por aquellos que no desean otra cosa que la destrucción de España como nación para poder medrar sin freno en unos territorios independientes del todo pero dependientes de su satrapía, incluso con el apoyo de los que tantas muertes y dolor han causado a nuestros compatriotas, muchos españoles piensan que todo aquello por lo que luchamos –esa transición modélica, ese espíritu de superación, ese afán de convivencia en paz y respeto– no sirve para nada, está caduco, y que estos nuevos impostores visionarios nos van a llevar al país de las maravillas, siempre y cuando les permitamos destruir todo lo que nos ha servido para vivir más de cuarenta años en paz prosperidad y bonanza. No importa que tengamos a la vista lo que han hecho con Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia y otros tantos países antaño prósperos y hogaño miserables, al servicio de unos oligarcas déspotas y vilmente enriquecidos. Les da igual, o eso parece, porque están abducidos por este lumpen político, por esta casta, indocumentada, incapaz, llena de maldad y soberbia. Es cierto que saben manejar muy bien los mantras que calan y que son amplificados por esos medios de comunicación debidamente engrasados, la 'Brunete mediatica': «La derecha es corrupta por principio y más si se alía con partidos extremistas», «La derecha es golpista, recurre a la violencia cuando no gana en las urnas», «Nosotros, las izquierdas, somos los más demócratas, los más tolerantes, los que más justicia social pueden ofrecer a los españoles, los más feministas, los más guais y de los grandes expresos europeos». Y cuando la derecha protesta, porque los padres salvadores hacen lo que les da la gana con desprecio absoluto a las leyes, se alzan voces apocalípticas tachando de intolerantes fachas, antidemócratas, montaraces y demás lindezas a aquellos que osan discutir el mandato de los dioses. Y lo peor es que los populares, con Casado a la cabeza, toman la vara con gran resignación, agachan la cerviz, y su protesta es tan silenciosa que parece no existir. Es más, si alguno de sus diputados responde con contundencia es criticado por sus compañeros por su falta de moderación, cesado en sus funciones, y hasta hay barón que pide prudencia y buen entendimiento con la satrapía.
Las elecciones no se ganan en el centro, espacio geométrico que en política es totalmente ficticio, las elecciones se ganan ilusionando al electorado con propuestas creíbles, controlando al ejecutivo, no permitiendo ninguna maniobra contra ley y mostrando a los españoles las mentiras del Gobierno, la incapacidad de algunos ministros, la perversión y el fracaso del comunismo, el peligro del independentismo y la vileza de los proetarras, y eso sin desmallo, con perseverancia y contundencia, con ausencia absoluta de complejos y sin dar tregua. Lo demás es, como decimos en esta hermosa tierra, 'pijo, pan y habas', y no conduce a otra cosa que a seguir calentando los bancos de la oposición mientras se oyen lamentos porque los electores no saben lo que votan o que no han entendido su mensaje. Y yo me digo: ¿qué mensaje?
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