Pensar la Región de Murcia
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Vivimos en una suerte de hipnosis por la cual se nos ha hecho creer a todos los murcianos que somos nuestra versión más casposa y petrificadaMapas sin mundo ·
Vivimos en una suerte de hipnosis por la cual se nos ha hecho creer a todos los murcianos que somos nuestra versión más casposa y petrificadaComo cada 9 de junio, la celebración del Día de la Región ha quedado encapsulada en los fastos institucionales que se organizan para la ocasión ... y que, por su propio formato rígido e invariable, poco margen dejan a un proceso de análisis serio y ambicioso sobre la realidad y las posibilidades de esta tierra. Es más, a tenor del espíritu y del contenido de los discursos que jalonaron el acto acogido el pasado miércoles por el municipio de San Pedro del Pinatar, pareciera que a los intervinientes les preocupaba más ajustar cuentas personales y partidistas que plantear un marco de reflexión en el que pensar colectivamente los muchos asuntos pendientes que tiene esta tierra. Como una parte de España que es, esta comunidad autónoma reproduce uno de los principales males que afecta a la vida pública nacional: la magnificación –hasta la hipérbole– de cuestiones que resultan de una trivialidad sonrojante, y el desinterés por temas de enorme trascendencia para el conjunto de la sociedad. Como colectivo, nos falta inteligencia para discutir lo importante, y nos sobran opiniones para inflamar lo insustancial.
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A la Región de Murcia no se la quiere más por soltar en cada párrafo frases hechas del tipo de «la mejor tierra del mundo». De hecho, este tipo de afirmaciones absolutas no dejan de contribuir a dibujar una caricatura de un territorio bastante castigado, durante los últimos tiempos, por la chanza y los memes. No somos ni la mejor ni la peor tierra del mundo, sino una región con sus virtudes y sus defectos que se desespera mientras aguarda ser pensada con valentía y sin inveteradas ataduras. Afortunadamente, la Región de Murcia no se puede resumir en una sola frase. Cualquier sociedad cuya complejidad cupiera en una coletilla de discurso sin alma sería, indudablemente, una sociedad fallida. Y este no es el caso. Es más, en este momento histórico en el que nos encontramos, los murcianos necesitan mucho más de personas que les planteen incómodos interrogantes que de advenedizos gurús que les intenten narcotizar con superfluas certidumbres. Ninguna visión unilateral va a solucionar los problemas de esta región. Ningún partido político, en su insularidad, tiene la capacidad de abarcar la totalidad de variables que urge abordar para planificar el futuro del sureste español. El gran problema de la Región de Murcia es que nunca ha sido capaz de pensarse colectivamente. Nuestro pequeño tamaño nos convierte en un lugar propicio para destacarnos como un 'laboratorio de pactos'. Pero, lejos de ello, avanzamos en el funesto propósito de erigirnos en el epicentro español de la guerra sucia y de los navajazos a plena luz del día. Nos merecemos por una vez el consenso –o, por lo menos, un disenso civilizado e inteligente, que ayude a construir y no a ampliar las heridas–.
La Región de Murcia posee un talento sobresaliente: científicos, emprendedores, músicos, escritores han emergido durante los últimos años con una solvencia y capacidad de sorpresa que no se traduce en las estructuras de decisión. Porque ese es el gran drama de esta comunidad autónoma: la falta de comunicación entre un rico tejido creativo y un 'statu quo' social que bloquea cualquier impulso de cambio. Como suma de individualidades, somos excelentes; como sociedad, nos lastra un inmovilismo que lentamente reduce el volumen de oxígeno a respirar y que amenaza con llevarnos a un estado vegetativo. La potencia desalentadora de las estructuras de decisión en esta región es tal que, por momentos, se tiene la sensación de haber expulsado la riqueza creativa fuera del espacio social para convertirla en una inocua dimensión paralela, sin capacidad para incidir mínimamente en el curso de los acontecimientos.
Resulta trágico que el rancio 'statu quo' regional se haya apoderado de los resortes identitarios de esta tierra. Vivimos en una suerte de hipnosis por la cual se nos ha hecho creer a todos los murcianos que somos nuestra versión más casposa y petrificada. Ni siquiera existe ya disidencia o contestación. El propio sector cultural –otrora tan combativo– permanece callado y temeroso casi de pestañear. De alguna manera ha calado la idea de que quien se mueve es señalado y transformado de inmediato en enemigo regional. Lo prioritario es sobrevivir. Y la supervivencia siempre ha sido poco revolucionaria.
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Nunca la mayoría inmovilista ha ejercido tanta tiranía sobre la minoría inconformista. A la Región de Murcia siempre se le ha achacado el hecho de que careciera de un fuerte componente identitario. En contra de los que consideraban esta singularidad como un factor negativo, yo siempre la destaqué como nuestro mayor potencial: nos otorgaba una flexibilidad para autoconstruirnos de la que no disponen otros territorios. Sin embargo, corremos el riesgo de que el inmovilismo del 'statu quo' social arrastre al conjunto de la Región, y se revele como una poderosa argamasa a través de la cual compactarnos. Que todos aquellos que se atreven a denunciar nuestro estancamiento como sociedad sean acusados de «malos murcianos» constituye una evidencia –y no pequeña– de que este fatal rasgo identitario se está imponiendo. Todos los que callen ahora por sus intereses a corto plazo serán cómplices de un desastre de largo alcance. Es ahora o nunca.
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