Al albur de la guerra y de la crisis energética –que arrasa con mayor gravedad Centroeuropa y los bálticos–, muchas empresas están subiendo los precios muy por encima del aumento de las materias primas y los costes de producción. No quiero ni pensar que la ... principal razón sea la desestabilización del actual Gobierno, o simplemente la maximización de sus beneficios y márgenes empresariales: a río revuelto, ganancia de pescadores.
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Hoy está más vigente que nunca el bello preámbulo de nuestra Constitución (obra del profesor Enrique Tierno Galván), que nos recuerda que nuestro Estado no puede abandonar a las reglas del mercado o a la mera beneficencia el cuidado y protección de todos los ciudadanos.
Esta es la razón por la que he decidido dedicar este último artículo del año al cada vez más nutrido grupo de perdedores de nuestro Estado social y de nuestra economía de mercado, señalando las que, a mi juicio, deberían constituir las políticas públicas prioritarias para 2023.
1. Tenemos que seguir trabajando para romper la cadena hereditaria de la pobreza. En esta vida todo lo que no se hereda se aprende. Se heredan riquezas y pobrezas, pero no solo materiales: las más importantes son las culturales y educativas, puesto que el que bien piensa, entiende el mundo, no le tiene miedo y puede aportar al resto de la sociedad. Y si no se pueden heredar riquezas, se debe permitir aprender a generarlas.
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Por tanto, lo que nos deberíamos preguntar es, en nuestra Región, ¿qué sistemas públicos y privados tenemos que minimicen la exclusión, esto es, promuevan el desarrollo y aprendizaje de competencias personales y profesionales?, ¿el sistema impositivo de la Región está diseñado para redistribuir riqueza o para apuntalar la riqueza de unos y la pobreza de los otros?, ¿existen posibilidades o no de movilidad social de clase en nuestra Región? Estamos hablando de cuestiones estrictamente políticas, puesto que el que 4 de cada 10 niños de la Región hereden la pobreza de sus padres quiere decir que hay, ha habido (¿habrá?) una decisión política de que todo cambie en la forma para que nada cambie en el fondo.
2. Hay que continuar reivindicando un trabajo decente, con derechos y garantías para todos. Pero, cuando hablamos de dignidad, ¿a qué nos referimos? Digno es todo aquello que merece respeto y –lo que es más importante– nos hace valer como personas, comportarnos con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás, sin que nadie nos humille ni degrade. Por eso, un empleo no es ni digno ni indigno: son las condiciones materiales del mismo (salario, horario, esfuerzo, autonomía, trato...) las que lo hacen digno.
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Las palabras tienen una gran importancia: no es lo mismo empleo que trabajo. Ahora todo se resuelve con un empleo (aunque sea miserable), pero ¿qué hay detrás de esos empleos? Simplemente una remuneración mínima, empleos sin posibilidades más que de ocupar el tiempo y obtener un salario que al menos no te permite morir de hambre abandonado en una esquina. No lo olvidemos: España es el segundo país de la Unión Europea con más trabajadores pobres. El primero, por si alguien tiene curiosidad, es Rumanía.
Trabajar no basta para salir de la pobreza, más bien muchos trabajos están diseñados para asumir la pobreza y acomodarse a ella. Por eso es tan importante un Salario Mínimo Interprofesional (SMI) digno y suficiente, pues una sociedad decente, que se merezca a sí mismo respeto, no debe anteponer el beneficio empresarial al beneficio social. A todos nos interesa que nuestros compatriotas puedan tener suficiente dinero para poder invertir, consumir, ahorrar y gastar. Una sociedad de pobres es una sociedad condenada a ser desigual, y sabemos lo que implica la desigualdad institucionalizada: violencia legalizada.
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3. Hay que trabajar más y mejor en la defensa de la calidad de vida de nuestros mayores. Los ancianos están solos porque cada vez vemos menos a los demás como un fin en sí mismos (con independencia de su contribución material a la riqueza y PIB) y más como un medio para nuestro beneficio personal. Por desgracia, cuando la única legitimidad del Estado es la protección de los que acumulan riquezas (la esencia del Estado neoliberal), pasamos de ser una economía social de mercado a una sociedad de mercado.
La sociedad basada en la economía social de mercado ha sido reemplazada por la sociedad de mercado a secas. Un sistema de libre mercado absoluto requiere la liberalización no solo del consumo, sino también de las costumbres; requiere precariedad incluso en el amor y también en las relaciones con los demás. Si construimos nuestra sociedad atendiendo únicamente al PIB, los ancianos no nos sirven: en realidad, no sirven más que los más productivos, a la manera nazi de desechar a los no útiles para la maquinaria económica o estatal.
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Al final, la soledad de los ancianos simplemente certifica que estamos construyendo un mundo donde no caben todos. Tanto hablar de igualdad, bienestar, felicidad, derechos... y luego la realidad: la indigna muerte de muchos ellos encerrados y solos en las residencias de mayores durante la pandemia, una brutalidad que manchará durante décadas a nuestros políticos y a todos los que no se rebelaron contra esa ignominia y vergüenza detestable. Nunca más. Nunca debemos olvidarlo. Que en 2023 seamos capaces de construir una sociedad mejor y más digna.
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