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Pensar en lo impensable

Hace años, en el funeral de un familiar vi mi propia muerte, como evento, como reunión social quiero decir

Viernes, 24 de abril 2020, 01:44

¿Dónde y cuándo se te ocurren las ideas? ¿Tienes un método? ¿Una rutina? ¿Es cierto el mito del baño como lugar de inspiración?... Estas son algunas preguntas, típicas de entrevistas banales, a las que uno debe responder con cierta soltura para no parecer un imbécil.

Yo siempre respondo igual: «A mí, las ideas se me ocurren viviendo». Me explico, las ideas surgen de la observación de la realidad, como respuesta a preguntas que uno se hace, casi siempre relacionadas con problemas que, por algún motivo, pretendes resolver.

Por tanto, lo difícil no es tener ideas, sino hacerse las preguntas adecuadas, así que cuanto más vivas –en un sentido de intensidad, no de tiempo–, más problemas, más preguntas y la posibilidad de un puñado de respuestas.

Hace años, en el funeral de un familiar, en un tanatorio de tantos, ubicado en un polígono anodino, ante la visión de algo que había vivido tantas y tantas veces, vi mi propia muerte, como evento, como reunión social quiero decir.

La muerte es nuestro mayor ejercicio de dejación, y el único del que no podemos arrepentirnos cuando ocurre.

Nuestra falta de previsión, nuestro infructuoso esfuerzo por evitar lo inevitable, y una herencia religiosa que ha convertido ese instante en un doloroso vía crucis, nos llevan a no querer pensar en ello, alejar esa imagen todo lo posible.

Desde pequeños nos han enseñado a vivir la vida, y sin embargo, nadie nos enseña a vivir la muerte, nuestra muerte.

Decidimos confiar el instante más trascendente de nuestra existencia consciente a unos burócratas desconocidos para los que no somos más que un número de póliza guardado en un fichero de Excel.

En aquel sofá, y en aquel tiempo, en el que uno podía velar a sus muertos, auque fuera en un tanatorio de polígono, me pregunté si no debería intentar imaginar cómo me gustaría que fuese aquel momento, cuando llegue.

Movido por la curiosidad, busqué entre numerosas empresas que ofrecen servicios funerarios, incluso en EE UU, tan dados ellos a crear tendencia. No encontré gran cosa.

Le propuse a Seguros Santa Lucía crear una modalidad de seguro de decesos que te permitiera diseñar tu funeral con exactitud y pagarlo en cómodos plazos, una muerte a plazos, a imagen y semejanza del vivo.

Los burócratas no vieron el 'nicho' de mercado (permítanme la broma, pero es que acaba de morir Marcos Mundstock y quería homenajearle).

Durante esta pandemia, uno de los aspectos más crueles y duros de soportar, por encima de ese goteo constante de cifras retransmitidas en directo, por encima de la incertidumbre que genera un futuro ciértamente abstracto... es el confinamiento, también, de la muerte, incluso para aquellos que fallecen por causas que nada tienen que ver con el virus.

La imposibilidad de que familiares y amigos puedan despedirse de sus seres queridos es una insoportable novedad para la que no estábamos preparados.

No hablo ya de la dureza de morir solo, sino de que la muerte te sobrevenga, inesperada, por un mal invisible. Que te arranque la vida de cuajo, y que se te lleve sumergido en un océano de silencio sepulcral y profiláctico.

Como en aquel tanatorio, de aquel polígono, me he puesto a pensar. A mí lo que me angustia no es que los míos no se puedan despedir de mí. Lo que me de verdad me quita el sueño, lo que me aterra, es no poder despedirme yo. No poder decir a tanta gente a la que quiero, a todos los que son y han sido importantes en mi vida, lo inmensamente feliz que soy, lo afortunado que me siento, lo mucho e intensamente que amo. Aquellos a los que, como decía Daniel Bernabé, «les encargamos la difícil tarea de deshacerse de lo que nos hizo, aún prescindibles en nuestro anonimato, personas irrepetibles».

Hay aplicaciones que te permiten grabar un vídeo de despedida para que sea enviado a tus contactos cuando tu ya no estés. Escritores que redactan tu biografía por encargo para su póstuma publicación y envío a quien decidas. Diferentes respuestas a la misma pregunta.

Yo he pensado mucho, y la mejor idea que se me ha ocurrido es decírselo a los míos, no dejarlo en manos de nadie, y hacerlo hoy, aquí, ahora que estoy vivo.

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