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Nueve días llevaba sin recoger el diario 'La Verdad' que le guardaba Fina García, del quiosco de Margarita, en la plaza de Calderón de la Barca. La acumulación de periódicos no hacía presagiar nada bueno, como tampoco que la ventana de la cuarta planta del conocido como 'Edificio de los Maestros' no levantase su persiana en la noche del pasado viernes, cuando el trono de la Santísima Virgen de la Amargura, el de su Virgen Guapa, hacía su aparición en la plaza de la Bordadora durante su primer ensayo. No se abrió esa ventana porque el sillón que guardaba estaba ya vacío. Su morador estaba ausente, postrado en la cama de un hospital, el de La Vega, desde donde seguía -como buen cronista que lo ha sido durante más de medio siglo- el acontecer de su ciudad, la del Sol, que hoy no puede por menos que llorar su ausencia.
Antonio Soriano Peñas, corresponsal de 'La Verdad' de Lorca, el decano de los periodistas lorquinos, el más veterano en ejercicio de toda la Región, se despedía en la noche del pasado sábado en silencio. Sin hacer ruido, como a él le gustaba. Hubiera preferido pasar por esta vida de puntillas, desapercibido, pero era imposible hacerlo con un carisma como el que él tenía.
Su verdadera profesión fue la de maestro de escuela, como le gustaba pregonar. Fue por un capricho del destino que se decantara por enseñar. Y es que su verdadera vocación era la de maestro ebanista, pero sus problemas visuales con los colores hacía harto difícil conocer las distintas maderas. Como también lo fue probar suerte y optar a la carrera que deseaba, la de aparejador. No había tiempo, ni dinero, para permitirse una nueva oportunidad y, tras una breve estancia en Madrid, decidió que lo suyo era enseñar.
Eran tiempos difíciles. La vida no fue todo lo amable que debiera con él, ya que con solo doce años vivió uno de los trances más difíciles, la pérdida de su padre. Pero a él y su hermana, Marisol, les quedó una madre trabajadora que con su jornal de modista sacó adelante a sus hijos. Y el hambre -ese que como ella les decía estaba siempre en la puerta- nunca entró. El paso por la Escuela de Aparejadores en Madrid le dejó un inusitado interés por la arquitectura, la rehabilitación... por recuperar lo que aún tenemos con métodos tradicionales. Su interés por el casco antiguo y sus monumentos le valió en alguna ocasión la queja de más de un dirigente, pero siguió haciendo ese periodismo, el de buscar más allá de lo que se nos ofrece, de lo que se ve, de aportar al lector más y de dejar que sea él, y no otro, el que forme sus propias decisiones.
Más de 50 años en 'La Verdad' le han llevado a contar miles de historias. Comenzaron con las fiestas patronales, con el milagro de Pilar Novo, que no podía andar y que recuperó la movilidad como aquella protagonista del serial que cada día oía en la radio, o sucesos trágicos como los de las inundaciones, la bomba de Palomares o el terremoto.
Buscó y rebuscó al monstruo del lago Ness en el pantano de Valdeinfierno, que al final fue solo una nutria; la visión de extraterrestres por un joven, que pudieron ser bengalas lanzadas desde el campo de tiro del cuartel; contó la visita de los Príncipes, Don Juan Carlos y Doña Sofía; y la volvió a contar cuando lo hicieron como Reyes. Y ha sabido relatar como nadie la Semana Santa lorquina. Antonio Soriano ha hablado de blancos, de azules, de encarnados, de morados, de negros, de archicofrades de Jesús Resucitado... con un estar difícilmente criticable, aunque en su corazón solo haya habido espacio para un color, el blanco.
Ha sabido impregnar a la profesión de un sentido especial desde su llegada. Es, porque lo seguirá siendo, el periodista de ayer, de hoy, de siempre..., que cuenta las cosas tal y como suceden, que no sabe de colores, que no se deja influenciar..., de los que no se dejan callar. Inolvidables han sido los particulares paseos que hacía a través de las páginas de 'La Verdad' en la sección 'La ciudad perdida', donde ofrecía un periodismo de investigación que solo un maestro como él podía mostrarnos.
La tradición de la noche de San Juan en la Fuente del Oro, el monasterio mercedario de Santa Olalla, las columnas de la alameda a la que dan nombre y que fueron recuperadas de la desaparecida Real Fábrica de Afino de Salitre, el acueducto borbónico del canal de Zarzadilla de Totana, el monasterio de Santa Ana y Magdalena, iglesias, casas solariegas, escudos heráldicos... han sido protagonistas de los artículos de Soriano con los que cada semana nos sorprendía. Sus primeros pasos en los medios de comunicación los dio en la entonces Radio Popular, que iniciaba su trayectoria frente a su casa del carril de Caldereros, muy cerca de donde una calle llevará su nombre. Allí fue donde se despertó ese interés por contar lo que sucedía. Con periodistas de la época como José López Fuentes, Bartolomé López Alarcón, Agustín Llamas y José Pallarés Carrasco.
Les abandonó un año, el tiempo que estuvo de profesor en Carmona (Sevilla). Allí, compartió hospedaje en una pensión con un cura y un médico y propició una revuelta para sustituir la habitual sopa de tomate de la noche por un par de huevos fritos. Así era, todo un personaje, capaz de esta y otras anécdotas. Y entre esas curiosidades de su vida, la de haber trabajado en Correos, encargándose de recoger cada día las sacas de las cartas de la estación del tren a bordo de un motocarro.
Desolada se queda Carmen. Su mujer, su esposa, su compañera..., de la que nunca se ha separado desde el instituto. A buen seguro sus hijas, Inmaculada y Mari Carmen, sus cuatro nietos y su bisnieto, sabrán darle el consuelo que necesitará para intentar llenar ese hueco vacío que siempre pedía nunca se produjera. Jamás me he permitido una licencia que hoy reclamo para recordar a esa otra familia que hoy también se siente huérfana, la de 'La Verdad' de Lorca, la que conformábamos Paco Alonso, Tere Martínez, Antonio Alarcos, Sonia M. Lario, Miguel Pedro Pallarés, Inma Ruiz, Pedro Re, Alfonso Martínez y Pilar Wals... Ya nada será lo mismo.
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