Siempre he sentido compasión por ti, Pompeya. Fuiste la segunda mujer de Julio César, y eso marca. Tanto que tu lugar en la historia ha quedado manchado. Yo sé que duele mucho. Debe de ser difícil estar casada con la máxima figura política del Gobierno. ... Ya sabes, dejar la ínsula, la casa ajardinada con vistas al Palatino para trasladarte a un barrio más populoso, a la siempre transitada vía Sacra, a la merced de la mirada de los curiosos, de los fisgones, de los enemigos de tu marido, que son muchos y cada día más. Es una vida en la sombra, pero rodeada de focos. Estás en cada foto, pobre Pompeya. No puedes salir a la calle sin ser reconocida. Adiós a la intimidad, a gritar a los hijos cuando se portan mal, a fumar un cigarrillo en el parque, de tapado, apagando la colilla contra un árbol y tirándolo al suelo. Qué ejemplo más terrible para las nuevas generaciones, te diría tu marido. Y ahí estás tú, todo el día sonriendo, con la palabra precisa, sin un mal gesto, con el saludo protocolario asomando por la boca a los comerciantes, a los senadores obesos, que merodean tu casa en busca de un carnet de afiliado al partido, a los pescaderos que apestan el Capitolio de un aroma nauseabundo. Pero tú estás por encima de todo eso. Mujer perfecta las veinticuatro horas del día.

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Pompeya, qué injusticia de refrán ha creado la lengua española. La eternidad es una maldición para las esposas como tú, afanosas, pensando siempre en el bienestar de tu marido, que es lo mismo que pensar en la fortuna de la nación. La culpa ha sido de esos políticos de la oposición que no saben aceptar la realidad. No la tragan. Harían cualquier cosa contra el prócer, el divino César. ¿Has visto los aires que se da Cicerón cada vez que entra en el Senado? El muy cretino comenta que en la fiesta que realizaste en tu casa, en honor a la Bona Dea, diosa de la fertilidad, de la salud, de las cosas bien hechas, lo que tú haces siempre, accedió un hombre. Por Júpiter que sé que eso no puede ser, porque desde que tu marido es Pontífice Máximo tus relaciones siempre han sido pulcras. ¿Un hombre en la casa de la mujer del César? Pues eso dice Cicerón, que un tal Publio Clodio Pulcro se disfrazó de mujer para intentar seducir a no sé bien quién. Y que tú lo permitiste. Lo dice Cicerón, que se cree que por saber pronunciar de maravilla los discursos la gente lo va a creer. Pero lo lleva claro.

La mujer del César, además de ser honesta, debe parecerlo. Ahora lo va diciendo todo el mundo. De Cicerón pasó a Plutarco, de este a Dión Casio, y de ahí, convertido ya en rumor, lo recogió como de la basura Suetonio, que se hace llamar historiador, un periodista de tres al cuarto que escribe sobre cotilleos de los emperadores. Así vas a pasar a la posteridad, como una mujer que se juntaba con la gente equivocada. Amistades peligrosas, podríamos decir. Que injusticia, con el buen ojo que has tenido tú siempre. Que ahora venga la lengua española y formalice ese refrán y lo convierta en 'vox populi'. Hasta las nuevas generaciones, que ni siquiera saben latín, van diciendo eso de la mujer del César. Todos con la mujer del César en la boca, como si tú no tuvieras derecho a juntarte con quien quieras. Como si tuvieras que dar explicaciones para justificar lo que hace tu mano derecha mientras la mano izquierda de tu esposo firma tratados, concede y quita partidas presupuestarias. Habladurías, Pompeya. Habladurías de gente que no sabe dónde está, que no conoce tu valía.

Dicen que te has juntado con emprendedores del puerto de Ostia, que recomendabas a tu marido empresas que comerciaban con transportes y trigo. Que hacías de intermediaria entre el dinero público y las arcas privadas de los que te consultaban. ¿Es que la esposa del César ahora se debe quedar en su casa sin poder trabajar? Es todo un disparate mayúsculo orquestado por la oposición. Una venganza fría porque no tienen nada contra tu marido. Te atacan a ti porque no pueden contra el divino César. Y sé que él estaba muy apesadumbrado, que ha pensado bien lo de dimitir y volver juntos a la casa con jardín en el Palatino, alejados de la vía Sacra. No os dejan trabajar. Los enemigos querrían ver arder Roma con tal de que os pille a los dos dentro.

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Aguanta, Pompeya. Aguante, César. Díselo. Haced todo lo posible por seguir ocupando el Gobierno. No hagáis caso de los pretores que te quieren juzgar por tráfico de influencias y corrupción en los negocios. Declarad la enemistad perpetua a las naciones que osen sugerir que tú no eres decente. Retirad a los embajadores de los países que mencionen tu nombre. Abrid crisis diplomáticas en Mesopotamia. 'Omnia vincit amor', Pompeya. Todo sea para no escuchar más el maldito refrán de la honestidad de la mujer del César.

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