Me acuerdo de Pepito Grillo. Era el personaje educativo que se inventó Walt Disney para explicar a niños y grandes qué y qué no debían hacer para lograr una sociedad mejor, resiliente y más justa. Se lo cascaban al público audivisual quisiera o no, que ... más bien no, pero tenía que aguantarse si luego pretendía ver otra cosa, como ya pasaba en España con el NO-DO. Pasó al imaginario popular como epítome del metomentodo, que era la forma candorosa que había antes, cuando todo era candoroso, de llamar al totalitario.

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Pepito salía adoctrinando sobre todo y un poco más, con su bastoncito para señalar al que disentía –a ver si había guapo– y su sombrero de copa de plutócrata: cómo debes montar en bicicleta, cómo andar por la calle, cómo no subirte a los árboles, qué hacer con el agua, qué debes comer. Cuando la audiencia se cansaba demasiado de verle su verde cara a Pepito, lo sustituía el Pato Donald, ese pobre hombre para todo, en la turra orientativa. Quien no pensaba y actuaba como decía Pepito, que miraba por nuestro bien como hoy lo hace el foro de Davos, era llamado por Pepito directamente tontaina (fool, en inglés), es decir, era declarado fuera del debate en el que había que estar, sin legitimidad moral. Era cancelado, antes de que existiera la cultura de la cancelación.

Pepito era solo un poco menos risible y siniestro que Bill, ese otro insecto antropomórfico que hoy ordena consumir carne sintética de laboratorio para ser un buen niño dentro de un planeta feliz, pero el objetivo es idéntico. Disney era un señor de furiosa extrema derecha y el objetivo de una sociedad mejor –en realidad, el objetivo era enriquecerse personalmente con una sociedad obediente y cautiva– tiende hoy más bien a la furiosa extrema izquierda, pero también vienen a ser cosas idénticas como sorprendentemente idénticos son los métodos y fines. Se trata de abaratar el coste de las personas.

Disney hoy no es un señor ni una empresa sino la continuidad con diversos nombres de unas ideas torvas y sonrientes. Las que van del grillo Pepito y su cháchara de la que tanto se mofaba la gente (reíd, reíd y veréis) a la actual ley animalista del Gobierno español, que es puro Disney remasterizado. Como hubiese dicho Pablo Iglesias, la palabra dictadura no mola, pero si haces leyes disneyanas donde a las ratas de alcantarilla o a los perros de presa los tienen que llamar de 'don' porque lo decimos nosotros, entonces sí mola.

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La ley animalista del Gobierno de España es aquella que piensa que los pollos ya nacen desnudos en las bandejas de oferta del supermercado. El ecologismo de piso que anima esta ley tiene sobre la naturaleza salvaje la misma opinión que el personaje del cura jesuita sobre sus fieles en la novela 'Todo modo', de Leonardo Sciascia: «Los amo aunque los desprecie». Esta nueva norma es a los animales lo que el fondo de armario de Pablo Iglesias es a la ropa.

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